El blog de Luis Frías

mayo 19, 2008

Viva la incorreción política



Posiblemente la globalidad es la causante de lo que en esta ocasión deseo repugnar con toda sinceridad. Es completamente lógico que la homogenización de los gustos y los valores de las personas sea la culpable de la corrección política que se ha puesto tan en boga en todos los ámbitos. Y es que en cuestiones tan elementales como la moda en el vestir, las palabras más socorridas en el habla, los hábitos alimenticios y otras cosas así, no es posible encontrar ninguna diferencia entre un defeño y un poblano, entre un dignatario de mi pueblo y otro de la frontera norte, entre una chica de Pachuca y una de Veracruz. De donde resulta completamente natural que tanto unos como otros sostengan las mismas opiniones sobre cualquier asunto. Pareciera que la originalidad se está extinguiendo. Pero lo cierto es que esta situación empezó hace algún tiempo, desde el advenimiento de la corrección en el habla.

Como se creyó que algunas palabras eran malas porque no eran tersas al oído, la respuesta fue sustituirlas por horripilantes eufemismos. Y empezó esa feria de las desproporciones sin término. De esta manera a los ciegos se les llamó “débiles visuales”. Aun cuando el término “ciego” sólo describe un padecimiento que consiste en carecer de la capacidad de la vista, lo que predominó fue la morigerada percepción de que definiéndolos así se discriminaba a los “débiles visuales”. Y en general, a todos los que en mi infancia se les nombraba con la palabra “discapacitado” ahora se les llama “personas con capacidades diferentes”. Sí, la forma tradicional podía resultar discriminatoria para los que se encuentran en alguna de situación así; pero ¿personas con capacidades diferentes? ¿Desde cuándo no poder caminar, ver, oír o hablar, consiste en una capacidad? Ahora bien, el filólogo italiano Umberto Eco llevó al extremo la situación. Se pregunta hasta dónde llegará la cuestión. ¿Acaso los abogados no tienen derecho a exigir que se les llame de otra forma? Si la abogacía se ha tornado una profesión muy vilipendiada, ¿por qué no pueden pedir que se les empiece a reconocer por ejemplo, como “técnicos del derecho”? Maravillosa puesta en duda de esa moda de la corrección en el lenguaje.

Ahora bien, han sido dos leyes las que han puesto de manifiesto el reinado de la corrección política en todas partes. Ambas han emanado de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México.

La ley sobre la despenalización del aborto puso de cabeza por un tiempo a todos los políticos del país. Y es que debían emitir sus opiniones pero ninguno quería diferir de lo que predominaba en la opinión pública. Son votos, al fin y al cabo. De tal modo, a nadie le quedaba sino públicamente reconocer la ley que despenalizaba el aborto si la madre así lo decidía, debía ser aprobada por los asambleístas de la capital. Como se sabe, la reforma legislativa se aprobó con grandes loores por todas partes. Pero aun cuando yo estaba de acuerdo con la medida, no dejo de repudiar que nadie se inconformara con ella, salvo grupos de personas que inmediatamente fueron tachadas de derechosas recalcitrantes, de fascistas anacrónicos y demás felonías que no son sino señales de intolerancia. Con asco vi por la televisión ciertos programas de noticias. Después de pasar una ciertamente hilarante entrevista con los que repudiaban la ley pro aborto, el espectáculo de intolerancia lo daban los presentadores de la transmisión, que remataban con cosas del tipo “por eso los toman de a locos”.

La otra ley es más reciente y más divertida. Aunque se trata de un problema de salud pública, el hecho de que se prohíba fumar en una cantina tiene una buena dosis de diversión. ¿Qué pasará si un parroquiano pasado de copas enciende un cigarro y lo fuma con jactancia? ¿Un par de gendarmes lo someterán como un criminal común, llevándoselo a empellones a la estación de policía? El hecho es que los asambleístas determinaron que en ningún sito a puerta cerrada los fumadores podrán gozar más de su vicio. La medida se votó tomando en cuenta cosas manidas. Que los padecimientos por el vicio han arrancado miles de vidas en el mundo y que muchas muertes son de fumadores pasivos. Pero principalmente esto: que tú no tienes derecho a que otras personas se traguen el humo de tus cigarros. En lo personal, tengo instintos homicidas contra todo aquel que fume a mi alrededor. Odio el vicio del cigarro: nunca he logrado descifrar sus bondades. Pero vergonzosamente eso me hace pasar a formar parte de los que entran en la línea de la corrección política. Porque preferir una vida sana odiando vicios como fumar, está de moda. Sin embargo, me inclino a creer que los fumadores tienen derecho a pronunciarse contra esta ley. El razonamiento más lindo que he oído de parte suya es éste: ¿qué caso tiene vivir una vida larga sin los placeres que, sin embargo, la hacen más corta? Placeres como el de fumar.

Si pasarme tantas horas frente a la pantalla del ordenador y si consumir bebidas embriagantes de pésima calidad algún día me quitan la vista, no quiero que nadie me llame “débil visual”: seré un ciego y punto. Y porque, al igual que los enemigos de la ley pro aborto, yo nunca quiero que mi mujer eche mano de los servicios abortivos que prestan en las clínicas de la Ciudad de México, prefiero tener todo el cuidado de embarazarla sólo cuando desee conformar una linda familia con ella. Y finalmente, prefiero convertirme en abogado del diablo que en defensor de lo políticamente correcto. Como afirmo que uno de los efectos indeseables de la globalidad es la corrección política que nos ha convertido en seres sin originalidad, prefiero que en las cantinas los borrachos me sigan escupiendo el humo en el rostro y yo siga deseando que se vayan al infierno.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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