El blog de Luis Frías

enero 19, 2007

Pachuca

Arribo a una hora imprecisa, cuando el sol ya desapareció pero antes de que anochezca por completo. De inmediato me pongo en busca de los viejos amigos (cuyos números de teléfono he ido perdiendo) sin obtener resultado. Raúl Alfaro, amigo de la prepa y alcohólico juvenil, no estaba en casa; para dar con José Emilio Pacheco (se llama como el poeta, pero es pintor) no hago esfuerzo, anda muy enamorado, y ¿los otros?… perdí sus direcciones.
Abrigo ánimos de beber. Por eso me dirijo rumbo al centro, a través de una renovada avenida Madero, cuya circulación vehicular se cambió por órdenes de un presidentito municipal: se diría que ya no es apta sino para los de casa y que todo fuereño expone la vida manejando por ahí, como me ocurrió cuando vi aproximárseme fanales de autos a toda velocidad. La suerte obró de mi lado y colocó una estrecha calle por la que entré. Se renovaron las intenciones de brindar con alguien. A tres pasos de ahí están unos billares, con inmejorable servicio de barra.
Se llaman Acosac. Es un sitio muy agradable para ser cierto. En la planta baja hay na tienda de raquetas, pelotas de básquet bol y tenis, en la calzada de Juárez. En los altos queda el lugar. Para llegar es preciso trepar en penumbras por unas escaleras de servicio, donde merodean ratas enormes que olisquean los zapatos. Pura calma. Nada del ruido infernal de los antros, cuyo punchis-punchis se escapa hasta las calles e impide dormir en paz a los vecinos.
Por toda iluminación, el interior tiene un tubo blanco oscilando encima de la barra. Hay dos televisores encendidos. En el día se acumula mucha gente que, a más de apostar en la carambola, va por probar la botana. De ahí que las mesas de dominó, limpiadas a trapazo, dormidas ahora, parezcan descansar de una tremenda orgía.
-Qué onda Frías. Milagrote. Qué te preparo.
-Una Victoria.
-¿Sal?
-Sal y limón. Y ron.
-Ah cabrón, ah cabrón… ¡No, sí vienes cabrón!
Charly Martínez está calvo. Perdió el cabello por tantas desveladas, según me confesó en otro tiempo, cuando trabajé en un periódico vespertino ruin, cuya sección cultural, aún más ruin, aparecía lunes, miércoles y viernes. Me quedaban, pues, muchas horas libres y a menudo frecuentaba sitios como éste, con los de la oficina: redactores de saco que tenían fructíferos enjuagues con los políticos. Era yo de 17 años cuando invitaron una linda mujer a que se desnudara frente a mí, embarrándome su raja aquí y allá por encima de mi ropa —que, escandalizado, tiré a la basura en mi casa. A los 18 me obsequiaron mi primer sexo oral, pagado. Para los 19 ya me había vuelto adicto a estos ambientes, no tanto por las mujeres como por las buenas personas. Por gentes como Charly.
Tomo asiento en la barra. A mi lado hay un señor licenciado de calva estilo Miguel Hidalgo y traje brilloso color café. Nos brindamos y ahí termina nuestra amistad. A mi izquierda hay un tipo más interesante. Por lo que escucho, se trata del dueño de un lugar donde se comercia sexo. Posee una mirada pícara e indecisa. Ya está a medios chiles. La boca se le rodea de barba con canas iguales a las de su cabello casquete corto ensortijado por atrás, como si obtuviera sus sagrados alimentos cantando narcocorridos en una banda grupera.
-Salucita, joven.
Brindamos y de dos sedientos tragos apuro hasta las heces el líquido del tarro.
-¿Me haces otra?
-Que si le haces otra al caballero. ¡Noyes, cabrón? —rompe en risa al decir esto. Hay que andarse con pies de plomo entre éstos, pensé. Uno no sabe en qué momento lo agarran descuidado y le abaten encima el peor de los albures.
-¿Y qué tal te ha ido? —me pregunta el Charly, en plan de amigos.
-Creo que bien—le miento—. ¿Qué tal por acá?
-¿Ya no sigues en el periódico, en el Mileño?
-¿En el tu leño? —nos alburea el de los caireles.
-Sigo. Pero hacía tiempo que no venía.
-Entonces ya no has visto a aquellos cabrones.
-Hace siglos.
-Ya se cambiaron de lugar. Ahora están acá por la 15 de Septiembre
-Supe que se cambiaron. Pero no sé a donde. ¿Adónde?
-Acá por Revolución. ¿Sabes donde quedan los velatorios del IMSS? ¿Ves que están en la mera esquina? Ahí enfrente venden pastes. Hay un puesto de periódicos. Bueno, en contra esquina: así. Ahí hay un zaguán blanco, la casa es amarilla pero el zaguán es blanco. No es zaguán. Es reja. Luego-luego se ve: está un pinche maquinón que trajeron del Paso, una rotativa, y ahí te sigues. En el fondo están las oficinas. Les va dar gusto verte. Vé.
El licenciado ha decidido marcharse. Batalló para que Charly aceptara su billete de cien pesos. Éste lo tomó a regañadientes, pero le invitó una última cuba con refresco Lulú amarillo.
- ...te digo que vi a tu chavo —le dice Charly, mientras prepara el último trago. Qué penoso tener que hacer plática con imbéciles como el licenciado o como yo o como el alburero de a lado. No sé, pero creo que el de Charly es un oficio de resistencia: no por tanta borracheras, ni por las desveladas, sino por tener que platicar incansablemente con idiotas.
- Su madre es una pendeja. No lo cuida y yo todo el día trabajando, pero sí me apura, no creas. Ya te dí su teléfono, ¿no? Por cualquier cosa te paso el de su casa. Es el 8…
-No. Con ése. —lo evade el Charly.
-Es que no tiene crédito; está castigado. Te lo paso.
-¿Y qué? Yo le marco y sí entran. Es local.
-¿Si?
-Sí, yo platico con él. Es que no, sí, te digo. Y está chavo. ¿Para qué andar así en la moto? Aquí viene a veces con sus cuates. También trae una chava. Me dijo que es su novia.
-¿Te conté que fuimos con la tía? Pues ese día me la presentó. Su papá tiene otros billares.
-Sí, me dijo. Y la hace más o menos. Le falta pero ahí va. Echamos una reta y bien. Dice que les gana a todos sus cuates. Pero nada más. Le falta. A los chavos les da miedo jugar con otros mejores, porque pierden. Entonces se quedan así y no avanzan. Les da miedo jugar con otros. Pero hay que arriesgarse. Como en todo, para ser más tallador hay que perder, y aprender.
-¿Es un arte, verdad? —dice el idiota licenciado. La sola palabra “licenciado” me parece odiosa.
-A mi me costó tiempo y dinero —sigue Charly—. Mi papá tenía billares. En el 77, 78, me iba al centro con cinco pesos, que era una lanota, y apostar. ¡Ah!, porque ahí hay puro vividor. La primera palabra que te dicen al llegar a un billar es “de a cómo”. Sí. No trabajan. Viven de los billares. Y de los cinco pesos, ¿sabes con cuánto me regresaba? Sin nada. Pero ya me había comprado mi torta y mi refresco. Era el puro gusto. Y aprender.
Voy al baño y cuando regreso, el Miguel Hidalgo ya no está. Pido la cuenta y pago.
-¿Dices que vas a estar unos días? El viernes le celebramos al Gordo. Te esperamos.
-Cuenta conmigo.
Salgo sin rumbo definido, con ganas de seguir. No pasa de la medianoche. Antes de irme camino a casa, entro a otro bar, de adolescentes idiotas que frecuentaba cuando preparatoriano. Aquí abunda la iluminación, la música de moda a tope; y los que están, están jugando cartas a grandes voces. No contienen las risotadas. Me acerco a la barra y pido sin saludar:
-Una Victoria.
-Sólo Indio y Sol.
-Indio.
Me la lleva a la mesa un alfeñique, de lentes enormes. Una copia de nerd. Se acerca a murmurar con los otros, seguramente de mi mal aspecto. De mis malos modales. ¿Alguno de éstos sabrá jugar al billar? ¿Conocerán la otra Pachuca, de calma inconmensurable y buenos amigos? Lo dudo. Creo que son como los que dice Charly: no salen de su grupo por temor a perder. Cuántos son así, me pregunto. Cuántos mediocres paseantes nocturnos somos así.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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