La tarea de buscar sustitutos eufemísticos para evitar la discriminación o el racismo llega a resultar ridícula, impositiva, a veces falta de sentido común. Así lo demuestra el semiólogo italiano Umberto Eco en el siguiente texto, adelanto editorial de A paso de cangrejo (Debate, 2007), volumen que recoge artículos, reflexiones y decepciones que el autor de El nombre de la rosa publicó en diversos medios durante los últimos seis años.
por UMBERTO ECO
Considero que el término “políticamente correcto” se utiliza hoy día en un sentido políticamente incorrecto. En otras palabras, un movimiento de reforma lingüística ha generado usos lingüísticos desviados. Si leemos el artículo que Wikipedia (una enciclopedia on line) dedica a lo PC (así se designa ahora, mientras no se produzcan confusiones con las computadoras o con el antiguo Partido Comunista), encontraremos también la historia del término. Parece ser que en 1793 el Tribunal Supremo de Estados Unidos (en el caso denominado “Chisholm versus Georgia”) argumentó que era muy frecuente citar un Estado en vez del pueblo, para cuyo bien existe el Estado, y que por tanto era not politically correct en un brindis hablar de Estados Unidos en lugar de “el pueblo de Estados Unidos”.
A comienzos de la década de 1980, el movimiento fue cuajando en los ambientes universitarios estadounidenses, como (sigo citando de Wikipedia) una alteración del lenguaje consistente en hallar sustitutos eufemísticos para usos lingüísticos referidos a diferencias de raza, género, orientación sexual o discapacidad, religión u opiniones políticas, con el fin de eludir discriminaciones injustas (reales o ficticias) y evitar ofensas.
Todos sabemos que la primera batalla de lo PC se libró para eliminar epítetos ofensivos para la gente de color, no solo el infame nigger sino también negro, palabra que en inglés se pronuncia nigro y que suena como un préstamo del español y evoca los tiempos de la esclavitud. De ahí la adopción, primero de black y, luego, en una posterior corrección, de african-american.
Esta cuestión de la corrección es importante porque subraya un elemento fundamental de lo PC. El problema no es que “nosotros” (que estamos hablando) decidamos cómo hay que llamar a los “otros”, sino dejar que los otros decidan cómo quieren ser llamados, y si el nuevo término les sigue molestando de algún modo, aceptar la propuesta de un tercer término.
Si uno no se encuentra en una determinada situación no puede saber qué palabra molesta y ofende a aquellos que sí se encuentran en esa situación; por consiguiente, debe aceptar su propuesta. El caso típico es la decisión de utilizar la palabra invidente en lugar de ciego. Se puede considerar legítimamente que no hay nada ofensivo en el término ciego y que su uso no solo no merma, sino que refuerza el sentido de respeto y solidaridad que se debe a quienes están incluidos en esta categoría (siempre se ha hablado con cierta nobleza de Homero como del gran vate ciego); pero si quienes pertenecen a esa categoría se encuentran más cómodos con la designación de invidentes, estamos obligados a respetar su deseo.
¿Le molesta el nombre de barrendero a la persona que se dedica a ese honrado trabajo? Pues bien, si así lo desean quienes ejercen ese oficio, utilizaremos la palabra técnico ecológico. Paradójicamente, si algún día los abogados se sintieran molestos con esta denominación (tal vez por el eco de términos despectivos como abogaducho o abogado de causas perdidas) y pidieran ser llamados técnicos legales, sería una muestra de cortesía atenerse a este uso.
¿Por qué a los abogados no se les ocurriría nunca cambiar su denominación (imagínense a Gianni Agnelli pidiendo ser llamado el técnico legal Agnelli)? Porque, obviamente, los abogados están bien considerados en la sociedad y disfrutan de una excelente situación económica. Por tanto, lo que ocurre es que muchas veces la decisión PC representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más educado del lenguaje. Si se decide que a las personas que van en silla de ruedas ya no se las llama minusválidas ni tampoco discapacitadas, sino personas con capacidades diferentes, y luego no se les construyen rampas para acceder a los lugares públicos, evidentemente se ha suprimido la palabra, pero no el problema. Lo mismo cabe decir de la sustitución de desempleado por desocupado de larga duración o de despedido por en transición programada entre cambios de carrera. Véase a este propósito el libro de Edoardo Crisafulli, Igiene verbale. Il politicamente corretto e la libertà linguistica, editado por Vallecchi, que desvela todas las contradicciones, los pros y los contras de esta tendencia.
Esto explica por qué un sector exige el cambio del nombre y poco después, aunque se mantienen intactas algunas condiciones de partida, exige una nueva denominación, en una huida hacia delante que podría no tener fin si, además del nombre, no cambia también la cosa. Se producen incluso saltos hacia atrás cuando un sector exige el nuevo nombre, pero luego en el lenguaje privado mantiene el antiguo, o vuelve a él como un desafío (Wikipedia observa que en algunas bandas juveniles afroamericanas se utiliza de forma arrogante la palabra nigger, pero ¡ay del que se atreva a utilizarla si no es uno de los suyos!; es parecido a lo que ocurre con los chistes de judíos, de escoceses o de leperos, que solo pueden contarlos los judíos, los escoceses o los habitantes de Lepe).
A veces lo PC puede incluso expresar cierto racismo latente. Recuerdo perfectamente que en la posguerra muchos italianos que desconfiaban todavía de los judíos, pero no querían pasar por racistas, para indicar que alguien era judío decían, tras muchísimas dudas, que era un israelí. No sabían que los judíos estaban orgullosos de que se les reconociera como judíos, aunque (y en parte precisamente porque) la palabra la utilizaban sus perseguidores como un insulto.
Otro caso problemático ha sido el de las lesbianas: durante mucho tiempo el que deseaba parecer correcto temía utilizar esta palabra, del mismo modo que no utilizaba los términos despectivos habituales para referirse a los homosexuales, y hablaba tímidamente de sáficas. Luego se descubrió que los hombres homosexuales deseaban ser llamados gays, y las mujeres se definían tranquilamente como lesbianas (debido, asimismo, a la carga literaria que encierra el término), por lo que era del todo correcto llamarlas así.
A veces lo PC ha cambiado realmente, y sin excesivos traumas, los usos lingüísticos. Cada vez es más frecuente, cuando se citan ejemplos generales, evitar hablar en masculino y hablar de ellos. Muchos profesores estadounidenses ya no dicen “cuando recibo a un alumno…”, sino que hablan de “estudiantes” o incluso van cambiando en los ejemplos, y a veces hablan de un he y a veces de una she; y ya se acepta la sustitución de chairman (presidente) por chairperson o chair. Incluso hay quienes bromeando con lo PC han propuesto cambiar el nombre del cartero, mail man, por el de person person, porque mail (correo) suena igual que male (varón).
Esas críticas surgen porque, una vez impuesto como movimiento democrático y “liberal”, que inmediatamente adoptó una connotación de izquierda (al menos en el sentido de la izquierda estadounidense), lo PC ha originado sus propias degeneraciones. Se consideró que mankind era una palabra sexista, debido al prefijo man, y que excluía de la humanidad a las mujeres, y se decidió sustituirla por humanity, ignorando que este término deriva etimológicamente de homo (y no de mulier). También para provocar, aunque con la misma ignorancia etimológica, algunos sectores del movimiento feminista han propuesto dejar de utilizar el término history (porque his es pronombre masculino) y sustituirlo por herstory.
La exportación de lo PC a otros países ha dado lugar a nuevos retorcimientos del lenguaje, y es de sobra conocida por todos la polémica (no zanjada) sobre si es más respetuoso llamar a una mujer abogada o abogado, y he visto que en un texto estadounidense se preguntan si es realmente correcto llamar poetess a una mujer poeta, como si fuese tan solo la mujer de un poeta (y también en este caso entran en juego los usos consolidados, porque entre nosotros poetessa [poetisa] está ya tan aceptado como professoressa [profesora], mientras que sonaría extraño y hasta ofensivo banchieressa o banchiera [banquera]).
Un caso típico de difícil traducción es precisamente el del cambio de negro a nero (negro). En Estados Unidos, el paso del tan connotado negro a black era radical, mientras que en italiano el paso de negro a nero suena un poco forzado. Y más porque el término negro tiene su historia legítima y atestiguada por muchas fuentes literarias: todos recordamos que en las traducciones de Homero que leíamos en la escuela se hablaba del “negro vino”, y han sido escritores africanos de lengua francesa los que han hablado de négritude.
En Estados Unidos, las degeneraciones de lo PC han impulsado la aparición de una gran cantidad de falsos y divertidísimos diccionarios PC, en los que a veces no se sabe muy bien si cierto término en realidad ha sido propuesto o se ha inventado con intención puramente crítica. De hecho, junto a sustituciones ya corrientes, se encuentran socialmente separado por encarcelado, funcionario del control bovino por cowboy, corrección geológica por terremoto, residencialmente flexible por vagabundo, ereccionalmente limitado por impotente, horizontalmente accesible por mujer de mala vida, regresión folicular por calvicie y hasta carente de melanina para indicar un hombre blanco.
En internet encontrarán la publicidad de la STUPID (Scientific and Technical University for Politically Intelligent Development), donde se anuncia que en su campus se han colocado señales de tráfico no solo en cinco lenguas sino también en Braille, y que se ofrecen cursos sobre la contribución de los aborígenes australianos y de los indios de las Aleutianas a la mecánica cuántica, sobre cómo la baja estatura (el hecho de ser vertically challenged) favoreció los descubrimientos científicos de Newton, Galileo y Einstein, y sobre la cosmología feminista, que sustituye la metáfora machista y eyaculatoria del big bang por la teoría del gentle nurturing, según la cual el nacimiento del universo se produjo por lenta gestación.
Se pueden encontrar en internet versiones PC de Caperucita Roja y Blancanieves (ya se pueden imaginar cómo se las ingenia un defensor de lo PC con los Siete Enanitos), y he encontrado una larga discusión sobre cómo hay que traducir “el bombero apoyó una escalera en el árbol, subió y rescató al gato”. Al margen del obvio principio PC, por el cual un bombero ha de ser como mínimo un vigilante del fuego, la traducción propuesta es muy extensa porque se trata de aclarar que el bombero en este caso concreto era un hombre pero que muy bien podría haber sido una mujer, que actuó en contra de la libertad del gato, que tenía todo el derecho de ir donde quisiera, que con la escalera puso en peligro la salud del árbol, dio por supuesto que el gato era propiedad de sus dueños, y subiendo con facilidad ofendió la sensibilidad de personas físicamente discapacitadas, etc.
Al margen de las exageraciones reales y de los efectos cómicos que estas exageraciones han provocado, lo PC ha suscitado desde el principio una violenta reacción por parte de los ambientes conservadores, que lo ven como una mojigatería de la izquierda y una imposición que atenta contra el derecho a la libertad de expresión. A menudo se compara con la neolengua de Orwell y (a veces directamente) con el lenguaje oficial del estalinismo. Muchas de estas reacciones son también mojigatas y, por otra parte, existe también un PC de la derecha, tan intolerante como el de la izquierda; basta con pensar en los anatemas lanzados contra los que hablan de “resistencia” iraquí.
Además, a menudo se confunde sugerencia moral con obligación legal. Una cosa es decir que es éticamente incorrecto llamar maricones a los homosexuales y afirmar que, si el que lo hace es un ministro, y lo hace además en papel con membrete del ministerio, hay que hablar solamente de miserable incivismo. Y otra cosa muy distinta es decir que si se expresa así ha de ser encarcelado (a menos que Tremaglia llame maricón a Buttiglione, en cuyo caso sería comprensible una querella con exigencia de reparación de daños morales). Pero, dejando aparte la vulgaridad de Tremaglia, no parece que exista ninguna ley que castigue con años o meses de cárcel a quien diga barrendero en vez de técnico ecológico, y en definitiva no es más que una cuestión de responsabilidad personal, buen gusto y respeto a los deseos ajenos.
No obstante, ha habido muchos casos en que, por haber hecho un uso políticamente incorrecto del lenguaje, han sido penalizados por la publicidad e incluso suprimidos programas enteros de televisión, y no son raros los escándalos universitarios en que un profesor es expulsado por no utilizar solo términos políticamente correctos. Y se entiende, por tanto, que el debate no sea simplemente la representación de un enfrentamiento entre liberales y conservadores, sino que a menudo se desarrolla a lo largo de líneas divisorias muy problemáticas.
No hace mucho tiempo, Los Angeles Times decidió como norma de su política editorial utilizar el término anti-abortion en vez de prolife (en defensa de la vida), puesto que este segundo término implicaba un juicio ideológico. Al revisar el artículo de un colaborador que hacía la reseña de una representación teatral, el redactor encontró la expresión pro-life, aunque usada en un sentido completamente distinto, y la sustituyó por anti-abortion, con lo que cambió el significado del texto. Cuando se hizo público el caso, el periódico presentó sus excusas y difundió el nombre del redactor responsable del error; pero entonces explotó un nuevo caso porque, como medida de protección de la privacidad del redactor encargado de revisar los textos ajenos, el periódico no tenía que hacer público su nombre.
Lentamente, sobre todo en Estados Unidos, hemos pasado del problema exclusivamente lingüístico (llama a los otros como desean ser llamados) al problema de los derechos de las minorías. Es natural que en algunas universidades los estudiantes no occidentales pidieran que se les impartieran cursos sobre sus tradiciones culturales y religiosas y sobre su literatura. Lo que ya no es tan natural es que los estudiantes africanos pidieran, por ejemplo, que los cursos sobre Shakespeare fueran sustituidos por cursos sobre literaturas africanas.
La decisión, si es que se aceptó su propuesta, aparentemente respetaba la identidad del afroamericano, pero en realidad le privaba de unos conocimientos útiles para vivir en el mundo occidental.
Hemos llegado a olvidar que la escuela no ha de enseñar a los estudiantes tan solo lo que quieren, sino también y algunas veces justamente lo que no quieren, o que no saben que pueden querer (de lo contrario, en las escuelas de primaria y secundaria ya no se enseñarían matemáticas o latín, sino solo juegos de rol en el ordenador; o el bombero dejaría que el gato fuera a retozar a la autopista, porque ese es su deseo natural).
Y llegamos al último punto de este razonamiento. Cada vez es más frecuente considerar PC cualquier postura política que favorezca la comprensión entre razas y religiones o incluso el intento de comprender las razones del adversario. El caso más significativo se produjo en un programa de televisión estadounidense, cuyo presentador, Bill Maher, a propósito del 11 de septiembre, criticó una frase de Bush en la que llamaba “cobardes” a los que atentaron contra las Torres Gemelas. Maher afirmó que de un kamikaze se puede decir todo menos que carezca de valor. ¡Ardió Troya! Inmediatamente hubo un descenso de la publicidad en ese programa, que acabó siendo suprimido. Ahora bien, el caso Maher no tenía nada que ver con lo PC, ni visto desde la derecha ni visto desde la izquierda. Maher expresó una opinión. Se le podía reprochar el haberlo hecho ante un público al que aún le dolía la tremenda herida del 11 de septiembre, se podía discutir, como hizo alguien, sobre la diferencia entre cobardía moral y cobardía física, se podía decir que un kamikaze está tan obnubilado por su propio fanatismo que en esa situación no puede hablarse ni de valor ni de miedo… Maher estaba expresando sus ideas personales, provocadoras si se quiere, pero no utilizaba un lenguaje políticamente incorrecto.
Asimismo, entre nosotros se ironiza sobre el exceso de lo PC por parte de quien manifiesta simpatía por los palestinos, pide la retirada de nuestras tropas de Irak o resulta demasiado indulgente con las demandas de las minorías extracomunitarias. En estos casos no interviene para nada lo PC, se trata de posturas ideológicas o políticas, que cualquiera tiene derecho a criticar pero que no tienen nada que ver con el lenguaje. Excepto que el descrédito arrojado sobre lo PC por los ambientes conservadores hace de la acusación de PC un óptimo instrumento para hacer callar a aquellos de quienes se disiente. PC se convierte así en una palabra fea, como está sucediendo con pacifismo.
Como puede verse, se trata de una cuestión complicada. Solo nos queda establecer que es políticamente correcto usar las palabras, incluida la de PC, en su sentido propio y, si se quiere ser PC en ese sentido, hacerlo utilizando el sentido común (sin llamar a Berlusconi persona verticalmente desfavorecida pendiente de poner remedio a una regresión folicular), ateniéndose solamente al principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes.
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