Ricardo Garibay pertenece a ese tipo de escritores que leí durante la juventud con un apasionamiento sólo comparable a la primera vez que hice el amor. Pero, tal como ocurrió con la primera noche, a Garibay lo he echado al olvido y, en el mejor de los casos, sólo acude a mi memoria como un bonito recuerdo.
El primer libro que leí entero fueron sus memorias, Fiera infancia y otros años. Hallé el porqué de la furia en que hervía Garibay. Su ruda infancia fue en un cuarto de vecindad donde vivían apretados padres e hijos. Estudió la primaria en el turno de la tarde, con niños que atendían en las mañanas el puesto de tamales con su mamá. Hay una fuerza vital (como Bergson diría) presente en toda su literatura.
Garibay nació en 1923 en Tulancingo. Hijo de un hombre de la Ciudad de México y de una mujer de Metztitlán, sus años mozos están cubiertos de penurias materiales y de una religión asfixiante. Su adolescencia la pasó en la Capital del País, donde creció y se hizo inspector de burdeles, jefe de prensa y escritor. En una entrevista recuerda cuando, ya consagrado, un dignatario de Tulancingo lo invitó a develar la plaquita de una avenida con su nombre. Viajó de Cuernavaca, donde vivía, para llevarse tamaño coraje. ¡Era una callecita de terracería, más cochambrosa que las de su niñez! Se largó echando pestes, como siempre. Por fin, muere en 1999 sin haber alcanzado la tan deseada gloria. Y es que los pobres siempre anhelamos más que los ricos.
Furibundo irremediable, la gran fama del Samurai de Cuernavaca se debe principalmente a esto: la fidelidad del habla callejera en sus personajes. Al respecto, observó Carlos Monsiváis hace dos años en el número 84 de Letras Libres: “Por facilismo, los críticos… suelen elogiar la fidelidad reproductiva de los diálogos, y siempre le reconocen ‘el gran oído literario’. ¿Qué quiere decir este elogio? Un gran talento aísla el ritmo del habla popular y lo reinventa, devolviéndole como un rap magnífico, un fluir verbal que es literatura y es apego a las voces colectivas”. El autor de Días de guardar se refiere a Las Glorias del gran Púas, relato de Garibay sobre el grandioso Rubén Olivares, cuyo fragmento copio:
Con su perdón pero fue el uno-dos y entrando ya ve usté que caminar en el ring era lo que sí se sabía dormido y es lo más pelón allá arriba caminar para adelante ¿caunteadores? yo le cambio diez caunteadores por uno que sepa caminar para adelante mire dedos le han de sobrar para contarlos y era lo que sí le sobraba a Medel era lo que se está perdiendo y ganar la pachocha a base de chinguitas rápidas y a otra cosa mariposa yo aquí estuve ¿no? ¿y mi paga entonces? es que es el picudísimo no es otro que el picudísimo taim is monei ¿lo que quieres es que gane? ps ya gané me pagas ¿o qué no está durmiendo el otro no está comiendo brea? tons qués lo que te gorgorea porque yo se los acuesto al réferi les cuenta y el mánager cobra la bolsa ¿o qué también tengo que ser un científico?
Tardío ciertamente pero el reconocimiento le ha llegado al de Tulancingo. Ya la sala de lectura de la antigua biblioteca del Río de las Avenidas en Pachuca, llevaba su nombre y tenía un busto con su debida pátina. También la nueva biblioteca central del parque David Ben Gurión ha sido bautizada Ricardo Garibay. Y la Oficina Estatal de Cultura, que editó sus obras completas en 10 tomos con pastas de lujo, ha convocado al segundo concurso anual de cuento cuyo título es nada menos que el del Samurai de Cuernavaca. ¡Hasta los diputados lo distinguieron con la presea Miguel Hidalgo!
Pueden estos homenajes significar mucho, o nada, según la opinión de cada quien. La realidad es que si hasta los diputados han volteado la mirada (¿el rabillo de los ojos?) a Garibay, sus lectores debemos ponernos a pensar.
Puedo asegurar que desde el primer encuentro amoroso, hemos repetido bastantes noches de estupenda carnalidad. Pues bien, ¿por qué no regresar a la obra de Garibay, por otra parte, tan injustamente olvidada? Propongo la relectura de tres libros autobiográficos cuya sabrosa esencia populachera hará que algún profesor baboso les ponga el sambenito de “costumbristas”. Son Beber un cáliz, La casa que arde de noche y el imprescindible Fiera infancia y otros años.
Garibay nació en 1923 en Tulancingo. Hijo de un hombre de la Ciudad de México y de una mujer de Metztitlán, sus años mozos están cubiertos de penurias materiales y de una religión asfixiante. Su adolescencia la pasó en la Capital del País, donde creció y se hizo inspector de burdeles, jefe de prensa y escritor. En una entrevista recuerda cuando, ya consagrado, un dignatario de Tulancingo lo invitó a develar la plaquita de una avenida con su nombre. Viajó de Cuernavaca, donde vivía, para llevarse tamaño coraje. ¡Era una callecita de terracería, más cochambrosa que las de su niñez! Se largó echando pestes, como siempre. Por fin, muere en 1999 sin haber alcanzado la tan deseada gloria. Y es que los pobres siempre anhelamos más que los ricos.
Furibundo irremediable, la gran fama del Samurai de Cuernavaca se debe principalmente a esto: la fidelidad del habla callejera en sus personajes. Al respecto, observó Carlos Monsiváis hace dos años en el número 84 de Letras Libres: “Por facilismo, los críticos… suelen elogiar la fidelidad reproductiva de los diálogos, y siempre le reconocen ‘el gran oído literario’. ¿Qué quiere decir este elogio? Un gran talento aísla el ritmo del habla popular y lo reinventa, devolviéndole como un rap magnífico, un fluir verbal que es literatura y es apego a las voces colectivas”. El autor de Días de guardar se refiere a Las Glorias del gran Púas, relato de Garibay sobre el grandioso Rubén Olivares, cuyo fragmento copio:
Con su perdón pero fue el uno-dos y entrando ya ve usté que caminar en el ring era lo que sí se sabía dormido y es lo más pelón allá arriba caminar para adelante ¿caunteadores? yo le cambio diez caunteadores por uno que sepa caminar para adelante mire dedos le han de sobrar para contarlos y era lo que sí le sobraba a Medel era lo que se está perdiendo y ganar la pachocha a base de chinguitas rápidas y a otra cosa mariposa yo aquí estuve ¿no? ¿y mi paga entonces? es que es el picudísimo no es otro que el picudísimo taim is monei ¿lo que quieres es que gane? ps ya gané me pagas ¿o qué no está durmiendo el otro no está comiendo brea? tons qués lo que te gorgorea porque yo se los acuesto al réferi les cuenta y el mánager cobra la bolsa ¿o qué también tengo que ser un científico?
Tardío ciertamente pero el reconocimiento le ha llegado al de Tulancingo. Ya la sala de lectura de la antigua biblioteca del Río de las Avenidas en Pachuca, llevaba su nombre y tenía un busto con su debida pátina. También la nueva biblioteca central del parque David Ben Gurión ha sido bautizada Ricardo Garibay. Y la Oficina Estatal de Cultura, que editó sus obras completas en 10 tomos con pastas de lujo, ha convocado al segundo concurso anual de cuento cuyo título es nada menos que el del Samurai de Cuernavaca. ¡Hasta los diputados lo distinguieron con la presea Miguel Hidalgo!
Pueden estos homenajes significar mucho, o nada, según la opinión de cada quien. La realidad es que si hasta los diputados han volteado la mirada (¿el rabillo de los ojos?) a Garibay, sus lectores debemos ponernos a pensar.
Puedo asegurar que desde el primer encuentro amoroso, hemos repetido bastantes noches de estupenda carnalidad. Pues bien, ¿por qué no regresar a la obra de Garibay, por otra parte, tan injustamente olvidada? Propongo la relectura de tres libros autobiográficos cuya sabrosa esencia populachera hará que algún profesor baboso les ponga el sambenito de “costumbristas”. Son Beber un cáliz, La casa que arde de noche y el imprescindible Fiera infancia y otros años.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario