El blog de Luis Frías

enero 01, 2007

El puerto, el aterrizaje y cosas peores

1. Habíamos bebido y esnifado coca hasta las ocho o nueve de la mañana. Yo tenía que hacer un pago en el banco de no recuerdo qué cosa, pero aún así fui puntual a la cita con Guillermo Fadanelli, que vendría a visitarnos desde el D.F. Llegué puntual, a las dos y media de la tarde, y el bar permanecía en calma: el padrote del lugar, un pelón muy blanco de unos treinta años, estaba viendo las noticias con Lolita Ayala, y fumaba recargado en el mostrador.
—Qué idiota— me dije sin saber por qué.
Solicité una michelada, y otra y otra, y llegó el primer par de amigos:
—¿Y Fadanelli?— me estrecharon la mano y pedimos la primera ronda.
Charlamos, cómo no, de la noche anterior. El más panzón de los tres es el más locuaz… el de más verborrea. El segundo parece su guarura flaco: no habla, no lo contradice en voz alta, pero estoy seguro —yo lo sé, lo presiento, me imagino, como esas cosas de las cuales desconocemos pero estamos seguros de tener la razón—que en privado, en su cabeza, ahí mismo entre trago y trago, que le mienta la madre apretando los dientes… mientras chupa el limón y lame la sal del borde del tarro.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
No respondí. Pinche gordo. Me limité a ir al baño para esnifar los últimos doscientos pesos que traía de polvo. Recuperado, bebí las últimas rondas. Dos jamones somn minifalda de licra se sentaban en las piernas de los parroquianos; también consumían coñac y whisky, y reían enseñando las anginas y parecían, no sé por qué, estafar a los alfeñiques bebedores; e iban al baño constantemente. En una de esas, perseguí a la de entallado rojo:
—¿Cómo te llamas, guapo?
—Luis. ¿Cuánto cobras?— yo escupía al hablar. Veía borroso. Le cogí los senos como un aguacate. La lastimé.
—¡Ay! Depende…Si quieres platicar, soy tu amiga. Si quieres besarme, soy tu novia. Si quieres sacarme de aquí, soy… gatúbela.
Me vi al espejo, que estaba manchado de sarro, mientras, ella subía la pequeña falda por encima de las nalgas, rígidas, dos balones bien inflados, magníficas. Hicimos, o únicamente yo, una suerte de acto sexual sin tocarnos, sin besarnos. Salí de allí y sonaba la bachata.

2. Fadanelli nunca llegó, y nosotros terminamos temprano, aún no amanecía, acompañados por las piernudas del Puerto, en mi apartamento. Como pudimos, nos bañamos, uno a uno, o en parejas, o de tres en tres, amanecí con la novia del gordo. En 20 metros cuadrados, hicimos el amor en lo que nos quedaba de noche, bebimos, esnifamos, desayunamos, más de 12 personas. Era viernes, y fuimos a terminar la semana al Puerto de Llanes. El trato se sobreentendía, no tuvimos que decirle a las piernudas: “tú te vas, trabajas, te sientas en todas las piernas, de dejas dedear. Le entras a todo lo que quieran. Pero no nos abandonas en la noche, cuando ya no hay clientes, que hoy vas a sentir esto…por todas partes”.

¿De cuando acá amenazamos con la puritita vista? ¿A partir de cuando, ya somos hombres de pocas palabras, así como dicen, unos cabronazos? Nada de eso, pero ellas se dejaban, y nosotros traíamos unos billetotes lavados, o sea, limpios como angelitos, y nos hacían sentir bien. Mezclamos vodka con jugo, cognac con coca cola, y whisky con tehuacán.

Alguien cargaba teléfono y recibió la llamada de Fadanelli:
—Dice que mañana viene, a la hora de siempre.
—A ver pásamelo… ¿Bueno…? ¿Qué pasó…? Cómo has estado cabrón…? JA JAJA…

Pinche gordo. Como si de veras. Por la cabeza me pasó un pensamiento: y si fuera escritor, si pudiera tutear a Fadanelli, aún más: si pudiera pendejearlo, mentarle la madre en buena onda. Qué encabronadas ganas me daba poder hacer eso. Pero ahora me besaba la chica del gordo, estaba bebiendo. Y una farra no se deja a medias.

3.- Vestía pantalón negro de mezclilla, chamarra verde olivo y cachucha negra, con una calavera por el frente. Se ve muy diferente en las solapas de sus libros, en las fotos de los periódicos. Francamente parece un pobre diablo; pero tiene cuarenta y un años y sabe haces lo suyo: escribir. Y se ha tirado cuerpos con los que yo sudo solitariamente.
Pidió un a cerveza y jugo de tomate “para ir mezclando”. Por principio de cuentas, yo me quedé con esa frase que me pareció sacada de un libro, o digna de aparecer en uno.
El padrote se acercó y ofreció las de la casa. Fadanelli bromeó sobre el asunto y soltó una risotada, pero bebió. La tarde empezó a todo mi gusto. Estar allí me pareció como vivir en un cuadro de museo. Fadanelli hablaba de Calos Monsiváis como yo lo hago de mi vecino, decía que Sergio Pitol—uno de mis héroes— era una señora. Se burlaba a palta tendida de El Gordo, de Mario Bellatín, de sí mismo. Luego hablamos de cosas que no recuerdo bien a bien, pero que me hicieron estremecer; la sensación no se olvida. Salimos caída la noche. Yo me fui en el carro de Fadanelli, un último modelo muy incómodo. Agarramos carretera y llegamos al table. Creo que habíamos bebido mucho, porque cada cual decía que la buenísima, una cubana nalgona, le guiñaba el ojo. Yo también creí que me lo guiñaba a mí. Al final la compramos junto con otras tres. Allí mismo abandoné a mi nueva novia, la ex del gordo.
Todas olían a mujer de verdad. A licor, a mucho mucho sexo, a carne. Nos turnamos como pudimos. Mientras tres se repartían con una, dos me satisficieron, y la cubana, a Fadanelli. En esa ocasión sentí la necesidad de saber hablarle a una verdadera mujer, como Fadanelli mientras lo hacían de a perrito.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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