El blog de Luis Frías

septiembre 29, 2007

Cuestión de fe

No tiene caso decir por qué. Pero tuve que ver una película de Gabriel Retes. "El Nuevo Mundo", de 1976. Es un filme que no cree en aparecidos. Por eso pone en duda la veracidad de la aparición de la virgen de Guadalupe. Aunque se trata de una obra de ficción, es justo hacer el análisis desde la óptica histórica e idelógica. ¿Por qué? Porque el creador de arte que echa mano de los temas históricos debe respetar la esencia de lo que está criticando. Pues bien, bajo esta lógica fue que vi la película. Comparto con ustedes las enseñanzas que obtuve.



El corazón tiene razones que la razón no entiende
Blaise Pascal.

Hace unos cuatro años, Miguel León-Portilla dictó una conferencia en la Casa de las Humanidades de la UNAM, en avenida Centenario. No recuerdo sobre qué. Pero en la parte de preguntas y respuestas, le pedí su punto de vista sobre el tema de la virgen de Guadalupe y la entonces reciente canonización de Juan Diego. Él se puso a hablar de su esposa, una oriunda de Extremadura, España. Era la introducción para entrar en materia. Dijo que la Virgen de Extremadura se apareció de manera muy semejante a como lo hizo la virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Pero descartó la posibilidad de que una sea el trasunto de la otra. Cerró la charla y autografió libros. Aún conservo su firma sobre mi edición de La visión de los vencidos.

Pero investigadores como Eduardo Corona, del INAH, han llegado a la conclusión de que es insostenible la teoría de que la Virgen de Guadalupe tiene su antecedente en la Virgen del Santuario de Extremadura[1]. Esto, porque la de Extremadura “es una imagen de poder”. Según Corona, representa violencia y destrucción; elementos viables para la conquista pero no de América, sino morisca y árabe. La Virgen de Extremadura es negra, porta un manto rojo, lleva el bastón de mando y carga a un niño.

Entonces, ¿de dónde procede la Virgen de Guadalupe?

Las voces más atinadas apuntan una alianza entre el propio pasado mesoamericano y la Iglesia Romana. El antecedente mesoamericano estaría en la Tonantzin y algunas otras diosas mexicas. El secular, en la madre de Dios. La Tonantzin es la diosa de la fertilidad, mientras que María es la madre de Dios, la razón de ser de la Iglesia. De tal suerte que su unificación daría como resultado a una virgen particular, cuyas características son: ser madre de un Dios válido para América pero también la distribuidora de riquezas, en el modo de entendimiento indígena. En todo caso, Guadalupana vendría a ser la madre de los mexicanos. Así, encontramos por qué la Virgen de Guadalupe representa lo mismo la amorosa madre de los mexicanos, que la responsable de prodigar y distribuir con justicia la riqueza entre sus hijos del Nuevo Mundo

Esto, por lo que hace a la visión actual y reductora que tenemos de la Virgen de Guadalupe. Mas nos dice Bernal Díaz del Castillo que la virgen hizo su aparición durante una escaramuza entre indios y españoles.

De acuerdo con el cronista, se apareció durante un encuentro en Totonacapan. ¿Pero a favor de quién? Especulo: ¿Preferiría la virgen a los españoles, hijos de Dios, o a los indios, entregados a la adoración de los demonios? Lo cierto es que se la Virgen de Guadalupe tuvo una tersa acogida en las Indias: le rindieron honores los indios que veían en ella a su madre Tonantzin, y no sin reservas la quisieron los peninsulares, que ya tenían otras vírgenes a las cuales adorar en su país.

La virgen de los tontos

En El Nuevo Mundo (México, 1976), Gabriel Retes echa mano del mito de la Virgen de Guadalupe para hacer una crítica frontal en contra de esa tan emputecida institución que es la Iglesia. Al ficcionalizar cómo se gestó el mito de la Virgen de Guadalupe durante la Colonia en Nueva España, Retes critica precisamente la estructura sobre la cual está cimentada en buena medida la ciega lealtad de los mexicanos hacia la Iglesia Romana. Tal no es otra que la propia Virgen de Guadalupe. Es, pues, una obra de ficción que busca demostrar en qué medida la Virgen de Guadalupe no es más que un cuento inventado por la Iglesia con fines de obtener dominio.

Retes pone sobre la mesa la maniquea tesis de que los indios buenos eran sometidos por los españoles malos por la fuerza de armas y golpes. No son pocas las secuencias donde los patios de las haciendas están llenos de hombres y mujeres de piel morena que trabajan la tierra a brazo partido, mientras un capataz de piel blanca les da una tunda con el látigo. Siguiendo la hipótesis de Retes: los nativos habían dado el brazo a torcer en cuanto a la conquista guerrera, y estaban completamente dominados materialmente. De esto, es demostración insuperable la inexistencia de escenas con indios que estén alzando la voz o contradiciendo un ápice al patrón español. Ninguna cosa así. Eran sumisos. El problema es que la suya no era sumisión, sino profundo rencor. ¿No habían sido totalmente conquistados? No. Ese resabio de dignidad se alojaba en sus creencias religiosas. Los españoles no habían logrado el dominio pleno. Para conseguirlo, era preciso que los nativos abrazaran con fe ciega algún personaje religioso reconocido por la Iglesia Romana. Y los indios se negaban a creer en Dios. Lo cual queda claro en esa escena en donde un fraile dominico está de pie en la iglesia, admirando la escultura de un santo, cuando advierte una deformación en sus vestimentas. Al levantar el faldón, encuentra una figura prehispánica de barro.

Aquí está encerrado el conflicto básico del filme. En seguida, el fraile sale corriendo hacia un taller de escultura. Se encuentra con el escultor Manuel. Estatuilla en mano, el fraile lo recrimina a golpes y gritos. El escultor jura no saber nada. El fraile responde con un mohín, y desaparece sin llevarse consigo al escultor y delatarlo ante la Inquisición, como debía hacer. O sea: lo perdonó.

En el lenguaje de los guionistas, esta escena es lo que se llama la revelación. La revelación es cuando al personaje central le ocurre algo que ignoraba, y que va a cambiar su vida. Al escultor, personaje central, le ocurre algo que no sabía y que cambia su destino: descubrieron sus estatuas, pero lo perdonan. ¿Qué pasará en adelante?

El cuerpo de la historia se torna aburrido porque la estética es muy deficiente. Filmada hacia los 70 del siglo XX, la historia parece ocurrir en esa década, y no durante la Colonia. A mi juicio, se debe a que la estética fue tratada con descuido. Pongo por caso las locaciones. En las paredes de las haciendas pesa el descuido de los siglos, dan la impresión de estar cayéndose. Los muebles de los locutorios religiosos son viejos y añosos. Los pastos de las haciendas están secos, amarillentos, largos, como los de alguna hacienda actual en descuido. Todo esto, en suma, hace del cuerpo de El Nuevo Mundo un asunto desdichado.

Otro elemento que el lenguaje de guionistas reclama toda la atención es la “peripecia”. O sea: aparentemente empieza a solucionarse el conflicto pero, ¡todo lo contrario!, las cosas se complican aún más. Pues bien, en El Nuevo Mundo el fraile se presenta con Manuel y le propone liberarlo de la penosa tarea de hacer esculturas para una religión de la que él descree. Okey. ¡Qué peso se le cae de los hombros al escultor! Pero a cambio le pide que haga la peor de las ignominias a su fe: que pinte la imagen de una virgen que a un tiempo será reconocida por la Iglesia y admirada y reverenciada por los indios. El escultor se lleva las manos a la cabeza. Se niega. El fraile le advierte: “Si no aceptas, te puedo llevar con la Inquisición. ¿Olvidas que has hecho figuras de tus demonios en los talleres de la Iglesia?”

Y tiene lugar una discusión de principios morales entre el escultor y el fraile. Gritan, discuten, gimen. Al cabo, se dan la mano y cierran el trato.

Enseguida tiene lugar lo que en la estructura de un guión se llama “clímax”. El clímax ocurre cuando la historia se resuelve. Y en El Nuevo Mundo se resuelve cuando Manuel presenta ante el fraile la pintura terminada de la virgen. Había elegido a una muchacha como modelo y se enamoró de ella, dando como resultado un retrato de cuerpo entero verdaderamente notable. Pues bien, lo presenta ante el fraile, quien lo obliga a presentarse ante los indios y pegar de gritos asegurando que se le había presentado una virgen. Como premio, le promete libertad en compañía de la india a la que retrató. Transige el indio.

Se hace todo como estaba planeado. En medio de una multitud, aparece Manuel llevando en sus manos un estandarte. Es la virgen que ha pintado. A voz en grito, desquiciado, no encuentra las palabras indicadas. Grita. ¡Ha ocurrido un milagro! Entonces ocurre el desenlace, que es una última o últimas escenas donde el clímax se esfuma y los sentimientos pierden intensidad:

Cuando al otro día el indio se disponía a marchar con su morena, le pegan un tiro. Y después, el fraile también se pega un tiro. Había traicionado su religión, a causa… de su propia religión.

Historia mata Historia

Ahora bien, es una película de ficción.

En literatura, las novelas históricas son ficciones que no tratan de suplir a la disciplina histórica. Y siguiendo con la literatura, pongo por caso al recién galardonado Fernando del Paso. Su novela Noticias del imperio habla de Maximiliano y Carlota. Antes de hacerla, el propio Del Paso ha confesado que tenía miles de fichas donde almacenaba parte de la historia del matrimonio, y sólo utilizó un diez por ciento. Lo hizo en obediencia a la estructura literaria que el propio texto exigía. “Para que el barco flote, no debe pesar tanto. Por eso tenìa que ocupar sólo el material necesario para que flotara”. De modo que no escuchó las razones del método histórico, sino las leyes de la literatura.

Pues bien, Gabriel Retes tampoco prestó atención a las reglas que impone la disciplina histórica. De hecho, las pasó muy por alto. Tan es así que el filme adolece de una investigación histórica más bien flaca.

Por ejemplo, la vestimenta en los santos de la iglesia no estaba permitida sino hasta el siglo XVIII. O bien: aquella secuencia en la que una mujer baila flamenco. Es ilógica. Este tipo de baile no se popularizó sino hasta el mismo siglo XVIII. De todo esto se desprende la idea de que Retes no hizo sino poner en juego algunos juicios y conocimientos históricos y una opinión muy personal del mito guadalupano. Y se metió a hacer una película de ficción que, por otra parte, se mantuvo censurada desde 1976 hasta 2004, año en que según la revista virtual Cinefagia, se puso a la venta por medio de grabaciones en formato DVD.

Sin prejuicios se ve mejor

Cine, censura, historia, religión. No es El Nuevo Mundo el único caso de película censurada, por contener esos cuatro elementos.

En México, el caso más reciente es el del Crimen del Padre Amaro, cinta del realizador Mauricio Carrera filmada sobre la base del guión de Vicente Leñero, que pone en tela de juicio el voto de castidad de los sacerdotes de la Iglesia Romana. Otra, más antigua y que el año pasado estuvo en cartelera, es La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese. La de Gabriel Retes no es, pues, el primer ni el mejor desafío al orden de cosas establecido por la Iglesia.

Hoy día, la censura eclesiástica tiene medios más refinados de combatir a sus críticos. Aunque a veces todavía se vale de esa clase de censura ciega que prohíbe proyectar películas en las salas de cine, a pesar de esto hoy reina una Iglesia que ha tratado de ponerse al tú por tú con sus críticos, dando razones de peso para sostener sus dogmas por encima de la razón. Me atrevo a decir que no conseguirá mucho con las personas con cuatro dedos en frente. Pero con las otras…

El caso es que ante la perversión civilizada de la Iglesia actual, los creadores deben proponer más que versiones maniqueas como la de Gabriel Retes, cuya interpretación del mito guadalupano no es mejor por ser más intransigente.

Y recuerdo aquella tarde con León-Portilla, cuando sugirió la posibilidad de que la Virgen fue copiada de Extremadura. Sin lanzar prejuicios.



[1] http://www.arts-history.mx/semanario/index.php?id_nota=1312200493923


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