El blog de Luis Frías

febrero 01, 2009

El cuento perfecto


Con la pretensión de continuar la charla, no supe qué otra cosa preguntar. ¿Cuál es tu canción favorita? Es natural que aquel hombre se diera la vuelta y me dejara con la palabra en la boca. ¡Cómo preguntar algo tan insolente! Había encarnado en una de las actitudes menos deseables del hombre con una poca de vergüenza. La de preguntar cosas inocuas sólo por empezar la charla. Máxime, cuando se trata de inquirir para conocer de tu película favorita, la canción que más te gusta, el libro que te marcó de por vida. Porque quien reconoce tener un gusto específico, despierta punto menos que tristeza: no es capaz más que de disfrutar una ración pobre de todo el pastel cultural. El penoso espectáculo de la parcialidad, del sectarismo, por encima de la pluralidad. Recientemente, en una reunión de viejos amigos, alguien me preguntaba cortésmente por mi libro preferido. Además de que evidentemente me quedé trabado por mi forma de pensar respecto de esas preguntas, lo cierto es que me pareció deshonesto dar una respuesta. Afortunadamente, cuando me incorporé y estaba dispuesto a explicar que me sería imposible ofrecer un título concreto, aquel ya se había girado para otra parte y platicaba con cierta vieja amiga. Pensaba explicarle lo que creía. Que tengo en este momento puede ser que me guste mucho la literatura rusa. Pero que de joven me fascinó la literatura mexicana contemporánea; y que hasta hace un tiempo, la literatura de Ricardo Garibay era mi predilecta. Pero iba a decirle que, en realidad, mis gustos han sido pasajeros. Hubiera modificado la frase de Groucho Marx: “Éstos son mis principios. ¿No te gustan? No te preocupes: tengo otros”. Le habría dicho que en un tiempo, pude dar la vida por cierto libro, pero que ahora me apenaba de haberlo leído. Deseé que él primero hablara de sus gustos literarios, de modo que yo me limitaría a la comodidad de asentir a todas sus inclinaciones librescas. Pero todo puede cambiar de manera abrupta. Sencillamente porque sí. Del mismo modo que un buen día te levantas y decides separarte de la mujer que tienes a un lado, igual un día cobras conciencia de que todas tus palabras eran palabrería. A quién no le ha pasado. Aunque, a decir verdad, lo que quiero explicar no es necesariamente un radical cambio de parecer, sino la adopción de un matiz. Dijéramos que no es cambiar de mujer, sino pasar menos tiempo con ella, o quizás engañarla un poco más. El hecho es que siempre había sostenido que la novela es el género literario más complejo de todos los demás. No que a mi juicio fuera el mejor, sino el más complicado. Pues bien, aunque no he abandonado esa creencia fundada, también he comprobado lo que ya sabían Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y julio Cortázar y, más atrás, Guy de Maupassant, Antón Chéjov y Marcel Shwob: que el cuento puede ser tan o más elaborado y meritorio como la novela que más. Hace una semana, en las páginas del periódico español El País se le dedicó un amplio espacio a la discusión del género del cuento. La cuestión era revalorar el género en los tiempos que corren. Desde luego que no se perdió oportunidad de lamentar, como siempre, el pobre quórum que despiertan los libros de cuentos entre el público lector. (¡Y eso que no se habló de la poesía!) Y también se aprovechó la ocasión del aniversario 200 de Edgar Allan Poe, gran cuentista, para que se le celebrara y aplaudiera el grande mérito de haber perfeccionado la literatura negra y detectivesca. Pero en realidad, el objetivo parecía más bien hacer publicidad a los escritores españoles que últimamente se han dedicado a escribir libros de cuentos. En todo caso, lo cierto es que la situación coincidió con un periodo personal dedicado a la escritura, lectura y análisis de cuentos muy específicos. De tal modo, me he entrampado a los cuentos de Julio Cortázar y he re-descubierto lo que siempre me dijeron en la universidad sobre el cuento: si no es perfecto, no es. Pero qué carajos es un cuento perfecto. Una maestra que en la carrera de Letras gastaba mucha saliva hablando de cuentos, siempre decía que debía ser redondo. Seguramente ni siquiera ella sabía qué quería decir: pues que yo sepa, jamás escribió, y sospecho que jamás escribirá ningún cuento. Las reglas de Vladimir Propp en su Morfología del cuento tampoco pueden tomarse a pie juntillas: quiero decir, sirven para el cuento fantástico, pero nada más… Y, por otra parte, ¿basta con un manual de cuentos para que hagamos un buen cuento, un cuento perfecto? De poco me sirvió asistir religiosa y puntualmente a un curso-taller para escribir cuentos. El tiempo se gastaba en que mi tallerista leía en voz alta un cierto tipo de cuentos, y nosotros debíamos escribir algo parecido, que después todos compartíamos en voz alta. Tal vez la mejor recomendación que nos dio fue: “si aparece un clavo en el cuento, que ese clavo se use para algo. Aunque sea para colgar al autor del cuento, por malo”. Otra sugerencia, la mejor, fue leer muchos cuentos. Por lo que a mí respecta, me gusta un gran número cuentos: pero sigo creyendo que los de Cortázar parecen estar especialmente hechos para lectores como yo. Lectores con un pie en el cariño por Latinoamérica, y el otro, en varios lugares: la luna, la alcoba, la farmacia, el camión, el museo, el féretro. En este año, pasaré varios meses metido en leer cuentos y compartir mi gusto por ellos. No tengo muchas opciones: debo reconocer que en este momento los de Julio Cortázar son los cuentos que más me gustan. Pero ayer, eran los de Borges. Y mañana, no sé. Lo que debo admitir es que cuando me pregunten cuál es el género literario que más me gusta, no necesariamente voy a variar mi punto de vista. Pero al tiempo que considero la novela lo más complicado y estructurado, también pienso que el cuento posee “un no se qué que queda balbuciendo”, escribiría San Juan de la Cruz. Algo verdaderamente inefable, que mis maestros querían explicar diciendo “redondo”. Cada vez que alguien me pregunte insolentemente por mi género predilecto, secretamente pensaré que quizás es el cuento.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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