PRESENTACIÓN
Vengo de Tepeapulco, Hidalgo, a treinta minutos de Tulancingo, tierra de Ricardo Garibay. Había cumplido yo 13, 14 años cuando lo vi por vez primera en televisión. El hombre tenía todo el aire de quien se peleó con el jefe o, mejor: del que montó en cólera cierta ocasión y continuó así para siempre jamás. “¡Léñe!”, “¡Yá!”, eran interjecciones, casi gritos, que acentuaban esa cólera, y él las usaba a menudo. Fueron también el imán que me atrajo para que yo viera la televisión a hurtadillas, a media madrugada viernes con viernes.
De aquella época, conservo con afecto dos vívidos recuerdos.
El primero: vestía chamarra de mezclilla, algo ajustada para su corpulencia; a cada rato se llevaba a la boca la taza del café y daba chupadas a su cigarro. Garibay hablaba esa ocasión, siempre en tono colérico, del oficio de escribir. Ni imaginación ni talento valen ante las palabras. Silla, mantel, pista de baile, zapatillas rojas, putas. Los objetos, razonaba Garibay, no son más que eso, cosas que nosotros logramos inteligir, ya con los ojos, ya con el tacto, ya con la cabeza mediante la descripción que hacen las palabras. “El escritor debe ser el hombre más pedante ante la vida; pero un fiel miserable ante la literatura”, escribiría poco después Garibay en Excélsior.
Al cabo de muchas madrugadas, el segundo recuerdo: la literatura religiosa. Aquella vez Garibay mostró ante la pantalla, con toda ceremonia, un viejo tomo, acaso un ex libris. Él nunca lo disimuló: admiraba a José Vasconselos, cuyo estilo también colérico era de por sí admirable, pero era algo repugnante por su machismo y por su torpeza filosófica que queda de manifiesto en, por ejemplo, la Raza cósmica.
Esto era distinto. Cuando mostró aquel volumen, escrito por un ignoto San Juan de la Cruz, Garibay puso otro rostro. Por única ocasión advertí que su faz mudaba de aspecto y adoptaba una fisonomía que yo no había visto desde que tomaba clases de formación religiosa en un colegio salesiano. El suyo era un rostro de monja devotísima, no de aquel colérico irredento.
Con punto menos que misticismo, declamó ante las cámaras:
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
Dio una explicación que no recuerdo. No comprendí nada. A la sazón hubiera yo preferido mil veces a Mario Benedetti. Mas la voz, su rostro, estaban demudados. No era la primera vez que lo leía él, porque lo recitó de memoria; sin embargo, le producía la impresión que sólo causa el primer amor. Faltando un minuto para la 1 de la madrugada, viendo al vacío, se despidió. Dijo Gracias… por hoy.
A la vuelta de unos años y habiendo leído a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa, con gran interés —que no le quita ni un gramo a mi temor— quiero auscultar qué tiene la literatura de San Juan de la Cruz, en particular su Cántico espiritual, que amansa a espíritus como el de Garibay. Qué hay en ese misticismo, que ni Dámaso Alonso ni nadie, consigue descifrar. Tal vez nos quedemos en la mera descripción, bobos señalamientos carreteros. Sea como fuere, el intento se antoja llamativo.
***
Hay una poseía más angélica, celestial y divina, que ya no parece de este mundo, ni es posible medirla con criterios literarios, y eso que es mas ardiente de pasión que ninguna poesía profana, y tan elegante y exquisita en la forma, y tan plática y figurativa como los más valiosos frutos del Renacimiento. Son las Canciones espirituales de San Juan de la Cruz… Confieso que me infunden religioso terror al cotarlas. Por allí ha pasado el espíritu de Dios, hermoseándolo y santificándolo todo.
Fray Luis de León.
1. HACIA LA SEMILLA. Cántico espiritual.
El Cántico espiritual es un poema de largo aliento, aunque no tanto como otros que lo precedieron y muchos que lo han sucedido en los Siglos de Oro. Escrito durante la estancia de San Juan de la Cruz (1542-1591) en la cárcel de Toledo (1577-78) a los 35 años , el poema describe la búsqueda del alma hacia la unión espiritual con Dios. Lourdes Penella Jean describe los tres peldaños (tradicionalmente llamados vías) para acercarse a Dios, de los cuales es el último el que atañe a San Juan y a la poesía mística toda: una primera vía, purgativa , consiste en la purificación y el apartamiento del pecado por medio de la oración, la penitencia y la meditación. Otra vía, iluminativa , es la ascensión del alma purificada al verdadero conocimiento de la bondad y hermosura de Dios. Y la última vía, unitiva, es la más alta y consiste en el total abandonamiento del alma a Dios, “el consumirse por completo en el amor divino” . El alma de la Esposa arde en deseos por unirse a Él en matrimonio espiritual; alma y dios; esposos amados. No obstante ser el que buscan, este último grado no logra cabalmente ser expresado por los místicos, a decir de ellos mismos.
La composición del Cántico espiritual fue lenta y saltuaria, en tiempos más o menos distantes, y al aire de experiencias que presionaban al artista y, antes, que conmovían al creyente San Juan de la Cruz.
Según el testimonio más fehaciente, el poeta redactó en la cárcel toledana las primeras 31 canciones: “Sacó el santo Padre, cuando salió de la cárcel, un cuaderno que estando en ella había escrito…” y las canciones o liras que dicen “A donde te escondiste” hasta que dice “Oh ninfas de Judea” . Con la experiencia como fondo: decía que “en aquel tiempo le hacía hecho nuestro Señor mercedes en mostrarse a su alma, y ora se le ausentaba y escondía, dejándole afligido y desconsolado” .
Amén de las pistas religiosas de los que conocieron en persona al santo, hay información sobre las fuentes en las que se habría inspirado para escribir el Cántico. Dámaso Alonso , en el siglo pasado, explicó con gran acierto que los antecedentes literarios inmediatamente reconocibles en la obra de San Juan se bifurcan en dos, en “sendas”. Una viene de la tradición culta, de Juan Boscán, Garcilaso y Fray Luis de León, poetas a lo divino, o sea versificadores cuya obra tendía, casi igual que la del santo, a parangonar lo mundano con lo espiritual, en su búsqueda por alcanzar la perfección del alma, la iluminación, aunque todavía no la unión —que vendrá con Santa Teresa y San Juan . Otra senda de búsqueda es la castellana, que comprende tanto elementos populares como del cancionero.
Paso por paso desenhebremos el asunto. “La lira, estrofa pagana de Garcilaso, se espiritualiza en fray Luis, se diviniza en San Juan”. Dámaso Alonso apoya su afirmación en ejemplos como éste, donde el verso
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!
de san Juan de la Cruz, semeja en mucho a los plañidos:¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada!
¿Dó está la blanca mano delicada?...
¡Oh tela delicada!
¿Dó está la blanca mano delicada?...
de Nemoroso. Proporcionadas por Dámaso Alonso, sobran muestras de la vertiente que viene de Garcilaso y encuentra lugar en nuestro poeta. No vamos a ocupar nuestro espacio en enumerarlas. Mejor veamos otros ejemplos que prueban la importancia de la traducción que hizo fray Luis de León del Cantar de los cantares en la literatura de San Juan de la Cruz.
Antes, empero, mencionaremos unos comprobados influjos que se hallan presentes en San Juan, así en el Cántico espiritual como en la Llama de Amor viva o en la Subida al Monte Carmelo, los poemas mayores de San Juan . María Rosa Lida ha vuelto a tratar las relaciones entre Garcilaso y San Juan de la Cruz. La expresión de la Llama
rompe la tela desde dulce encuentro
es muy próxima a otras de la Égloga primera y de la segunda:
… este velo
rompa el cuerpo…
… do se rompiere
aquesta tela de la vida fuerte…
rompa el cuerpo…
… do se rompiere
aquesta tela de la vida fuerte…
Otros pasajes del poeta toledano parece como que se reflejan en el Cántico espiritual. He aquí el “prado de verdura”. En Garcilaso:
Ves aquí un prado lleno de verdura
… preséntanos a colmo el prado flores
y esmalta en mil colores su verdura…
… preséntanos a colmo el prado flores
y esmalta en mil colores su verdura…
En el Cántico:
¡Oh prado de verduras
De flores esmaltado…!
De flores esmaltado…!
He aquí ahora la “espesura”, “el agua pura”. En Garcilaso:
Ves aquí una espesura,
ves aquí un agua clara…
… en esta agua que corre clara y pura…
ves aquí un agua clara…
… en esta agua que corre clara y pura…
En el Cántico:
… domana el agua pura
entremos más adentro en la espesura…
entremos más adentro en la espesura…
Ahora sí Fray Luis de León y su traducción del Cantar. De él podríamos mencionar las mismas semejanzas que el santo nos manifiesta en las dilucidaciones que hace verso por verso en las 39 estrofas de la primera edición —y 40 de la segunda y definitiva—. Pero ¿no vale más dejar el tema para otro capítulo adelante, entero? Así lo creo. Mientras tanto, la tradición castellana a que se refiere Alonso: lo popular y lo relacionado en estricto sentido con el cancionero.
Hay que ser perito en exquisitas nimiedades de la literatura, para que no pasen inadvertidas esas pequeñas pero decisivas semejanzas entre la tradición anterior al Cántico y el Cántico mismo. Este glosar a lo divino del que hablamos con Juan Boscán y Garcilaso, aparece también en la tradición novelística de caballerías y, en general, en toda la tradición literaria previa al santo toledano. Álvarez Gato es una muestra; toma el cantarcillo popular:
Quita allá, que no quiero
falso enemigo,
quita allá, que no quiero,
que huelgues conmigo.
falso enemigo,
quita allá, que no quiero,
que huelgues conmigo.
y lo resuelve así a lo espiritual:
Quita allá, que no quiero,
mundo enemigo,
quita allá, que no quiero
pendencias contigo.
También encontramos en fray Iñigo de Mendoza, dirigido al Niño Jesús, el siguiente estribillo:mundo enemigo,
quita allá, que no quiero
pendencias contigo.
Eres niño y has amor,
¿qué farás cuando mayor?
¿qué farás cuando mayor?
Ésta ya es una primera pista de la evolución poética de las letras en castellano hacia la literatura mística. Siguientes ejemplos confirmarán la orientación de la literatura hacia el misticismo, como éste del indispensable y preclaro Garci Sánchez:
Secáronme los pesares
los ojos y el corazón,
que no puedo llorar, non.
los ojos y el corazón,
que no puedo llorar, non.
La tradición de glosar a lo divino llega hasta Lope. Un viejo cantar de vela —nos recuerda Dámaso Alonso— , cuya popularidad está atestiguada por ponerlo el autor en boca de Dorotea, en la obra de este mismo nombre,
(Velador que el castillo velas
véale bien y mira por ti,
que velando en él me perdí)
véale bien y mira por ti,
que velando en él me perdí)
es glosado por el dramaturgo dos veces, a lo profano en Las almenas de Toro, y a lo divino en El nacimiento de Cristo. En esta cadena se inserta Santa Teresa:
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Y San Juan, hablando la Esposa al Esposo:
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
pues que ninguno basta deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
Esto por lo que hace a los influjos del cancionero. Todavía queda por examinar el Cantar de los Cantares. Antes de entrar definitivamente a él, precisamos adentrarnos por último en los elementos populares.
En la estrofa 32 dice la Esposa al Esposo:
Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas…
Piénsese en la coplilla que oyó cantar el Santo, preso en Toledo:
Muérome de amores,
Carillo, ¿qué haré?
—Que te mueras, ¡ahalé!
y mira con tu haz a las montañas…
Piénsese en la coplilla que oyó cantar el Santo, preso en Toledo:
Muérome de amores,
Carillo, ¿qué haré?
—Que te mueras, ¡ahalé!
No hace falta explicar la relación ni de dónde pudo haber traído el Santo no sólo la palabra evidente, Carillo , sino el sentido de la estrofa entera. La tradición popular no se reduce en el Santo a tomar parte de lo que otros han escrito (síntoma nada extraño, por el contrario presente en toda la literatura), sino que llega más lejos: el poeta toledano abunda en latinajos, como en cultismos, pero no menos lo hace en expresiones del lenguaje popular —como lo hemos venido mencionando. Lo que nos importa es lo desconocido y que él imprime por vez primera: su nueva visión es la de una lírica con aliento entrecortado. Es un poeta que se contiene; vr.gr., al verso Decidle que adolezco, peno y muero , agréguesele cualquier cosa, un adjetivo. Se verá cómo tanto gana en musicalidad y sumisión a la tradición, cuanto pierde en sentido e, irónicamente, en perfección. Pero, a pesar de todas las dichas variantes que encuentran acomodo en su obra, no son ellas lo que hace de san Juan de la Cruz la excepción en nuestra poesía. Lo realmente importante, la diferencia suya, está en hacer uso del Cantar de los cantares, de origen bíblico.
Reinterpreta el santo la obra de Salomón (traducida al castellano por Fray Luis de León) y, a su juicio, le sirve de fundamento único . Por eso, como lo hemos mencionado, debemos tratarlo aparte.
1.1. INFLUENCIA CELESTIAL. Cantar de los cantares
Forma parte del Antiguo Testamento. En orden, la tradición lo coloca después del libro del Eclesiastés y antes del libro de la Sabiduría. Al lado de los escritos de Job, de Los Salmos, de los Proverbios, y del Eclesiástico, el Cantar de los cantares (Ct, en adelante) forma parte de una categoría mayor: libros “Poéticos y Sapienciales”. ¿Sapienciales?
El Cantar no. Más bien de tema amoroso. El Ct semeja en tema (¡y en qué medida también en forma!) al Cántico de San Juan de la Cruz.
En el prólogo a la primera edición del Cántico (de la segunda hablaremos más tarde), el poeta toledano se ríe, como avergonzándose de antemano, por las semejanzas que saltan a la vista entre su obra y la de Salomón:
Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que en ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la Escritura divina, donde no pudiendo en Espíritu santo dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla misterios en extrañas figuras y semejanzas.
No es preciso que el poeta se justifique con tamaña humildad: el lector medianamente avezado con la literatura bíblica hubiera advertido de todos modos el absoluto parentesco. Dejemos por sentada la tesis: san Juan echa mano de imágenes, de frases (casi versos enteros), de tiempos narrativos, en su poema, que había leído en el Ct quizás durante su estancia en prisión; y no podía ser más clara la alusión al poema salomónico, toda vez que en sus explicaciones en prosa, pegadas a las estrofas en verso, el poeta toledano explica uno por uno, el sentido de sus arreglos líricos, cuándo usando a los Salmos, cuándo a los Profetas, y cuándo más señaladamente, a los Cantares.
Son numerosas las muestras de homologías en los versos de entrambos. Así habla la Novia en Ct
¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino sus amores;
mejores al olfato sus perfumes.
Mejores son que el vino sus amores;
mejores al olfato sus perfumes.
La Esposa del Cántico dice
… al toque de centella
al adobado vino
emisiones de bálsamo divino.
al adobado vino
emisiones de bálsamo divino.
Para abundar quiero mencionar que son más claros y más fáciles de distinguir los rasgos que acercan a uno y otro poema, cuanto más fijemos nuestra atención en que los dos abordan el mismo tema: la persecución de la vía unitiva. En el Ct, la Novia busca al Novio; en el Cántico, la Esposa quiere llegar al Esposo. Sin embargo, los Cantares incluyen además la presencia de un coro y de un poeta, personajes que intervienen en la difícil búsqueda del amor por parte de ella persiguiéndolo a Él; otra cosa: la Novia de los Cantares no persigue al Novio mientras éste se aleja oportunamente, como sí ocurre en la obra del santo; digo “oportunamente” a propósito de los infiernos que queman a San Juan para justificar su poema: arde en inquietud por alejar su obra de toda posible interpretación terrenal (erótica, carnal, sexuada), no obstante que en Salomón los ejemplos sean mucho más mundanos y sí se prestan a una mala interpretación.
Quiero remarcar otra semejanza de peso entre ambos. En Salomón los versos
Te daría de beber vino aromado,
el licor de mis granadas.
el licor de mis granadas.
aparecen apenas estrofas antes de llegar al apéndice y terminar el poema. Vino y licor son esencias que la Novia quiere convidar a su Novio, en amorosa unión. En el Cántico se lee
y allí nos entraremos
y el mosto de granadas gustaremos.
y el mosto de granadas gustaremos.
La semejanza con Ct no se reduce a que los versos de aquél y éste aparezcan al término de todo el poema, sino que llega a más: constituyen en ambas obras la invitación hecha por el alma enamorada para que el Novio (en Ct), el Esposo (en Cántico), Dios en persona , tenga a bien fundirse en amor perfecto. Son versos del señalado éxtasis que el alma siente al unirse con su Amado; pero es también un éxtasis semejante también al que poetas profanos han alcanzado cuando se refieren al amor entre amantes de este mundo, cuya más alta cima está en el acto sexual, donde las esencias todas se concentran en el coito.
Hagamos a un lado lo que el poeta toledano quiso evitar a toda costa: que se le relacionara con el erotismo, aun cuando se tratase de sano amor terrenal. No estamos autorizados para desviarnos siquiera un punto de lo que el santo quiso legarnos: la devoción a Dios a través de sus creaciones. Pero deshonesto sería dejar pasar de largo la mención: de no haber tenido las suficientes justificaciones por parte del santo, que quiso ponerlas aquí y allá en prólogos, dedicatorias y en el cuerpo mismo de la obra, me atrevo a pensar que entonces lo hubieran tenido por un poeta más o no menos grande de lo que es, que le canta al amor, a una enamorada mujer suya. A riesgo de parecer circular y falto de tesis, diré lo mismo de hace rato: no obstante ser un rasgo mil veces elogiado, no es su estilo como versificador lo que en esencia hace distinto a San Juan de otros poetas contemporáneos suyos, ni el uso de sus fuentes, salvo de una: la vía bíblica, los Cantares de Salomón. Para terminar con esto, enlistaré algunas palabras que, llevadas al extremo, en el Cántico cobran su tonalidad amorosa, erótica, profunda, inasible…, pero que con justicia pertenecen originalmente a los Cantares.
Nos dejan sin habla ciertas palabras, versos y expresiones en general del Cántico. Con todo desorden, traigo a la mente las muy acusadas: espesuras; monte; otero; adolezco, peno y muero/, apaga mis enojos/, aires amorosos/, noche sosegada/, música callada/, soledad sonora/, detente, cierzo muerto/, debajo del manzano/, leones, ciervos, gamos saltadores/, Gocémonos, Amado/, y el mosto de granadas gustaremos/, al monte o al collado, do mana el agua pura/, con la llama que consume y no da pena/ ¿A donde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?/.
Encuentro su lugar de procedencia, en el Ct: Brincando los collados/, Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado/, tus mejillas, como cortes de granada/ tus pechos, cual dos crías/, levántate, cierzo/, ¿A dónde se fue tu amado/, oh la más bella de las mujeres?/ Te daría a beber vino aromado/ el licor de mis granadas/. Por falta de espacio, cortaremos aquí el listado.
Tomadas de aquí y de allá, las expresiones reflejan una cercana relación entre los poemas. Vienen de la rama bíblica, espiritual, pero toman cuerpo en un poeta a lo divino que escribió siglos después de Salomón e inspirado también en Dios, sí, pero técnicamente motivado por la tradición literaria de su tiempo, preñada de amores fáciles, historias de arrebatada pasión, de cuentos de caballerías, ilusiones y del teatro burlesco. Esto, la mezcla de dos mundos opuestos, hace que literatura salomónica renazca en San Juan con un halo de modernidad. Tomo en cuenta las lecturas desde muy variadas ópticas que se pueden hacer del Cántico, y su relación con respecto al tiempo en que se origina, antes de afirmar esto: la obra resume muy a su modo, todas las corrientes literarias de su tiempo; toma lo que le conviene de todas, y también discrimina algunas, muchas.
Es también la mejor obra poética en castellano del Siglo de Oro, también muy a su modo. No obstante las muy superiores excelencias de San Juan, habrá seguramente quien prefiera a Garcilaso o a Santa Teresa, o a Fray Luis de León… ¿y por ello estará equivocado?
Habrá además quien arguya que del Cántico hay dos versiones y que eso hace titubear hasta al de ideas más firmes sobre su perfección insuperable. No se equivocan plenamente quienes así llegan a pensar; mas tampoco tienen razón. Entre una y otra edición del Cántico hay evolución. Y si embargo la primera se acomoda más al gusto de los autores que vamos a mencionar, y también al mío propio.
2. VÍTORES JUSTIFICADOS. Los dos Cánticos
Ocasión de interminables debates son las dos redacciones del Cántico. La primera tiene 39 estrofas y a la segunda el poeta toledano le agrega una más. Y las diferencias no se detienen ahí. Están sobre todo en el trueque de canciones en el cuerpo entero del poema: el orden de la primera redacción es alterado por un san Juan que mueve estrofas, agrega versos y que, si bien no intenta mutar ni mutilar el sentido del poema, cree estarle sellando una dosis de precisión que, es lástima decirlo, nunca, o casi nunca, se logra en su segunda edición.
Al escritor lo arrastra un ansia por el decir. Está escrito que de todas las ediciones, la única que le pertenece al autor es el borrador. El libro impreso es propiedad de quien lo compra, lo lee y, lo que es más, de quien lo reescribe en su imaginación. Las últimas versiones, a un pie de ver la prensa, son estilo y perfección, y en ellas han intervenido editor, impresor, paginador. A ese punto, la veta sentimental, la inspiración, ya desaparecieron; desaparecen desde que el poeta cree terminada su obra y pasa al “a ver, qué le debemos acomodar…”. La primera edición del Cántico (CA) es fiable, de acuerdo a Dámaso Alonso, quien habla basándose en datos de la Biblioteca Nacional de España. Por lo tanto, CA da cuenta del hombre San Juan. A la luz de esto, es por lo que vemos con recelo la segunda y definitiva versión del Cántico (CB). Ésta es la estrofa agregada que, a mi juicio, no le aprovecha –pero tampoco le demerita-:
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y figura.
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y figura.
Si el azar (sabio maldito) hubiera querido desaparecer la primera versión del cántico, juzgo que tendríamos por admirable esta estrofa, como lo son el resto de las que conforman el Cántico en ambas versiones. Pero no quiso. Por eso no hallamos esplendores en éste ni en los otros trueques que San Juan practicó a su CA. Otro ejemplo: en vez del original Cogednos las raposas , escribe en CB Cazadnos las raposas. La variación otorga fuerza, pero le suprime los ligeros efluvios inasibles que logra la versión primera.
Tanto Baruzi como Chevallier y Vilnet destacan aspectos de la utilización de textos bíbliocos en CB que parecen diferir del procedimiento habitual de San Juan.
La discusión se ha centrado en los textos bíblicos empleados en CB que no aparecen en las restantes obras de San Juan, y en la frecuente omisión de los textos latinos en CB cuando San Juan afirma (ambiguamente) en el prólogo: “Llevaré este estilo, que primero las pondré la sentencia de su latín y luego las declararé al propósito de lo que se trajeren” .
El Cántico oscila entre el comentario poético y el tratado espiritual porque es mucho más extenso que los restantes poemas de San Juan y su imaginería es mucho más variada. Los comentarios en prosa tienen que poner orden a partir de un arrebato lírico. Es preciso dar la mediad de imágenes, metáforas y símbolos. El instinto del poeta ha de someterse a la estudiada reflexión del teólogo.
La mejor guía para San Juan como poeta es CA, que refleja más fielmente el impulso originario de cantar el amor divino. Pero para valorar su pensamiento, tenemos todos los motivos para volvernos a CB, ya que es aquí donde se encuentra su última palabra sobre el Cántico, la voz de una poeta que es al mismo tiempo teólogo.
Resta por explicar la metodología que hace al Cántico ser lo que es, una suerte de escalón a punto de alcanzar el cielo. Juan de la Cruz es un santo cuya pluma parece estar tocada por ángeles o, mejor dicho, por serafines borrachos de amor a punto de cometer una travesura. El estilo de San Juan de la Cruz es lo que, según nuestra hipótesis, debe dar pie que dilucidemos el fenómeno mental y espiritual al que nos eleva su lectura.
3. Se escapa de las manos. Técnica
La Academia de la Lengua Española lo ha declarado “autoridad” en prosa, argumentando que es un autor que basta por sí solo para justificar el uso de vocablos y modos de expresión .
Aliteraciones, encabalgamientos, repeticiones… Todos vicios arraigados en el Cántico. Estos “vicios” recurrentes en San Juan, vistos bien, no son sino herramientas de absoluta valía en un poeta de profundo y entrañable misterio. Entramos en problemas al analizar más de cerca los versos que, aplicados por él, resultan magistrales giros del lenguaje y, como dijimos antes, rasgos de una escritura que no fluye, sino que cual vino de consagrar, toman cuerpo gota a gota, en un lento acumulamiento que no cede a los arrestos de ninguna pasión. Es su poesía pasión encerrada en una gota de vino, que nada más advertirla perece. No podemos saciar nuestros deseos, y sin embargo quedamos extasiados. Para averiguar el fenómeno hemos de analizar.
pasó por los sotos con presura…
el silbo de los aires amorosos…
el silbo de los aires amorosos…
Si consideramos detenidamente, la aliteración, en un verdadero poeta, no es nunca artificio, sino un fenómeno intuitivo, profundamente ligado a la entraña de la creación. A este tipo de hallazgos corresponde sin duda
un no se qué que queda balbuciendo…
En general, la sucesión inmediata de tres sílabas que resulta molesta al oído. En este caso, tras la vaguedad de un no se qué, esa repetición indica una duda, un entrecortado titubeo, que va a complementarse, a recibir su justificación con un gerundio balbuciendo en el que cuaja la acción verbal. Este es uno de los mas, acaso el más, citado ejemplo del Cántico. No queremos dar a entender que este verso encierra la complejidad del poema entero, sino que es técnicamente, el mejor esteriotipo de la revolución poética del versificador toledano. Y que, no obstante entenderlo, estamos inermes para descifrar el profundo porqué de eso místico que nos deja balbuciendo.
“… [no hay] nada, o muy poco —admite un admirado Dámaso Alonso, tratando de explicarse por qué lo místico es místico— que explique esa sensación de frescura, de virginalidad y originalidad que nos produce su obra y que es como un delicioso oreo cuando a ella pasamos desde las de otros poetas, aun mayores de los mayores denuesto Siglo de Oro…”
No exploraremos la métrica o la relación con las literaturas de su tiempo. ¿Nos faltó ahondar en ejemplos que justifiquen nuestras aseveraciones? Pusimos nuestro empeño en traer a cuento, en describir simplemente, los rasgos salientes en el Cántico, y tuvimos que rozar algunos otros que destacan en la Llama y Subida. ¡Cuánto por decir nos faltó y qué limitado el tiempo del que disponemos! Si logramos rodear al menos los motivos de lo indescifrable en la poesía mística, cumplimos. Insatisfechos quedamos pues San Juan precisa mayor esfuerzo que el nuestro. El que hicimos fue un viaje de exploración a los puntos más importantes de una obra, ¡una sola!, del poeta toledano. Esto va al inicio, ya ni modo: se quiso una introducción a las razones que hacen indescifrable lo místico.
Fuentes
Alonso, Dámaso. La poesía de San Juan de la Cruz. Ed. Aguilar. Cuarta edición. España, 1966.
Álvarez Gato, Obras, Ed Artiles, Madrid, 1928
Biblia de Jerusalén
Garci Sánchez, en el Cancionero general, de 1511, núm. 659, también en el Cancionero de Evora, Ed, Hardung, núm. 16, pero aquí anónimo.
Garcilaso y Juan Boscán, Obras. Ed Porrúa, México 1960.
Nueva bibl. de AA. EE., XIX, 15. Que era versión a lo divino de un tema profano lo sintió Menéndez Pelayo también (Antol. de poet. lír. cast. VI, 209).
Penella Jean, Lordes. Guía de Estudios. Siglos de Oro I. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional Autónoma de México; enero de 2005, pp. 59.
Relación de la M. Magdalena que, junto con una carta, escrita el 1-8-1630, envía testimonio al P. Jerónimo de S. José. BMC. 10, 323.
Testimonio de la M. Leonor de Jesús. BMC 14, 159.
Revista de Filología Hispánica, I, 1939.
Ruiz Salvador, Federico. Introducción a San Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema… Ed. Biblioteca de autores cristianos. Madrid, 1968.
San Juan, San Juan de la Cruz. Obras completas. Ed. Sígueme. Salamanca 1992
Thompson P., Colin. El poeta y el místico; un estudio sobre El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Editorial Swan, Madrid, 1985.
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