Reportaje que publiqué en Milenio.
Estrellas centelleantes que titilan en el cielo raso y oscuro del centro nocturno, los ojos azulados y fulgurantes de Brenda iluminan su morena tez de apenas 22 años, al tiempo que con un incesante movimiento de sus afiladas manos y contorneo de su silueta, accede una entrevista. “Pero bailamos”, condiciona. Lo admito, el timbre meloso y aguzado de su voz me lleva a la distracción.
Brenda es prostituta.
Originaria de Ciudad Sahagún, Hidalgo, Brenda se renta desde los 13 años, y adoptó esta forma de vida por su madre, quien le decía que, como era muy hermosa, gustaría mucho a los hombres y amasaría fortuna. Por las noches, le arreglaba citas y se quedaba cerca para cobrar el servicio. Cada noche, Brenda se acostaba con cuatro o cinco hombres.
No muy lejos de donde Brenda, en el conjunto habitacional Rojo Gómez habita Cinthya, 15 años, a quien también arrastraron a prostituirse. Trabajadores del comercio informal, los padres de Cinthya la obligaron a rentar su cuerpo para completar el ingreso de casa.
En Los Cides, poblado de Tepeapulco, Angélica, 14 años, abandonó el colegio a instancias de dos amigas, para ejercer la prostitución y probar las juergas y la bebida. Fue en Pachuca donde conoció a Patricia, originaria de Chiconcuac, localidad del municipio Tlanalapa.
Patricia no rebasaba los 7 años cuando su hermano le puso las manos encima; lo siguieron su padrastro y dos medios hermanos. Sin remedio, empezó en la prostitución desde los 13. Hace 2 años, el 25 de julio, cumplió su mayoría de edad, y festejó su cumpleaños de forma ciertamente nada envidiable: en la fiesta de despedida de soltero de su hermano, ¡que echó mano de ella como variedad para sus amigos! Esa noche fue contratada por siete hombres, tres de los cuales pagaron por intimar hasta en dos ocasiones.
Al rememorarlo, entre bocanadas de tabaco y risas, Patricia razona: “Por lo menos la pachanguita me dejó un buen billete, mi amor –me dice-, porque hasta a mi carnal le costó su buen trabajito. En este negocio no existe la amistad ni la familia. Todo es negocio”.
Lo peor sobrevino a poco. Patricia contactó al reportero para informar su desgracia: un médico de Ciudad Sahagún la diagnosticó portadora del VIH. Para rematar, le aqueja un progresivo cáncer intrauterino y está embarazada, sin saber quién es el padre.
En muchos lugares dentro de la demarcación municipal, el problema de la prostitución infantil es una realidad en crecimiento, de signo trágico para sus oficiantes. Las más de las ocasiones, las adolescentes que se prestan sus servicios sexuales –sea que lo hagan esporádicamente o se dediquen de lleno- acaban cometiendo delitos o metidas en el consumo de drogas.
En la cabecera municipal, en dos populares centros nocturnos que operan con licencias de funcionamiento comercial de “restaurante-bar con espectáculo nocturno” –eufemismo que las autoridades dan en utilizar para desembarazarse del término table dance- hay meretrices cuyas edades fluctúan entre los 16 y 18 años.
Adelina y Raquel, 17 años ambas, estudiantes de preparatoria en Ciudad Sahagún ejercen la prostitución sólo en fin de semana, deambulando sobre las avenidas Allende y Chimalpáhin, en esta misma localidad:
“Sólo se trata de divertirse y probar nuevas experiencias –buscan explicar-. Es parte del destrampe de la chaviza y es mejor que andar de narcas o drogadictas”.
En este municipio, cuyo tamañito haría pensar que las adolescentes ignoran esta actividad (la más vieja del mundo, reza el refrán), la situación toma proporciones desconcertantes: según ellas, no son pocas las niñas que piden oportunidad de probarse en este oficio, por las ventajas que deriva la prostitución.
Aunque reconocieron haber probado algunos tipos de droga, sostienen que no han adquirido el vicio. Pero dicen con un raro orgullo haber perdido la virginidad a los 12 años. Y prefieren ¡no utilizar algún tipo de protección durante el coito! Las dos poseen automóvil propio.
Se podría asegurar que ejercen sin arrepentimientos su ocasional y bien remunerado oficio. No me dan motivos para pensar que se apartarán de él pronto. Antes bien, un curioso aire de altivez las hace verse seguras de lo que están haciendo.
Estrellas centelleantes que titilan en el cielo raso y oscuro del centro nocturno, los ojos azulados y fulgurantes de Brenda iluminan su morena tez de apenas 22 años, al tiempo que con un incesante movimiento de sus afiladas manos y contorneo de su silueta, accede una entrevista. “Pero bailamos”, condiciona. Lo admito, el timbre meloso y aguzado de su voz me lleva a la distracción.
Brenda es prostituta.
Originaria de Ciudad Sahagún, Hidalgo, Brenda se renta desde los 13 años, y adoptó esta forma de vida por su madre, quien le decía que, como era muy hermosa, gustaría mucho a los hombres y amasaría fortuna. Por las noches, le arreglaba citas y se quedaba cerca para cobrar el servicio. Cada noche, Brenda se acostaba con cuatro o cinco hombres.
No muy lejos de donde Brenda, en el conjunto habitacional Rojo Gómez habita Cinthya, 15 años, a quien también arrastraron a prostituirse. Trabajadores del comercio informal, los padres de Cinthya la obligaron a rentar su cuerpo para completar el ingreso de casa.
En Los Cides, poblado de Tepeapulco, Angélica, 14 años, abandonó el colegio a instancias de dos amigas, para ejercer la prostitución y probar las juergas y la bebida. Fue en Pachuca donde conoció a Patricia, originaria de Chiconcuac, localidad del municipio Tlanalapa.
Patricia no rebasaba los 7 años cuando su hermano le puso las manos encima; lo siguieron su padrastro y dos medios hermanos. Sin remedio, empezó en la prostitución desde los 13. Hace 2 años, el 25 de julio, cumplió su mayoría de edad, y festejó su cumpleaños de forma ciertamente nada envidiable: en la fiesta de despedida de soltero de su hermano, ¡que echó mano de ella como variedad para sus amigos! Esa noche fue contratada por siete hombres, tres de los cuales pagaron por intimar hasta en dos ocasiones.
Al rememorarlo, entre bocanadas de tabaco y risas, Patricia razona: “Por lo menos la pachanguita me dejó un buen billete, mi amor –me dice-, porque hasta a mi carnal le costó su buen trabajito. En este negocio no existe la amistad ni la familia. Todo es negocio”.
Lo peor sobrevino a poco. Patricia contactó al reportero para informar su desgracia: un médico de Ciudad Sahagún la diagnosticó portadora del VIH. Para rematar, le aqueja un progresivo cáncer intrauterino y está embarazada, sin saber quién es el padre.
En muchos lugares dentro de la demarcación municipal, el problema de la prostitución infantil es una realidad en crecimiento, de signo trágico para sus oficiantes. Las más de las ocasiones, las adolescentes que se prestan sus servicios sexuales –sea que lo hagan esporádicamente o se dediquen de lleno- acaban cometiendo delitos o metidas en el consumo de drogas.
En la cabecera municipal, en dos populares centros nocturnos que operan con licencias de funcionamiento comercial de “restaurante-bar con espectáculo nocturno” –eufemismo que las autoridades dan en utilizar para desembarazarse del término table dance- hay meretrices cuyas edades fluctúan entre los 16 y 18 años.
Adelina y Raquel, 17 años ambas, estudiantes de preparatoria en Ciudad Sahagún ejercen la prostitución sólo en fin de semana, deambulando sobre las avenidas Allende y Chimalpáhin, en esta misma localidad:
“Sólo se trata de divertirse y probar nuevas experiencias –buscan explicar-. Es parte del destrampe de la chaviza y es mejor que andar de narcas o drogadictas”.
En este municipio, cuyo tamañito haría pensar que las adolescentes ignoran esta actividad (la más vieja del mundo, reza el refrán), la situación toma proporciones desconcertantes: según ellas, no son pocas las niñas que piden oportunidad de probarse en este oficio, por las ventajas que deriva la prostitución.
Aunque reconocieron haber probado algunos tipos de droga, sostienen que no han adquirido el vicio. Pero dicen con un raro orgullo haber perdido la virginidad a los 12 años. Y prefieren ¡no utilizar algún tipo de protección durante el coito! Las dos poseen automóvil propio.
Se podría asegurar que ejercen sin arrepentimientos su ocasional y bien remunerado oficio. No me dan motivos para pensar que se apartarán de él pronto. Antes bien, un curioso aire de altivez las hace verse seguras de lo que están haciendo.
4 comentarios:
MUY BUEN REPORTAJE PODRIAS PUBLICAR MAS DE ESTA SERIE, UN GRAN PROBLEMA SOCIAL
DONDE SE CONTACTAN?
Hola
Hola
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