Crónica que escribí para el diario Milenio.
Más que levantarme temprano, acabé tarde. Me fui directo al zócalo, no lejos del motel donde me alojaba, el Monte Real. Me deshice de la ropa ociosa, sólo me dejé puestos los tenis, los pantalones y la playera de los Pumas. ¡De todas formas, voy directo a encuerarme! Llegué corriendo a una Plaza Constitución que tiritaba de nervios. También temblaba yo. No era frío, tampoco la vergüenza de mi floja piel...
Las cifras contaron 18 mil culos.
Como en campo de concentración, sólo que asistíamos ¡voluntariamente! a echarnos en el crematorio. ¿Será? Éramos tuberías de nerviosismo. La gente platicaba una con otra, pero poco. Una pareja se besaba con descaro ante mis ojos. Una de viejitos, platicaba con la serenidad de quien habla del sexenio de Miguel Alemán en el Sanborns. Yo, crudo a más no poder. Padecíamos la espera… por voluntad propia. Nadie nos obligó a venir en domingo a las 4 y media horas. A encuerarnos de a okis. A dejarnos fotografiar el trasero y la barrigota. A exhibir nuestras miserias. ¿Por qué vinimos, entonces, chingá! La espera no abrevió, al contrario.
La cabeza de Tunick no se asomó hasta que las puntas de la Catedral se pintaron con los primeros colores del alba. "Pinche Tunick -le gritó el de cabello largo y tatuaje en el omóplato- para qué tan temprano, mi cabrón." Mas no creo que el yanqui haya estado dormido, mientras su ejército de carne aguardaba a ser conducido al rastro. Su blanca faz asomó del balcón del hotel. Detrás suyo, los fotógrafos y camarógrafos eran legión -de hijos de la chingada, ¡vaya si lo sé!, como que soy periodista. Entonces, el centro histórico una cama, nació un edredón de piel.
Chichis grandes, chichis de perra flaca, chichis de actriz porno, guauuu, súper chichis-que-quiero-morder..., chichis pequeñas, chichitas-pezones-lindas. Nalgas. Nalgas en toda su dimensión de asiento corporal, nalgas como una copa de vino, otras como la piel del cocodrilo, otras sabrosas retando "cómo quisieras cogerme, pero no eres mi tipo, idiota", otras nalgas muy, muy feas. Panzacola se llama un pueblo de por la sierra, cuyo nombre lo ha de haber inventado algún ocioso sin oficio ni beneficio, como yo, mientras veo a las siete menos veinte del domingo varias toneladas de humanidad. Pero, pornografía no es. ¿Qué es?
El grito descendió desde el hotel. ¡Y toda la ropa fuera! Temía sufrir una erección por los nervios. Pero a la verdad, el comienzo fue algo aburrido. Nos hicieron andar en filas indias hasta donde el fotógrafo gritó "estop". Luego vinieron instrucciones. Echarse al piso boca arriba, boca abajo, ponerse de a perrito... Nada interesante, de no ser por el olor a piel. ¡Ah, el angélico aroma a humano...! Era cosa de dejarse llevar por esos deleites; el rato de verdad valía la desvelada y la vergüenza de mi piel floja bajo las lentes. Pero de súbito, la cosa tocó su fin. Más tardamos en esperar a que el fotógrafo estadounidense llegara, que lo que éste mandaba a la barahúnda de machos por sus ropitas, y nos decía chau. A un muchacho blanco como el papel se le paró el pito. Varios intercambiamos miradas, nos daba pena ajena. Tomé mis pertenencias. Estaba terminando de calzarme el tenis cuando advertí que había perdido peso. La ropa me quedaba igual, era el mismo pero era otro. "Al menos -concluí- el numerito me desapareció la cruda y me quitó el sueño." Eché a andar por entre unas calles sucias, morbosas, con gente caminando ataviada de pants, acerándose a un puesto de tamales en Isabel la Católica. Llegué al hotel Monte Real no a dormir toda la mañana, como siempre. Tenía energías. Decidí tomarme unas horas para las compras. Hice la maleta y bajé con ella en la mano a saldar la cuenta. Mas después de pagarle, el hombre detrás del mostrador me detuvo un momento. "¿Posó usted en la foto de Tunick?" Le dije que sí. Me vio pícaro. "¿Y qué tal?" Quería saber de vergas y vaginas. Sexo sexo, sexo en el zócalo. Lástima, no hubo tal cosa.
-Qué le cuento. Hubiera ido. Mañana seguramente salen las fotos en los periódicos, en la tele...
-A ver si lo reconozco.
-Ya veremos... -dije, dejando atrás el cancel giratorio.
Hay que comprar el periódico y ver si conocemos a alguien. Y quien sabe… tal vez se pueda llevar uno alguna sorpresa. Mil pesos de premio al morbo: adivinen donde aparece un pito rasurada, con verrugas . ¿Habrá alguna chica increíble, un pene de medio metro, un negro con el abdomen de metal...? Por lo que a mi respecta, todo el tonelaje de chichis, pitos, vaginas, pelos, verrugas, es también mío.
Más que levantarme temprano, acabé tarde. Me fui directo al zócalo, no lejos del motel donde me alojaba, el Monte Real. Me deshice de la ropa ociosa, sólo me dejé puestos los tenis, los pantalones y la playera de los Pumas. ¡De todas formas, voy directo a encuerarme! Llegué corriendo a una Plaza Constitución que tiritaba de nervios. También temblaba yo. No era frío, tampoco la vergüenza de mi floja piel...
Las cifras contaron 18 mil culos.
Como en campo de concentración, sólo que asistíamos ¡voluntariamente! a echarnos en el crematorio. ¿Será? Éramos tuberías de nerviosismo. La gente platicaba una con otra, pero poco. Una pareja se besaba con descaro ante mis ojos. Una de viejitos, platicaba con la serenidad de quien habla del sexenio de Miguel Alemán en el Sanborns. Yo, crudo a más no poder. Padecíamos la espera… por voluntad propia. Nadie nos obligó a venir en domingo a las 4 y media horas. A encuerarnos de a okis. A dejarnos fotografiar el trasero y la barrigota. A exhibir nuestras miserias. ¿Por qué vinimos, entonces, chingá! La espera no abrevió, al contrario.
La cabeza de Tunick no se asomó hasta que las puntas de la Catedral se pintaron con los primeros colores del alba. "Pinche Tunick -le gritó el de cabello largo y tatuaje en el omóplato- para qué tan temprano, mi cabrón." Mas no creo que el yanqui haya estado dormido, mientras su ejército de carne aguardaba a ser conducido al rastro. Su blanca faz asomó del balcón del hotel. Detrás suyo, los fotógrafos y camarógrafos eran legión -de hijos de la chingada, ¡vaya si lo sé!, como que soy periodista. Entonces, el centro histórico una cama, nació un edredón de piel.
Chichis grandes, chichis de perra flaca, chichis de actriz porno, guauuu, súper chichis-que-quiero-morder..., chichis pequeñas, chichitas-pezones-lindas. Nalgas. Nalgas en toda su dimensión de asiento corporal, nalgas como una copa de vino, otras como la piel del cocodrilo, otras sabrosas retando "cómo quisieras cogerme, pero no eres mi tipo, idiota", otras nalgas muy, muy feas. Panzacola se llama un pueblo de por la sierra, cuyo nombre lo ha de haber inventado algún ocioso sin oficio ni beneficio, como yo, mientras veo a las siete menos veinte del domingo varias toneladas de humanidad. Pero, pornografía no es. ¿Qué es?
El grito descendió desde el hotel. ¡Y toda la ropa fuera! Temía sufrir una erección por los nervios. Pero a la verdad, el comienzo fue algo aburrido. Nos hicieron andar en filas indias hasta donde el fotógrafo gritó "estop". Luego vinieron instrucciones. Echarse al piso boca arriba, boca abajo, ponerse de a perrito... Nada interesante, de no ser por el olor a piel. ¡Ah, el angélico aroma a humano...! Era cosa de dejarse llevar por esos deleites; el rato de verdad valía la desvelada y la vergüenza de mi piel floja bajo las lentes. Pero de súbito, la cosa tocó su fin. Más tardamos en esperar a que el fotógrafo estadounidense llegara, que lo que éste mandaba a la barahúnda de machos por sus ropitas, y nos decía chau. A un muchacho blanco como el papel se le paró el pito. Varios intercambiamos miradas, nos daba pena ajena. Tomé mis pertenencias. Estaba terminando de calzarme el tenis cuando advertí que había perdido peso. La ropa me quedaba igual, era el mismo pero era otro. "Al menos -concluí- el numerito me desapareció la cruda y me quitó el sueño." Eché a andar por entre unas calles sucias, morbosas, con gente caminando ataviada de pants, acerándose a un puesto de tamales en Isabel la Católica. Llegué al hotel Monte Real no a dormir toda la mañana, como siempre. Tenía energías. Decidí tomarme unas horas para las compras. Hice la maleta y bajé con ella en la mano a saldar la cuenta. Mas después de pagarle, el hombre detrás del mostrador me detuvo un momento. "¿Posó usted en la foto de Tunick?" Le dije que sí. Me vio pícaro. "¿Y qué tal?" Quería saber de vergas y vaginas. Sexo sexo, sexo en el zócalo. Lástima, no hubo tal cosa.
-Qué le cuento. Hubiera ido. Mañana seguramente salen las fotos en los periódicos, en la tele...
-A ver si lo reconozco.
-Ya veremos... -dije, dejando atrás el cancel giratorio.
Hay que comprar el periódico y ver si conocemos a alguien. Y quien sabe… tal vez se pueda llevar uno alguna sorpresa. Mil pesos de premio al morbo: adivinen donde aparece un pito rasurada, con verrugas . ¿Habrá alguna chica increíble, un pene de medio metro, un negro con el abdomen de metal...? Por lo que a mi respecta, todo el tonelaje de chichis, pitos, vaginas, pelos, verrugas, es también mío.
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