Entrevista con Luis Corrales Vivar, a su vez entrevistador de Garibay.
Pende en la pared una carta firmada por Ricardo Garibay. Tiene fecha de 1997, dos años antes de la muerte del maestro. En ella le agradece al arquitecto Luis Corrales Vivar su amistad, su paciencia y sapiencia. El estudio está rodeado de libros, discos, revistas, casetes desde el suelo hasta el techo. Al centro, un escritorio sirve de defensa al arquitecto, o más bien, al columnista, lector profesional, promotor cultural y catedrático universitario (arquitecto en adelante) que es Luis Corrales.
Quien los recuerda, sabe la importancia que tuvieron los Diálogos hidalguenses a inicios de la década pasada en nuestra entidad. En ellos, Ricardo Garibay y Luis Corrales platicaban cada semana en el canal televisivo local sobre las Pasiones del Hombre. De ahí derivó un libro homónimo de dicho programa: Diálogos hidalguenses.
La fortuna hizo que, en un año de programas sin interrupción, Luis Corrales trabara amistad “de respeto pero de veras” con don Ricardo Garibay, el de Tulancingo Hidalgo. A seis años de su muerte, el arquitecto platica quién era Garibay, cuál era su relación con Hidalgo del cual, “Ricardo Garibay sentía profundo cariño”. “Incluso, dice el arquitecto, una ocasión el gobernador Jesús Murillo nos invitó a pasear en helicóptero. Fuimos a la sierra tepehua, luego fuimos a la huasteca y al final a la Sierra alta. A propósito regresamos por la Sierra alta para volar por Metztitlán. Y me consta que el maestro, cuando el gobernador le dijo ‘maestro ahí está su pueblo’, Garibay derramó lágrimas. Vio desde arriba la población donde había gozado tanto tiempo su niñez. Se acordó de su madre, de su familia, y se conmovió profundamente.
“Cuando llegamos de ese largo paseo de todo un día volando sobre nuestro estado, llegamos a las cinco de la tarde. El gobernador se fue a la Ciudad de México y nosotros a comer. El maestro venía totalmente cambiado; él decía que el gobierno no debería hacer giras porque le parecía que se perdía el tiempo. Pero después de ver la orografía se dio cuenta que era imposible que llegaran los libros, la educación, las obras... a todas esas miles de pequeña poblaciones. Vio qué difícil era llegar a determinada población, porque en kilómetros no habíamos visto camino alguno, sino simples montañas.
“Ahí cambó su punto de vista. Y partir de ese momento tuvo mayor conciencia del tiempo que no le había dedicado a su estado. Pero ya era tarde: él era un hombre grande y lo único que hizo fue afirmar esa pasión que sentía por nuestro estado, al grado de que en un programa dijo: que alguien había dicho que él no amaba Hidalgo, pero que lo contradecía por entero, que él sentía sus raíces profundamente en nuestro estado.
“Fue un hidalguense de cepa. El tipo de hidalguense que trasciende y pone en alto el nombre de su tierra.”
Garibay el amigo
“Don Ricardo era una persona difícil de tratar”, abre Luis Corrales la plática. “Aparentemente tenía un carácter fuerte y respondía con demasiada firmeza, y era muy claridoso, es decir, no se medía con sus opiniones. Pero lo que lo salvaba eran dos cosas: en primer lugar, su gran calidad cultural; es decir, el gran acervo con que contaba le permitía dar opiniones muy precisas. Y por otro lado, era un hombre que, ya tratándolo, tenía el carácter muy bondadoso. No era aquél hombre que aparentaba ser. Yo le llegué a decir que su actitud de viejo enojón era una coraza con la que defendía su alma de niño. Y, por su puesto, que se enojaba cuando le decía eso”.
-¿Cómo nació su relación con el maestro, cómo fueron sus experiencias mutuas?
-Decía que muy poco le había entregado a su estado, por eso tenía esa tentación de hacer algo: penaba que hacer un programa de televisión en donde él actuara sería bueno.
“Yo consulté el asunto con la autoridad de gobierno, y me autorizó por supuesto que se hiciera. Y así hicimos un programa durante un año, durante el cual lo traté cada mes.
“Tuve la oportunidad de tratarlo como un amigo, y para mí fue una experiencia inolvidable porque aprendí mucho de él, era un pozo de sabiduría: se había pasado toda la vida leyendo y escribiendo.”
-Además de la literatura, que es evidente, ¿qué temas le apasionaban al maestro?
-Después de la literatura, que era el fundamento de su vida, para lo que vivía , para lo que existía; después de ella, le interesaba mucho la política. Conocía mucho de política nacional.
“Pero no se metía, le apasionaba pero no participaba. Era un crítico, un opinador. Nunca tuvo deseos de entrar en ella, porque su vida era simplemente leer y escribir. Él mismo decía que se pasaba diez horas diarias leyendo y escribiendo. Y la fama y el prestigio que tenía, le permitía (en los últimos diez años de su vida, no antes) tener una vida económica desahogada, y se podía dedicar a escribir y a leer todo el día.
“Luego de la literatura, no le interesaba nada, ni la religión, ni el deporte, no le interesaban los espectáculos.”
El “Samurai de Cuernavaca” escribió un guión para cine sobre la vida de Rubén Olivares, llamado Las glorias del Gran Púas. Él admiraba al “Púas“ Olivares: boxeador varias veces campeón nacional. Y es que Ricardo Garibay también había sido boxeador.
“Sí le gustaba el box. Pero no le interesaba ese box de la televisión; tampoco quería saber lo que estaba pasando en los escenarios. Pero él había sido boxeador. Todavía a los 60 años practicaba. En su jardín de Cuernavaca practicaba. Se reunía con un sparring, que tenía costumbre de asistir ahí, y se daba unos rounds. Y sí, era bueno para el deporte del pugilato.”
Garibay: el grande desconocido
El autor de las novelas La casa que arde de noche y Par de reyes nunca tuvo el Premio Nacional de Literatura, ni el Herralde de novela, ni el Premio Mazatlán, ni el Aguascalientes. Salvo unos contados, no tuvo reconocimientos. Lo que es más, los criticaba, y, de paso, despreciaba a los galardonados. Sin embargo, parece, le hubiera encantado recibir alguno.
-¿Le habrán faltado reconocimientos al maestro?
-Un día platicamos de eso, y me dijo que a él no le importaban los reconocimientos excepto el premio Nobel. Pero se reía inmediatamente. Él decía que había una especie de mafia en la entrega de premios de la literatura mexicana que controlaban cuatro o cinco escritores. Que ellos decidían quién ganaba, y que, por su puesto, lo tenían excluido. Aunque le dieron varios premios en el interior del país, realmente él despreciaba muchos de los premios convencionales que había. “Decía que estaban planeados, que era más política que reconocimiento a la calidad literaria.”
-El hecho de que el maestro sí quiera a su estado me causa sorpresa porque él mismo aborrecía ese sentimiento que llamaba de “mexicana provincia”. Y lo culpaba precisamente de muchos problemas presentes en el pueblo mexicano.
-En el aspecto cultural hay una enorme diferencia entre los círculos de la Ciudad de México y los que se dan en los estados. Hay mucha chabacanería, mucho entreguismo al oficialismo.
“Él consideraba que la única forma de estar al tanto de las corrientes literarias era vivir en el Distrito Federal. Pero sí quería mucho al estado. Incluso en sus últimos diez años de vida (le sucede mucho a las personas, que en sus últimos años busquen sus raíces), y él las encontraba en Hidalgo.
“Su madre era de Metztitlán, y luego vivieron en Tulancingo por un trabajo que le ofrecieron a su padre, y ahí nació él accidentalmente. Pero en vacaciones de niño venía a Metztitlán a casa de sus abuelos. Y él consideraba a Metztitlán como su origen como su cuna. Él decía: “Caminar entre las calles de Metztitlán es como entrar al torrente sanguíneo del cuerpo de mi madre”.
Odios y amores
La gran pasión del nacido en Tulancingo en 1923 era sólo una: La literatura. Él lo decía: admiraba a los autores franceses, ingleses, rusos, japoneses. Era un gran conocedor de la literatura japonesa. También era un gran conocedor de los autores del Siglo de Oro español. Admiraba a Lope de Vega, a Calderón de la Barca, de Garcilaso de la Vega.
“Despreciaba, en cambio, a poetas modernos, explica Luis Corrales. Ésa era una de sus características. Peleaba conmigo porque yo admiraba a Neruda, porque le mencionaba a Octavio Paz. A Carlos Fuentes lo trataba mal en sus opiniones. Porque él se sentía mejor que ellos o al nivel de ellos. Pero como ellos estaban en los premios, y con los homenajes, seguramente le causaba envidia profesional natural. Pues él era igual o mejor que ellos.
-¿Vivía apasionadamente?
-Con mucha intensidad. Era un intenso fumador. Era un buen bebedor. Había bebido bastante y bien. Sabía beber. No era un dipsómano ni mucho menos. No cayó en el alcoholismo ni de lejos. Bebía a la usanza europea. El europeo bebe diario, bebe coñac, bebe brandy, bebe whisky... y, sin embargo, no es borracho. Y don Ricardo era un buen bebedor de buenos vinos, de vino tinto. Nunca se extralimitada. Acostumbraba cenar con vino, y en una ocasión que estuve con él, tenía a la concurrencia en absoluto silencio escuchándolo.
-¿Cómo era su relación con la parte espiritual, mística, que él admiraba tanto en las letras?
-En ese sentido él era un poco contradictorio. Por una parte se declaraba no religioso, ni practicante, e incluso no creyente; siendo de una familia sumamente católica, en donde, cuando niño, rezaban diario el rosario hincados. Tenía una educación religiosa “de veras, arquitecto, me decía, no crea que como ahora que son católicos y no practican, no, mi madre nos hacía rezar a diario”.
"Sus hermanos eran muy católicos, y yo pienso que sen su interior él también tenía fe, pero se había abandonado de ello. Sin embargo amaba la literatura religiosa o, como él la llamaba, mística; como san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús. Pero también adoraba pasajes de la Biblia. Decía que el Cantar de los cantares era el mejor poema que el hombre pudiera escribir. Tenía sumamente estudiado el libro. Amaba ese poema."
Pende en la pared una carta firmada por Ricardo Garibay. Tiene fecha de 1997, dos años antes de la muerte del maestro. En ella le agradece al arquitecto Luis Corrales Vivar su amistad, su paciencia y sapiencia. El estudio está rodeado de libros, discos, revistas, casetes desde el suelo hasta el techo. Al centro, un escritorio sirve de defensa al arquitecto, o más bien, al columnista, lector profesional, promotor cultural y catedrático universitario (arquitecto en adelante) que es Luis Corrales.
Quien los recuerda, sabe la importancia que tuvieron los Diálogos hidalguenses a inicios de la década pasada en nuestra entidad. En ellos, Ricardo Garibay y Luis Corrales platicaban cada semana en el canal televisivo local sobre las Pasiones del Hombre. De ahí derivó un libro homónimo de dicho programa: Diálogos hidalguenses.
La fortuna hizo que, en un año de programas sin interrupción, Luis Corrales trabara amistad “de respeto pero de veras” con don Ricardo Garibay, el de Tulancingo Hidalgo. A seis años de su muerte, el arquitecto platica quién era Garibay, cuál era su relación con Hidalgo del cual, “Ricardo Garibay sentía profundo cariño”. “Incluso, dice el arquitecto, una ocasión el gobernador Jesús Murillo nos invitó a pasear en helicóptero. Fuimos a la sierra tepehua, luego fuimos a la huasteca y al final a la Sierra alta. A propósito regresamos por la Sierra alta para volar por Metztitlán. Y me consta que el maestro, cuando el gobernador le dijo ‘maestro ahí está su pueblo’, Garibay derramó lágrimas. Vio desde arriba la población donde había gozado tanto tiempo su niñez. Se acordó de su madre, de su familia, y se conmovió profundamente.
“Cuando llegamos de ese largo paseo de todo un día volando sobre nuestro estado, llegamos a las cinco de la tarde. El gobernador se fue a la Ciudad de México y nosotros a comer. El maestro venía totalmente cambiado; él decía que el gobierno no debería hacer giras porque le parecía que se perdía el tiempo. Pero después de ver la orografía se dio cuenta que era imposible que llegaran los libros, la educación, las obras... a todas esas miles de pequeña poblaciones. Vio qué difícil era llegar a determinada población, porque en kilómetros no habíamos visto camino alguno, sino simples montañas.
“Ahí cambó su punto de vista. Y partir de ese momento tuvo mayor conciencia del tiempo que no le había dedicado a su estado. Pero ya era tarde: él era un hombre grande y lo único que hizo fue afirmar esa pasión que sentía por nuestro estado, al grado de que en un programa dijo: que alguien había dicho que él no amaba Hidalgo, pero que lo contradecía por entero, que él sentía sus raíces profundamente en nuestro estado.
“Fue un hidalguense de cepa. El tipo de hidalguense que trasciende y pone en alto el nombre de su tierra.”
Garibay el amigo
“Don Ricardo era una persona difícil de tratar”, abre Luis Corrales la plática. “Aparentemente tenía un carácter fuerte y respondía con demasiada firmeza, y era muy claridoso, es decir, no se medía con sus opiniones. Pero lo que lo salvaba eran dos cosas: en primer lugar, su gran calidad cultural; es decir, el gran acervo con que contaba le permitía dar opiniones muy precisas. Y por otro lado, era un hombre que, ya tratándolo, tenía el carácter muy bondadoso. No era aquél hombre que aparentaba ser. Yo le llegué a decir que su actitud de viejo enojón era una coraza con la que defendía su alma de niño. Y, por su puesto, que se enojaba cuando le decía eso”.
-¿Cómo nació su relación con el maestro, cómo fueron sus experiencias mutuas?
-Decía que muy poco le había entregado a su estado, por eso tenía esa tentación de hacer algo: penaba que hacer un programa de televisión en donde él actuara sería bueno.
“Yo consulté el asunto con la autoridad de gobierno, y me autorizó por supuesto que se hiciera. Y así hicimos un programa durante un año, durante el cual lo traté cada mes.
“Tuve la oportunidad de tratarlo como un amigo, y para mí fue una experiencia inolvidable porque aprendí mucho de él, era un pozo de sabiduría: se había pasado toda la vida leyendo y escribiendo.”
-Además de la literatura, que es evidente, ¿qué temas le apasionaban al maestro?
-Después de la literatura, que era el fundamento de su vida, para lo que vivía , para lo que existía; después de ella, le interesaba mucho la política. Conocía mucho de política nacional.
“Pero no se metía, le apasionaba pero no participaba. Era un crítico, un opinador. Nunca tuvo deseos de entrar en ella, porque su vida era simplemente leer y escribir. Él mismo decía que se pasaba diez horas diarias leyendo y escribiendo. Y la fama y el prestigio que tenía, le permitía (en los últimos diez años de su vida, no antes) tener una vida económica desahogada, y se podía dedicar a escribir y a leer todo el día.
“Luego de la literatura, no le interesaba nada, ni la religión, ni el deporte, no le interesaban los espectáculos.”
El “Samurai de Cuernavaca” escribió un guión para cine sobre la vida de Rubén Olivares, llamado Las glorias del Gran Púas. Él admiraba al “Púas“ Olivares: boxeador varias veces campeón nacional. Y es que Ricardo Garibay también había sido boxeador.
“Sí le gustaba el box. Pero no le interesaba ese box de la televisión; tampoco quería saber lo que estaba pasando en los escenarios. Pero él había sido boxeador. Todavía a los 60 años practicaba. En su jardín de Cuernavaca practicaba. Se reunía con un sparring, que tenía costumbre de asistir ahí, y se daba unos rounds. Y sí, era bueno para el deporte del pugilato.”
Garibay: el grande desconocido
El autor de las novelas La casa que arde de noche y Par de reyes nunca tuvo el Premio Nacional de Literatura, ni el Herralde de novela, ni el Premio Mazatlán, ni el Aguascalientes. Salvo unos contados, no tuvo reconocimientos. Lo que es más, los criticaba, y, de paso, despreciaba a los galardonados. Sin embargo, parece, le hubiera encantado recibir alguno.
-¿Le habrán faltado reconocimientos al maestro?
-Un día platicamos de eso, y me dijo que a él no le importaban los reconocimientos excepto el premio Nobel. Pero se reía inmediatamente. Él decía que había una especie de mafia en la entrega de premios de la literatura mexicana que controlaban cuatro o cinco escritores. Que ellos decidían quién ganaba, y que, por su puesto, lo tenían excluido. Aunque le dieron varios premios en el interior del país, realmente él despreciaba muchos de los premios convencionales que había. “Decía que estaban planeados, que era más política que reconocimiento a la calidad literaria.”
-El hecho de que el maestro sí quiera a su estado me causa sorpresa porque él mismo aborrecía ese sentimiento que llamaba de “mexicana provincia”. Y lo culpaba precisamente de muchos problemas presentes en el pueblo mexicano.
-En el aspecto cultural hay una enorme diferencia entre los círculos de la Ciudad de México y los que se dan en los estados. Hay mucha chabacanería, mucho entreguismo al oficialismo.
“Él consideraba que la única forma de estar al tanto de las corrientes literarias era vivir en el Distrito Federal. Pero sí quería mucho al estado. Incluso en sus últimos diez años de vida (le sucede mucho a las personas, que en sus últimos años busquen sus raíces), y él las encontraba en Hidalgo.
“Su madre era de Metztitlán, y luego vivieron en Tulancingo por un trabajo que le ofrecieron a su padre, y ahí nació él accidentalmente. Pero en vacaciones de niño venía a Metztitlán a casa de sus abuelos. Y él consideraba a Metztitlán como su origen como su cuna. Él decía: “Caminar entre las calles de Metztitlán es como entrar al torrente sanguíneo del cuerpo de mi madre”.
Odios y amores
La gran pasión del nacido en Tulancingo en 1923 era sólo una: La literatura. Él lo decía: admiraba a los autores franceses, ingleses, rusos, japoneses. Era un gran conocedor de la literatura japonesa. También era un gran conocedor de los autores del Siglo de Oro español. Admiraba a Lope de Vega, a Calderón de la Barca, de Garcilaso de la Vega.
“Despreciaba, en cambio, a poetas modernos, explica Luis Corrales. Ésa era una de sus características. Peleaba conmigo porque yo admiraba a Neruda, porque le mencionaba a Octavio Paz. A Carlos Fuentes lo trataba mal en sus opiniones. Porque él se sentía mejor que ellos o al nivel de ellos. Pero como ellos estaban en los premios, y con los homenajes, seguramente le causaba envidia profesional natural. Pues él era igual o mejor que ellos.
-¿Vivía apasionadamente?
-Con mucha intensidad. Era un intenso fumador. Era un buen bebedor. Había bebido bastante y bien. Sabía beber. No era un dipsómano ni mucho menos. No cayó en el alcoholismo ni de lejos. Bebía a la usanza europea. El europeo bebe diario, bebe coñac, bebe brandy, bebe whisky... y, sin embargo, no es borracho. Y don Ricardo era un buen bebedor de buenos vinos, de vino tinto. Nunca se extralimitada. Acostumbraba cenar con vino, y en una ocasión que estuve con él, tenía a la concurrencia en absoluto silencio escuchándolo.
-¿Cómo era su relación con la parte espiritual, mística, que él admiraba tanto en las letras?
-En ese sentido él era un poco contradictorio. Por una parte se declaraba no religioso, ni practicante, e incluso no creyente; siendo de una familia sumamente católica, en donde, cuando niño, rezaban diario el rosario hincados. Tenía una educación religiosa “de veras, arquitecto, me decía, no crea que como ahora que son católicos y no practican, no, mi madre nos hacía rezar a diario”.
"Sus hermanos eran muy católicos, y yo pienso que sen su interior él también tenía fe, pero se había abandonado de ello. Sin embargo amaba la literatura religiosa o, como él la llamaba, mística; como san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús. Pero también adoraba pasajes de la Biblia. Decía que el Cantar de los cantares era el mejor poema que el hombre pudiera escribir. Tenía sumamente estudiado el libro. Amaba ese poema."
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