novela que le valió a Guillermo J. Fadanelli el premio IMPAC-CONARTE-ITESM de Novela 1997-1998, es ante todo una historia del lumpen mexicano, particularmente del de la capital del País. Pero narrada bajo la óptica de un autor que, entre otros vicios, tiene el de perderse en las historias sobre las que escribe. Conoce a sus personajes en directo para después, digamos, moldearlos y meterlos a las historias que crea. Las calles desoladas del centro de la Ciudad de México, los olores infames de moteles “hechos todos como de un mismo molde” —describe el autor—, las ratas que salen de las coladeras para rumiar en las cocinas, el cochambre en los vasos y los vasos con líquidos ambarinos sobre la barra de una cantina. Tales, entre otros, los escenarios más recurrentes del autor. El ambiente de La otra cara… es lóbrego. La ilación de la historia a ratos tiene un aire de fragoroso desorden. Las diferentes velocidades que se imprimen a la narración, las imágenes (una suerte de fotografías embriagadoras de la miseria), los súbitos cortes y arranques de la acción (un capítulo da inicio con una bala atravesando el centro de un cráneo; otro concluye cuando alguien es trepado a la patrulla y desaparecerá para siempre); son, digo, entre otros, matices salientes de la novela. Y los personajes.
Juan, el Johnny Ramírez, es el central. Ha sido extraído de la narrativa bukowskiana y pertenece al grupo de los que Guadalupe Nettel le atribuye, como constitucionalmente, a la obra entera de Fadanelli ; obra que se puede insertar en el norteamericano canon del “viejo indecente”. El autor tiene (como es fama) al underground por predilecto medio ambiente y en su obra se advierte ese ritornello cada vez menos extraño de la conformidad ante la gran mierda que es el mundo. Su más reciente novela, Educar a los topos, es acaso la primera digresión de esta línea que ha venido siguiendo, olisqueando, la pluma de Fadanelli; pero acaso también esta nueva novela, una suerte de autobiografía (¿qué libro no lo es?), marque el comienzo de una desconocida línea narrativa en el escritor. Tal vez vaya entrando a éste ámbito: uno donde la narración de las historias cede terreno al de la reflexión del autor sobre sus creaciones. No me extraña de él, experto en filosofía. Pero eso es lo nuevo; todavía hasta su anterior libro de relatos Compraré un rifle las cosas permanecían igual en Fadanelli, y La otra cara de Rock Hudson está en la cima de esa literatura que aquí queremos explorar.
Rock Hudson es un rubio yanqui en traje de baño. Así aparece en la imagen que pende detrás del mostrador desde el cual, un gordo Rogelio atiende el motel de la calle Orizaba. La llave que tiene en las manos se la entregó hace rato el camarero. Recién hizo la limpieza en la habitación que el Johnny Ramírez desocupó. Ha salido desde temprano hacia un rumbo desconocido. Nunca nadie sabe a donde va el Johnny; él tiene sus negocios.En una mesa del café de chinos esperan sentados dos adolescentes, de indefinible edad: lo mismo pueden tener 12 que 21 años, nada de su aspecto miserable los hace diferentes a otros como ellos. Conversan, cuando la puerta giratoria hace sonar las campanillas, bañadas por una fina capa de polvo, oscilantes en el techo. Es el Johnny. Se acerca e inicia la plática. Va a proponerles un bisne. Ambos tiemblan. ¿De emoción, de miedo?
Uno de ellos a lo largo de toda la novela hace de alter ego del Johnny. La narración ocurre a dos voces. Una le pertenece a ese habitual narrador en tercera persona, otra al dicho alter ego. Los episodios donde el Johnny es el personaje, están a cargo del tercer narrador; cuando entra su alter ego a la fiesta, es él quien narra. Aquí la trabazón de la historia. La formalidad maestra del escritor under. ¡El padre del underground!, me gritó un amigo quinceañero, una vez terminando de leer la novela, que se parte en dos secciones cardinales.
La primera ocupa el 80 por ciento de las páginas y se fragmenta en pequeñas narraciones íntegras, casi cuentos. Uno y otro saltan hablando de los dos personajes. Sus vidas se entremezclan, paso a paso, no sólo en la historia sino en el vaivén de la temporalidad en que ocurren los hechos: pasado, presente y futuro, al mismo tiempo. No hay la fluidez que resulta de saber armar una máquina, por literaria que ésta sea, sino la de una construcción preconcebida y pergeñada bien. Esa formalidad, aparente hija de la informalidad y la ocurrencia, me hace pensar en las novelas de Benito Pérez Galdós, que inician en una parte cualquiera de la historia (qué aburrido iniciar desde el principio) y acaban en otra, no sin haber hecho las visitas necesarias a los puntos más importantes del argumento. Por otra parte, La otra cara… es un mundo cerrado. Es hermética hacia exterior —perro que muestra los dientes— y escasas veces da cuenta de otra cosa que no sea la tesis que ella misma plantea. Esto y lo anterior, los capítulos-cuentos, facilita a su autor tocar los puntos capitales de la historia, hilvanarlos sin riesgo de perder el cauce.
La segunda sección axial, últimas quince o veinte páginas, hace, claro está, de conclusión a la historia del Johnny y de su personaje-espejo. No es sino hasta este momento cuando advertimos por qué ocurrieron así los hechos; la última página da marcha atrás hasta regresar al comienzo, y revela la combinación que permanecía semioculta en las páginas previas. El Johnny es capturado, su alter ego pasa a habitar el antiguo cuarto de hotel que el otro deja, y el Rock Hudson reina detrás del mostrador, desde donde un ventrudo Rogelio dirige una sonrisa tierna pero maliciosa hacia la calle por donde cruzan las personas. La historia inicia donde empezó, sin ser aburridamente adivinable que así ocurriría. Entre otras cosas, tal vez por eso La otra cara… es la cima de esta obra underground de Fadanelli, a la que él da en llamar “literatura basura”.
Por: Luis Frías,
para la revista mexicana Vía libre.
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