El blog de Luis Frías

marzo 22, 2007

Efrén Rebolledo y "Caro victrix". El diablo y su creatura.


Efrén Rebolledo




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A Ramsés Salanueva



Reflexionar sobre eros y sus poderes no es lo mismo que expresarlo;
esto último es el don del artista y del poeta:
Sade fue un autor prolijo y pesado,
lo contrario de un gran artista.

Octavio Paz



Para el filósofo español Ramón Xirau, la primera traba al hablar del poeta Marco Antonio Montes de Oca, es que resulta imposible clasificarlo bajo los mismos argumentos que se emplean con sus compañeros de época. “A pesar de haber nacido en 1932, pertenece a una generación no muy unitaria por cierto, de quienes empezaron —empezamos— a escribir en serio por los años de 1944 (Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Tomás Segovia, Jaime García Trepes, Rubén Bonifaz Nuño, Manuel Durán, por sólo citar algunos nombres)” . Recuerdo esto de Xirau sólo para hablar de otra idea también suya: Montes de Oca es inclasificable porque su creación primigenia no vio la luz en una sola revista, como las otras generaciones (El hijo pródigo, Taller, Barandal, Contemporáneos, Revista Moderna), sino en varias. ¿No es acaso una razón bastante flaca? El poeta de principios del siglo XX mexicano Efrén Rebolledo (1877-1929) es la mejor de las pruebas.

Colaborador —con José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G. Urbina, Ramón López Velarde, Salvador Díaz Mirón y otros— de la Revista Moderna que fundó Jesús E. Valenzuela, la obra de Efrén Rebolledo cobra realce no gracias a unas fuertes ligas con sus contemporáneos en lo que hace a la temática de sus apuestas literarias, sino por la cosa opuesta: marcó su raya con respecto a los amigos de generación y penetró en el aún virgen mundo poético del erotismo. Formalmente es otra cosa. En su primera etapa (fines del XIX e inicios del XX), todos los modernistas se valieron de recursos poéticos semejantes; de metáforas que recuerdan los salones festivos del rey francés Luis XV cuajados con ricos tapices y pedrerías exóticas, el colorete en las mejillas, las mujeres de imponente voluptuosidad, etcétera. Como teniendo esto en cuenta, un considerable estudioso de Rebolledo, Allen W. Phillips, entiende el “ismo” del modernismo en su sentido más amplio: epocal. Como una “una actitud”, y “una tendencia general que abarca toda una época histórica”, como “un renacimiento moderno” . Así arranca José Juan Tablada (1871-1945) sus Poemas de juventud (1892-1900):

Como un diamante sobre el terciopelo
de un joyelero de ébano sombrío,
abandona tu amor sobre mi hastío
la diamantina claridad de un cielo .

Con este estilo un joven Amado Nervo (1870-1919) concluye el poema “A Leonor”:

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas...
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

Y sirva como última muestra el tercer cuarteto que Salvador Díaz Mirón (1853-1928) incluye en “A Gloria”:

Vanas son las imágenes que entraña
tu espíritu infantil, santuario oscuro.
Tu numen, como el oro en la montaña,
es virginal, y por lo mismo, impuro .

De Rebolledo, el primer poema publicado fue “Medallón” en 1896 , cuya primera estrofa

(Es un cáliz intacto su boca,
roja y húmeda flor que provoca
a los besos, su cuello un pistilo
de azucenas, y en nieve escultada
su perfecta nariz delicada
causa celos a la Venus del Milo.)

se trata de un sexteto cuyos primeros cinco versos son de diez sílabas y el postrero, un endecasílabo; de los endecasílabos se valdrá con marcada preferencia en su obra poética venidera, ajustándose en grado extremo a las reglas del soneto clásico y del verso alejandrino italiano. Con “Medallón” nuestro poeta accede por la puerta de oro al mapamundi de las letras mexicanas. Pero no es sino en ocasión de las exequias ofrecidas al diplomático Emilio Castelar y Ripio en 1899, cuando Rebolledo acaricia una primaria pero sólida fama. Declama un poema que llama la atención de asistentes y críticos pero que, sin embargo, nunca va a recogerse en un libro . En “Marcha fúnebre” hace gala de su gran memoria al brincar de los héroes griegos a los latinos lo mismo que a las leyendas españolas, y con la naturalidad de quien nombra a sus amigos, expone las hazañas del Cid, Pelayo, Schumann, Haydn, Wagner, Figueras. Más que ensalzar la vida de Castelar y Ripoll, está dando por inaugurado el lujo y oropel que usará por siempre: y se afirma autoridad del endecasílabo.

Allá marcha la fúnebre teoría:
los hombres
cubiertas las cabezas de cenizas,
y sueltas como lúgubres crespones
las largas cabelleras, las mujeres
inundando la sombra de clamores.
Todos llevan antorchas en las manos
que agitan como trágicos pendones,
y narcisos —el símbolo del luto—
y dolorosos álamos y bojes
que lloran el dolor de su perfume
en el ánfora negra de la noche…
(“Marcha fúnebre”, fragmento inicial)

Así y todo, de los modernistas la historia literaria se ha hecho cargo de mantener a Rebolledo en las sombras. En los estudios incluidos en crestomatías y antologías, a menudo se hace referencia a él por la vereda fácil (aunque cierta) de tacharlo de poeta erótico. ¡Claro, nada menos! Inauguró el erotismo en la poesía mexicana —a José María Facha (el modernista desconocido, según Ignacio Betancourt ) lo tengo por un precursor nada más, no cultivador del género. Mas se prefiere subrayar la obra de un José Juan Tablada heredero del japonismo -tanto como lo fue Rebolledo-, o de Salvador Díaz Mirón, cuyo verso ligero y directo, sin embargo, no alcanza los confines que la recurrencia sensual de Rebolledo logra cuando dirige sus impulsos hacia las pasiones entre el hombre y la mujer. No se trata aquí de ensalzar a nadie, ni de descargar baldones sobre ningún poeta. Pero una cosa: justicia es pasar revista a Rebolledo con los menos prejuicios posibles.

***

Sugiere Octavio Paz que el concepto de sensualidad tiene dos resonancias: inquietud y seducción. Ambas se cumplen en la primera etapa de nuestro modernista; antes de que aparezcan sus versos eróticos. Una justa evaluación del Rebolledo reclama señalar, con Carlos Montemayor y otros tantos que, con ser excelente, su obra no se encuentra por encima de los demás modernistas:

Insistir en el modernismo de Rebolledo es insistir en ciertos aspectos de Rebolledo que son extremadamente modernistas, anacrónicos o menores; insistir en el erotismo, en cambio, puede ser útil a condición de que no se vean como opuestos una perspectiva (lo erótico) y una técnica y estilo (el modernismo), puesto que no están en el mismo nivel de significación ni de dominancia.

Y concluye:

Comparar la poesía modernista erótica o sexual de Rebolledo con la poesía erótica o sexual de otro modernista, podría darnos, ahora sí, el valor real de nuestro poeta (o de otros poetas).

De tal suerte, Rebolledo no representa más que una joya entre las amatistas, rubíes y zafiros que son los otros modernistas. No es un poeta mayor si lo batimos contra Tablada o Nervo. El rasgo saliente está en otro territorio, uno como éste: donde el exagerado pulimento de sus versos raya en lo digno de un estudio freudiano. No se cansa de corregir sus composiciones, aun cuando ya vagan por el mundo en forma de poemarios. Otra cosa: Rebolledo se halla apenas a lo largo de esta primera etapa, en el sensualismo del que habla Paz, prueba a inquietarnos y seducirnos. Sus obras tempranas apenas si son atisbos de lo que vendrá. En 1902 aparece su primer poemario, Cuarzos, que refleja ya el exacerbado modernismo que todos los críticos le achacan. Pero tal vez lo único que le achacan… A riesgo de rehacer el camino andado por muchos otros, con Cuarzos yo también detengo la vista en la excursión que nuestro poeta emprende hacia un anfractuoso atrevimiento, el de imitar a los clásicos adrede, como retándolos. ¡Valiente proeza! El poema “Saudades” empieza preguntando a la manera de Lope

¿Do estays, fieles amigos, novia pura,
que no habeys contestado mis clamores,
vosotros, que sabedes mis dolores,
ella que me premió con su ternura?

Fiel a su numen estilístico preferido, recargado de evocaciones a la exhuberancia, el vate publica dos años más tarde Hilo de Corales. Se pueden elogiar varias cosas, o parar mientes en las felonías de otras. Sus “Burbujas de Champagne”, por ejemplo, con dedicatoria a “una vieja cortesana” representan el poema más lamentable (no sólo de esta colección: ¡de toda su obra!): tan perfecto en su construcción como reprochable en el fondo. En su descargo manda a la prensa cuatro años más tarde, en 1907, su poemario Estela. En esta colección incluye “El Soliloquio en el espejo”, poema en prosa cuyo asunto exige detenernos. Lo haremos más adelante. El mismo año sus primeras Rimas japonesas llaman la atención lo mismo de la crítica especializada que del lector pedestre. Le llueven elogios por todas partes. Tras meterle mano aquí y allá, Rebolledo relanza en 1915 la versión corregida de Rimas japonesas. Las mejoras valieron la espera. Empieza la ascendencia de Rebolledo y también de Tablada, precursores del japonismo, estilo que media entre la sensualidad que mienta Paz y el erotismo pleno por el que será laureado Rebolledo. Pero, ¿japonismo?

Un desvío biográfico despejaría las dudas. Nuestro erótico prestó sus servicios diplomáticos a la embajada de México en Guatemala, Colombia, España, Noruega y Japón. Tablada, aunque anduvo un derrotero bien distinto antes de llega a esas geografías, también fue a dar al país del Sol Naciente. De hecho fue el primer modernista que viajó hacia el Oriente, enviado por la Revista Moderna para escribir y enviar periódicamente desde allá su interpretación cultural en una serie de crónicas titulada “En el país del sol”.

Si la condición del etnógrafo es producir textos a partir del encuentro con el sujeto o cultura que se estudia, la labor del literato modernista también demuestra tal exigencia. Es decir, este último, enviado como intérprete cultural al Oriente, se enfrenta ante la necesidad de “producir,” de inscribir su encuentro con un Otro.

Araceli Tinajero pone casi el dedo en la yaga acerca del nuestro poeta en Japón. Aceirta con el resto, no con Rebolledo. Ni Tablada, ni Gómez Carrillo, ni Rebolledo, ni Arturo Ambrogui…, hicieron de turistas despistados en la nación del saké. Se vieron arrastrados —como que eran poetas— a elucidar su nueva condición de habitantes latinoamericanos en un paraje diametralmente opuesto a su realidad habitual. Tinajero casi da en la yaga. Si Tablada consigue penetrar en los hondos secretos del destellante verso oriental, Rebolledo no hace sino continuar usando hasta los confines de Oriente los instrumentos tan preciados por él, pertenecientes a su queridísimo modernismo. Al Japón no hace más que describirlo, ora con los sonetos, ora con los nocturnos que usaba desde sus primeras creaciones. Indefectiblemente, usa de alegorías a la luz, a la cristalería oriental, al maquillaje de las gueshas… Tablada logra llegar, ay, mucho más lejos que Rebolledo. Admite Paz:

[…] entre los primeros en ocuparse de arte y literatura japoneses se encuentran, a principios de siglo, dos poetas mexicanos: Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Ambos vivieron en Japón, el primero varios años y el segundo, en 1900, unos cuantos meses. […] A pesar de que Rebolledo conoció más íntimamente el Japón que Tablada, su poesía nunca fue más allá de la retórica “modernista”; entre la cultura japonesa y su mirada se interpuso siempre la imagen estereotipada de los poetas franceses de fin de siglo y su Japón fue un exotismo parisino más que un descubrimiento hispanoamericano. Tablada empezó como Rebolledo pero pronto descubrió en la poesía japonesa ciertos elementos —economía verbal, humor, lenguaje coloquial, amor por la imagen exacta e insólita— que lo impulsaron a abandonar el modernismo y a buscar una nueva manera .

Rebolledo se carteó un tiempo con el general Bernardo Reyes, padre del polígrafo Alfonso Reyes. El 29 de diciembre de 1907 envió desde Japón una misiva acompañada de su nuevo trabajo, Rimas japonesas. Pero fue Alfonso el primero en llegar a casa.

Al anochecer me encontré sobre la mesa de trabajo de papá un nuevo tomo de Efrén Rebolledo preciosamente impreso, con monos japoneses, papel japonés, etc., y ¡perfumado de sándalo! ¿Pero los versos? Los versos no los hizo el impresor, los hizo Efrén. Por supuesto que en ese tomo lo japonés es la edición y ciertas palabritas que hay en los versos, v. g.: Kimono (que está citado en todos), kakemono, obi, guesha, etc. Pero el espíritu de aquella raza, de su mucho de arte, de sus tradiciones, ¡nada! Defecto propio de Gautier .

Aunque Rebolledo comienza a ser tomado en cuenta con mayor seriedad con sus poemas japoneses, no será verdaderamente laureado antes que aparezcan los doce sonetos de Caro Victrix (“Carne victoriosa”, en latín). ¡Qué título! Nada que ver con sus anteriores y recargadas publicaciones que las antologías, crestomatías y críticas de nuestros tiempos, digamos inteligentemente, hacen siempre a un lado. Esto es otra cosa: el triunfo del placer más bajo, el de la carne, por arriba de cualquier otro desenfreno. Lujuriante título, gran tino, un ducho Rebolledo hizo que las palabras cobraran vida y se convirtieran en serpientes incitantes. Quizá eso explique que, en sentido estricto, la historia de las letras mexicanas hayan decidido quedarse nada más con estos doce sonetos -verdaderas joyas- de Rebolledo, echando en el olvido buena parte de su creación.

***

Rebolledo le debe su fama a Caro victrix, el tomito que publicó 1916 y cuyo eje toral estriba por supuesto, en lo erótico. Después de él no hay antología en nuestra lengua que se tome la licencia de pasar por alto algún soneto de los que contiene este tomo. Una aparición celebrada grandemente: Rebolledo ponía de cabeza ciertos principios que andaban por ahí muy presentes en la sociedad en la que el rey tras el trono seguía siendo Porfirio Díaz. El pequeño tomo resquebrajó, literariamente, la paz porfiriana que rumiaba en la moral de entonces. De esa etapa, de hecho, no tenemos noticia de serenos comentarios sobre el ejemplar; al contrario, abunda el silencio. Sólo más tarde llegaron, llovieron, los elogios. Muchos años después en La poesía de Efrén Rebolledo, famoso texto de Villaurrutia, éste dice que

… pasa Efrén Rebolledo a expresiones de íntimo erotismo que no necesitan veladura alguna y que se realizan en la forma estricta del soneto. Nacen así los doce poemas de Caro victrix que son los más intensos y, hasta ahora, mejores poemas de amor sexual de la poesía mexicana. Es entonces cuando el poema de Rebolledo no es ya como una joya sino una joya…

Tablada escribió que la nota erótica de Rebolledo

no ha alcanzado ni más alto ni más suntuoso diapasón en toda nuestra lírica. Algunos de sus sonetos son como esos camafeos de museo secreto, donde el asunto se olvida ante la jaspeada belleza de la materia y de la técnica maravillosa del gliptógrafo.

Más para acá, entrados nuestros años, opinó Carlos Montemayor en uno de las escasísimas críticas juiciosas, pero sin inútil veneno, que se han generado a partir de Caro victrix:

La perspectiva del erotismo nutre toda su obra, pero la nutre abriendo varias coordenadas que trataré de enlistar. La soledad de la memoria carnal. La solitaria memoria del deseo y de la imagen femenina en el lecho del hombre. La descripción morosa, pura, de las caricias y los besos sobre la desnudez del cuerpo femenino. La risueña y dolorosa imagen del viejo que sólo recuerda, como fauno, los días pasados en que asaltó a náyades desnudas. La coincidencia mística y sensual. Un cierto masoquismo… La separación de los amantes. El amor de la mujer como un abismo que devora, su abrazo en que el deseo y el peligro se unen. El amor de la mujer lesbiana. El amor de la mujer religiosa. Finalmente, con el que termina Caro victrix, el amor sensual y su espasmo como una puerta o un velo que al rasgarse muestra la noche humana hundiéndose en la soledad individual e intransferible de la vida .

Antes de opinar yo, pongo dos esencias del poemario. En primer término, los dos tercetos del soneto “Posesión”; en seguida el famoso “Beso de Safo”:

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.
Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino
gemiste de delicia y de congoja.
(“Posesión”, fragmento)

Más pulidos que el mármol transparente,
más blancos que los blancos vellocinos,
se anudan los dos cuerpos femeninos
en un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
combas rotundas, senos colombinos
una lumbre los labios purpurinos
y las dos cabelleras un torrente.
En el vivo combate, los pezones
que se embisten, parecen dos pitones
trabados en eróticas pendencias,
y en medio de los muslos enlazados,
dos rosas de capullos inviolados
destilan y confunden sus esencias.
(“El beso de Safo”)

A la incontestable aseveración de Montemayor, añadamos que esta poesía erótica tiene ligas inquebrantables con las filias y fobias más profundas del temperamento de Rebolledo. Nacido en el pobrísimo valle del Mezquital de Hidalgo, de raza otomí, su rostro poseía los rasgos y el color propios de la etnia: cara asimétrica y piel bastante morena. Por si fuera poco, Santiago Procopio (nombre original de Rebolledo) era estrábico. Pero ¿en dónde está la relación fealdad-erotismo? Durante las jornadas rebolledanas celebradas en Actopan, Hidalgo, Andrés Henestrosa sugirió que son precisamente los feos los más propensos a desfogar sus íntimas pasiones mediante la poesía de más desesperadas reverberaciones carnales, perversas, sexualmente incorrectas. El poeta actopense Ramsés Salanueva sostiene que la fealdad de Reobolledo, la pobreza perenne y una más bien mediocre carrera diplomática, fueron labrando en Rebolledo el cuadro psicológico de un esquizoide (alguien tanático, de sentimientos profundos). “Lo consume su desesperación sexual. Pero se declara amante de la belleza” . De ahí que “El Soliloquio del Espejo” resulte la mejor fotografía del alma de Rebolledo. El poeta desnudo frente a sí mismo, sin reclamos ni felicitaciones. La comunicación consigo mismo, sin interferencia de estilos ni preocupación por la formalidad. Ahí el valor de este poema, en que el poeta se reconoce amputado de algo muy profundo, inefable, al tiempo que atado a una camisa de fuerza que es su forma corpórea, su fealdad que aquí no es ficción literaria, sino pasta de verdad.

Soy, dice,

una falsificación, una superchería; soy una copia mal sacada, un burdo y desmañado remedo de un original que se me antoja es una fuente o un río que reflejan las frondas y las nubes, las estrellas y el cielo azul, y que aljofaran las odorantes cabelleras de las ninfas y ciñen sus formas cándidas, y que no son paralíticos ni mudos, sino que cantan, corren y prorrumpen en sollozos.

Ninguna trascendencia tendría la vida de Rebolledo aquí, si no fuera porque su referente poético mejor acabado es de signo erótico. La trabazón entre la existencia de un ser humano descontento, serio hasta la comicidad como lo era, con los instintos eróticos más finos de que la literatura mexicana guarda recuerdo…; tal la fascinación de todo lector al encontrarse con Rebolledo. Era en suma, según lo recuerda Luis G. Urbina, un diablo por culpa de cuyos infiernos interiores —¡y exteriores!— logró su cometido sólo a través de los versos.

… por bajo la tela deslumbradora de un erotismo avasallador, se estremecía un soplo de dolorosa fatiga, de pavorosa inquietud. El ansia de placer estaba mezclada de amargura. Era un hombre atormentado, descontento, el que enseñaba el lado triste y sombrío del impenitente pecador.

La ventaja del Diablo sobre Dios es una principalmente: que logra lo que quiere, aunque se gane el odio de la generalidad. Procede con subterfugios para no ser visto; y por lo bajo, en la oscuridad, hace del hombre lo que quiere. Rebolledo fue el Diablo, cuya creación, erótica en su caso, quedó clara en Caro victrix. Lo que su fealdad le impidió, la literatura se lo regresó con crecidas ganancias. La obra de Rebolledo puede resumirse en eso. El escritor, sin embargo, no se conformó y sus alcances llegaron a los dominios de la narración.

Mucho menos reconocida que su poesía (de la que sólo se toma en cuenta la erótica), está su prosa. También escribió una obra teatral de giro histórico, azteca, El águila que cae. Únicamente a su narrativa se ha dedicado, como tema de estudio, Allen W. Phillips. En su discurso de bienvenida a la Academia Mexicana de la Lengua, leyó unas hojas dedicadas a la ¡prosa artística de Efrén Rebolledo! Su mérito está en internarse en un camino inexplorado, virgen. Durante su lectura en 1971, dijo a propósito de las novelas El Enemigo, Nikko, Salamandra, Hojas de Bambú y Saga de Sigrida la Blonda (ninguna de las cuales escapa a la tradición modernista bienamada por nuestro vate):

… parecen se pretextos para bordar exquisitos fragmentos en miniatura, crear atmósferas o meras sensaciones, con frecuencia perversas o malsanas. Poco le interesaba la narración directa de hechos novelescos, y a menudo la marcha de la obra se interrumpe o se fragmente en efusiones poéticas. A veces el novelista se detiene en la recreación de ambientes pintorescos o costumbres exóticas, especialmente del lejano Oriente. Sus personajes son típicos de la novela modernista: unos tipos raros, elegantes y refinados, con frecuencia artistas vistos en su vertiente decadentista.

No quiero terminar sin advertir que todas las ediciones de la obra de Rebolledo carecen de un trabajo inédito que se encuentra en manos del investigador hidalguense José Félix Meneses Gómez –a fragmentos de cuya obra hago referencia en este ensayo. Se trata de unas estampas que Rebolledo escribió durante su estancia en Madrid, donde perdió la vida y descansan sus restos. De acuerdo con el propio Meneses Gómez, Visiones es un cuaderno con 30 poemas breves, “totalmente inéditos conservados con celo y con orgullo por su hijo Efrén Rebolledo Blomkvist, durante siete décadas, allá en la lejana Oslo” . Aquí las tres conocidas hasta ahora por medio del opúsculo Efrén Rebolledo, poeta sensual. ¡Ojalá las treinta lleguen a ser libro, o algo!:

Muchedumbre en las grandes ciudades
De sol, de arrojo y frenesí beodo,
El pueblo se enardece en las corridas
Y holgando en los cafés, lenguas pulidas
Con donaire y con calor hablan de todo.
(“Madrid”)

Las calles son estrellas
En los templos se empapan las miradas
Del hechizo enigmático del Greco
Y corta con su cauce el campo seco
El Tajo en que se templan las espadas .
(“Toledo”)

Colores y arabescos en míticos derroches,
Espléndido palacio de Las mil y una noches,
Albercas y jardines en insólita frescura
Marmóreas columnatas bajo arcos de herraduras
Espectros de mujeres de ardores de Maoma (sic)
¿Qué mucho llorara cuando perdió Granada
El moro que no supo guardarla con su espada?
(“La Alambra”)


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