El blog de Luis Frías

septiembre 13, 2009

Los rounds de Ricardo Garibay


Así tituló Rafael Pérez Gay su columna de hoy en El Universal. Aunque no pasa de ser una mera anécdota sin chiste para comentar al desgaire la primera década luctuosa de Ricardo Garibay, celebro siempre cualquier mención y el reconocimiento que se haga del Samurai de Cuernavaca. Garibay ha inspirado muchos de mis arrestos creativos, y su coraje para afrontar la vida es simplemente fascinante. He aquí el texto que publica hoy el autor de Paraísos duros de roer:

La prensa literaria y el Estado cultural le han prestado muy poca atención a Ricardo Garibay a 10 años de su muerte. Apenas una mesa redonda sin un peso para la promoción y una o dos notas en los periódicos. Poca cosa para uno de nuestros grandes escritores en tiempos en que los aniversarios se celebran con bombo y platillo. Esto se debe en parte a que la obra de Garibay ha cruzado el tiempo de las letras mexicanas dominada por las paradojas. Ese raro espíritu de contradicción se enquistó en su vida cuando decidió formar parte del círculo selecto de los escritores devorados por su personaje. En él se cumplieron el sueño y la maldición de un escritor prolífico y las agitaciones de una vida pública polémica y complicada.

Hace años, al final de los 70, un grupo de jóvenes reseñistas con aspiraciones literarias asistió a uno de los programas televisivos de Ricardo Garibay, no sé si en el Canal Once. Yo era uno de ellos. Durante una hora, el escritor nos provocó sin pausa:

—¡Venga!, digo. No va usted a defender al payaso de Hemingway que por encima de todo era un pésimo escritor, leñe.

Recuerdo que quise responder balbuciendo alguna opinión y Garibay me interrumpió:

—No diga “este”. Es un muletilla que afea el idioma.

Nos tundió como le dio la gana. Su aliento declarativo alardeó más de una vez con sus pasiones y sus oficios. Había que oírlo hablar del fajador lleno de pundonor en los encordados de su juventud, del amante incontrolable de mujeres que su memoria guardaba en el éxtasis, del inmejorable escritor erótico, del guionista de cine, del conductor de televisión, del filósofo y amigo de filósofos, del cronista bravo. Había que oírlo hablar como si hablara de otra persona y no de él mismo. Estaba decidido a elevar la virilidad a rango estético y la fuerza de carácter a talento puro.

No deja de ser inquietante la forma en que el tiempo desmejora algunas obras y hace crecer otras. Algunos de los libros de Garibay han sido mejorados por el tiempo. Su vasto, irregular y muchas veces admirable conjunto narrativo se inició en el paisaje rural, que nunca abandonó del todo, y desembocó en la altura estilística, aún insuperada, de sus mosaicos urbanos.

Es probable que entre más tiempo pase, los libros de crónicas de Garibay ocurran en un lugar superior de nuestra literatura. Entre ellos figuran, ni más ni menos, Las glorias del Gran Púas (1978), Acapulco (1979), De lujo y hambre (1981), ¡Lo que ve el que vive! (1976) e incluso Diálogos mexicanos (1975). Nadie, en ningún periódico, debería atreverse a escribir una crónica sin antes leer estas piezas fundamentales del género. Garibay ejerció la crónica a partir de su origen ancestral: el poder narrativo y la fuerza del diálogo. Siempre que Garibay recurrió a esos dos ases de la tensión dramática, el cronista dio en el clavo y se levantó de su escritorio con un texto raro, importante, valioso.

Aunque menos frecuentados, los cuentos de Garibay conservan algo de la ardiente fluidez de sus crónicas. En El gobierno del cuerpo (1977) reunió prácticamente todos los relatos que escribió entre 1951 y 1976. En el cernido de esas páginas, Garibay intentó con gran libertad y certidumbre diversas formas del cuento: el guión, el diálogo dramático, el monólogo, el diario, siempre bajo el dominio del tema más importante que ocupó sus ficciones: el erotismo. Pero demasiada seguridad y demasiada libertad pueden echar a perder el libro que un escritor trae entre manos. Desde entonces, se enfrentó a su más poderoso adversario: él mismo. Quizá por esto, novelas como Verde Maira (1977) y Triste domingo (1991) son ecos de la voz de ese adversario que algunas veces derrotó al escritor fino y delicado que podía ser Ricardo Garibay. En cambio, Beber un cáliz, Bellísima bahía y La casa que arde de noche forman un entramado novelístico de gran calado.

Los jóvenes aspirantes que fuimos al programa de televisión invitados por Garibay tenemos, más o menos, la edad que entonces tenía el escritor. Yo pensaba que era un viejo pedante, pero admiraba la prosa de que era capaz, y quería escaldarle la lengua literaria. Por esta razón hablé de Paul Léauteaud, el gran memorialista francés. Garibay me dijo:

¿Era un francés amargado que amaba a los gatos?.

Desde luego estaba equivocado. No hay escritor posible sin necedad y coraje; a Garibay le sobraban.

2 comentarios:

Guillermo Saavedra G. dijo...

Tu jefe Garibay, ojalá hubiera alguien así hoy en día.

Luis Frías dijo...

A mi juicio, creo que hay mejores y más talentosas plumas; el problema es que se fue él, precisamente él.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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