Me pregunto a quién pudo haberle servido que la UNAM permaneciera “tomada” por unos estudiantes que, teniendo todo el derecho legal para manifestarse, lo ejercieron con extravagancia entre 1999 y 2000. ¿Al rector, al Poder central, al PRD al PRI o al PAN?, ¿o a las otras universidades que durante la “huelga”, han de haber recibido más estudiantes que nunca? Pues opino que el principal beneficiado no fue ninguno de ellos.
Conviene recordar la base sobre la que ocurrieron los hechos. El rector Juan Ramón de la Fuente y el Consejo Universitario propusieron en público un aumento a las cuotas estudiantiles. Lógica en principio, pues los estudiantes de la UNAM no pagamos sino 25 centavos por todos los años que deseemos estar calentando las bancas, la propuesta fue recibida como un balde de lava hirviendo. No es éste el lugar dónde ponernos a enlistar cómo iniciaron los hechos, ni los múltiples giros que tomaron (para eso existen tanto las crónicas que hizo Carlos Monsiváis para La Jornada y Letras Libres, como las decenas de cientos de publicaciones del momento, principalmente la revista Proceso); pero sí es éste el sitio para cuestionar cómo vienen terminando.
¡Quién ha podido extirpar de la memoria aquella desagradable imagen en el televisor con un tanque militar poniéndose en marcha sobre las calles vacías de Ciudad Universitaria!
Y sin embargo, la llegada de la milicia al Campus no es nada más achacable a los "pinches neoliberales" (Kolektivo Eskoria dixit: www.kolectivoescoria.blogspot.com) sino a los estudiantes mismos. ¿O ya no se acuerdan de las fotos y entrevistas que publicó Proceso? ¡Y vaya que la revista es izquierdosa! La foto que estoy revisando en estos momentos, muestra una botella de Pepsi retornable medio llena de alcohol mezclado con peyote. El frasco descansa en el pupitre de lo que fue un salón de clases: al fondo aún puede verse el pizarrón blanco, con un Gallito Inglés pintado con plumón verde... Los estudiantes tuvieron su parte de culpa: ¡o qué universitario con todos los tornillos en su lugar no habrá dado manotazos cuando hubo visto esta fotografía!
La realidad es que luego de diez meses de permanecer “tomada” la Ciudad Universitaria, un número de estudiantes infaliblemente alto (cuya precisión no me interesa investigar) se largó a otras escuelas. Otros, se pusieron a ver televisión y embarazar muchachas o a dejarse embarazar, según el caso, y volvieron al aula como si tal cosa. Pero a un puñado de 300 alumnos los expulsó el Tribunal Universitario; de éstos, 30 cegehacheros fueron denunciados penalmente. Uno de ellos, duerme en la cárcel desde la semana anterior —por segunda vez.
A Jorge Martínez Valero, ex estudiante de politología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y enfermero general titulado A de Salubridad en Milpa Alta, se le ha dictado sentencia de cuatro años en prisión y una multa de 120 mil pesos. La pena temporal puedo entenderla; la económica, no. La jueza Isabel Cristina Porras, titular del 17 Juzgado de Distrito en Procesos Penales, dictó tres sentencias de las cuales una fue ratificada por el Primer Tribunal del Primer Circuito Unitario en Materia Penal, y eso llevó a la cárcel al cegehachero.
Con redoblada insistemcia me pregunto a quién carajos le sirve todo esto. ¿A qué tener preso a Martínez Valero? Aunque no le creo mucho de todo lo que este santo sostiene en su blog antedicho, es importante advertir que este encarcelamiento suyo, no es otra cosa que abono a la infamia universal que pesa en nuestra historia nacional, a saber, la de refundir tras las rejas a todo el que nos cae mal. La vergüenza no es para los políticos, que tienen muy poca, sino para la sociedad por entero.
Ahora bien, no hay que ir muy lejos, tenemos nuestros propios presos del naciente sexenio. Continúan encerrados en La Palma los hermanos Sosa (Flavio y Horacio), porque lideraron la -en modo alguno transparente- Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, APPO. Un juez les dictó una retahíla de delitos, entre otros, “daños a las vías generales de comunicación”. Qué descaro.
Conviene recordar la base sobre la que ocurrieron los hechos. El rector Juan Ramón de la Fuente y el Consejo Universitario propusieron en público un aumento a las cuotas estudiantiles. Lógica en principio, pues los estudiantes de la UNAM no pagamos sino 25 centavos por todos los años que deseemos estar calentando las bancas, la propuesta fue recibida como un balde de lava hirviendo. No es éste el lugar dónde ponernos a enlistar cómo iniciaron los hechos, ni los múltiples giros que tomaron (para eso existen tanto las crónicas que hizo Carlos Monsiváis para La Jornada y Letras Libres, como las decenas de cientos de publicaciones del momento, principalmente la revista Proceso); pero sí es éste el sitio para cuestionar cómo vienen terminando.
¡Quién ha podido extirpar de la memoria aquella desagradable imagen en el televisor con un tanque militar poniéndose en marcha sobre las calles vacías de Ciudad Universitaria!
Y sin embargo, la llegada de la milicia al Campus no es nada más achacable a los "pinches neoliberales" (Kolektivo Eskoria dixit: www.kolectivoescoria.blogspot.com) sino a los estudiantes mismos. ¿O ya no se acuerdan de las fotos y entrevistas que publicó Proceso? ¡Y vaya que la revista es izquierdosa! La foto que estoy revisando en estos momentos, muestra una botella de Pepsi retornable medio llena de alcohol mezclado con peyote. El frasco descansa en el pupitre de lo que fue un salón de clases: al fondo aún puede verse el pizarrón blanco, con un Gallito Inglés pintado con plumón verde... Los estudiantes tuvieron su parte de culpa: ¡o qué universitario con todos los tornillos en su lugar no habrá dado manotazos cuando hubo visto esta fotografía!
La realidad es que luego de diez meses de permanecer “tomada” la Ciudad Universitaria, un número de estudiantes infaliblemente alto (cuya precisión no me interesa investigar) se largó a otras escuelas. Otros, se pusieron a ver televisión y embarazar muchachas o a dejarse embarazar, según el caso, y volvieron al aula como si tal cosa. Pero a un puñado de 300 alumnos los expulsó el Tribunal Universitario; de éstos, 30 cegehacheros fueron denunciados penalmente. Uno de ellos, duerme en la cárcel desde la semana anterior —por segunda vez.
A Jorge Martínez Valero, ex estudiante de politología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y enfermero general titulado A de Salubridad en Milpa Alta, se le ha dictado sentencia de cuatro años en prisión y una multa de 120 mil pesos. La pena temporal puedo entenderla; la económica, no. La jueza Isabel Cristina Porras, titular del 17 Juzgado de Distrito en Procesos Penales, dictó tres sentencias de las cuales una fue ratificada por el Primer Tribunal del Primer Circuito Unitario en Materia Penal, y eso llevó a la cárcel al cegehachero.
Con redoblada insistemcia me pregunto a quién carajos le sirve todo esto. ¿A qué tener preso a Martínez Valero? Aunque no le creo mucho de todo lo que este santo sostiene en su blog antedicho, es importante advertir que este encarcelamiento suyo, no es otra cosa que abono a la infamia universal que pesa en nuestra historia nacional, a saber, la de refundir tras las rejas a todo el que nos cae mal. La vergüenza no es para los políticos, que tienen muy poca, sino para la sociedad por entero.
Ahora bien, no hay que ir muy lejos, tenemos nuestros propios presos del naciente sexenio. Continúan encerrados en La Palma los hermanos Sosa (Flavio y Horacio), porque lideraron la -en modo alguno transparente- Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, APPO. Un juez les dictó una retahíla de delitos, entre otros, “daños a las vías generales de comunicación”. Qué descaro.
2 comentarios:
Amén de lo sustancial en este brevísimo repaso de infamias, quien determinó el alza de las cuotas en la UNAM fue Barnés de Castro, no De la Fuente; éste llegó después, tras un comunicado de destacados intelectuales que sirvió de espaldarazo a la entrada de la PFP (otros militares, pero disfrazados de policías) a CU, en clara violación a la autonomía universitaria.
Saludos.
Querida Otra Chilanga:
Como has tenido la atención de leer en mi texto breve, que hayan dictado auto de formal prisión a Jorge Martínez Valero no me tiene nada contento. Antes bien, la cuestión de los presos políticos es algo que duele mucho. (Ayer mismo platicaba en una mesa redonda sobre el caso-APPO y, cómo no, de Flavio Sosa Villavicencio).
Y termino: reconocer que el legítimo movimiento estudiantil nacido a raíz del aumento del cuotas derivó en tener meados y cagados las aulas, es un acto que le permitirá a las causas futuras no perder el hilo de Ariadna elemental, que a mi juicio no es sino la sensatez.
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