El blog de Luis Frías

noviembre 02, 2007

Haiga

¿Se ha equivocado usted alguna vez?, ¿se le ha escapado un desdichado haiga, en lugar del correcto haya? ¿Quién no se ha visto en aprietos las ocasiones en que el amigo que estudió en París saca a flote churriguerescas palabras cuyo significado desconocemos? Creo que miente quien sostenga que nunca ha tenido afectaciones nerviosas en público cuando de hablar con toda corrección se trata. La verdad es que cualquier persona entendería el asunto más abstruso, de los que a menudo se explican en las altas esferas del barroco lenguaje, con la única condición de que se explicara en términos simples y llanos.

Siempre es grato acordarse de los dichos y las frases. Y nadie como Groucho Marx cuando se trata de meter ideas geniales en una pequeñita frase. Este actor estadounidense llegó a decir: “¿No te gustan mis principios? No te preocupes: tengo otros.” Se atesoran las frases que te causan alguna emoción importante, o que te forman un juicio distinto a la que antes tenías. Eso es lo importante de las frases. Las que acuñan los escritores a menudo son las más inteligentes e incontestables. Se le atribuyen a Saint-Beuve estas palabras: “Siempre me gusta juzgar a los escritores según su fuerza inicial, quitándoles lo adquirido”. En un panorama más cercano a nuestra realidad mexicana, tenemos a García Márquez, exageradamente idolatrado, quien dijo la cursilería de que: “Yo escribo para que me quieran”. Es una lástima que el arte de componer frases esté pasando por una de sus peores etapas. Ricardo Garibay solía decir una gran cosa: “Los políticos no hablan; ladran”. Son precisamente los políticos quienes hoy día ladran las frases de la vida pública. “Lavadora de dos patas” son los términos del ex presidente para hablarle a su mujer. Pero es “coopelas o cuello” definitivamente la construcción más repetida. Sea como fuere, comparten todas estas frases una singularidad común: palabras sencillísimas, cuando no inexistentes en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE).

Recuerdo que en Rayuela, la novela de Julio Cortázar, hay un gordo tomo del DRAE cuya portada está rudamente descuartizada por la navaja de alguien. Se lo merecía. Desde la semana pasada, el pleno de Real Academia autorizó incluir en el lenguaje español varios neologismos. No hay ninguna sorpresa. El caso es que desde ahora se pueden decir sin remordimiento de conciencia, palabras tan naturales como el agua: blúmer, aeromoza, blu jean y nocaut. Los computarizados pueden dormir tranquilos, y decir con libertad de lengua: descargar, subir, maximizar, minimizar y varias palabras de la rampante informática. Autoridad del lenguaje creada hace varios siglos para poner orden en un sistema lingüístico donde en el siglo de Cervantes cada quien decía las palabras a su antojo, la Real Academia tengo la opinión de que está perdiendo uno tras otro rond contra el lenguaje hablado (¿round será correcto?). Mas siempre ha sido así. Decía Hemingway que mientras la verdad se está calzando las botas, la mentira ya recorrió el mundo. Pues bien, el lenguaje es un trasunto de esta frase. Un caso concreto será de gran ayuda. En respuesta al término anglosajón marketing, se inventó en castellano la palabreja mercadotecnia. En las universidades, hay licenciaturas en esta rama del conocimiento. No temo equivocarme al generalizar que sólo después de que las palabras han cobrado vida, de que se han vuelto de uso corriente y de que todo el mundo las aplica sin reparos, es cuando la amodorrada Real Academia de la Lengua acepta incluirlas en un diccionario atravesado por los cortes de una navaja en la novela de Julio Cortázar.

¿Sería inoportuno distinguir los dos grupos en que se dividen los estudiosos del lenguaje? De un lado, están los que prescriben, o sea: dictan las leyes sobre el lenguaje. Del otro, los que describen: se sujetan a observar qué pasa en el lenguaje oral y lo tratan de explicar. Yo me pondría del lado de estos segundos, y me valdría de una verdad literaria no escrita: la mejor literatura es la que propone renovar al lenguaje. “El escritor debe amar el lenguaje, pero debe tener el valor de transgredirlo”, gustaba decir Octavio Paz.

Cuando se encuentre en una complicada situación donde no entienda algún término complicado, consuélese pensando en que tal vez la Real Academia apruebe en algún futuro no muy lejano el uso del desafortunado haiga, en desmedro del correcto haya.

2 comentarios:

qñerty dijo...

Aeromoza ya salía en el diccionario de 1992. La novedad es la inclusión de aeromozo.

Luis Frías dijo...

Buena aclaración. Haré sabérselo al periódico Milenio, que sacó equivocadamente esta palabra.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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