Independencia y Democracia. Un episodio.
Cuando leí que el único y verdadero origen de la ópera tuvo lugar una noche de 1444 en los salones de la realeza de Francia, puse en duda tal aserto. Levantar una barda entre una época histórica y otra, lo mismo que designarle una fecha inamovible al nacimiento de cualquier invento, no puede menos que acabar en equívoco. Una etapa histórica y otra; una línea estilística y otra en el arte, por ejemplo; la realización de una proeza, etcétera, pasan en los tiempos históricos como en ese viejo poema: “no es agua ni arena, la orilla del mar”. Por eso no me tragué que la ópera pudo haber tenido su nacimiento en ésa o cualquiera otra fecha exacta.
Aquella revista de musicología que recuerdo, se anticipa a precaverse; no lo haría de no hacer falta. La ópera, informaba, tiene lugar por primera ocasión sobre la faz de la tierra una noche en los salones del rey de Francia, quien es obsequiado por los artistas de la corte con semejante invención. Pero sólo con eso ¿se puede concluir que el maravilloso invento teatral fue escenificado por primera ocasión ante el rey y, por eso, es preciso afirmar que fue parido en ese preciso instante? ¿Nació cuando el rey lo vio; o porque el rey lo vio? Qué habría pasado de reservarse el espectáculo para ocasión más o menos propicia, como una taberna en la Rue du Louvre de París. ¿Es lícito sostener que nació aquella gran noche ante el rey?
Aun cuando las fechas sean bien localizables en los calendarios, no es fácil sostener que los hechos tienen una única manera de ser. Aun cuando sepamos todos los aspectos a propósito de cierto asunto, siempre habrá algo inapresable que se escape de nuestras manos. Así, los episodios de la historia se revelan ante nuestras inteligencias con la misma claridad pero con la misma fugacidad con que lo hace el agua que corre por el riachuelo ante las miradas. Estamos en posibilidades de ver cuánta y cuánta corre hacia un lago, pero no de poseerla. Es inteligente encerrarla en cubas, en un intento por apropiárnosla, pero eso, un chorrito de infinidad, ¿nos garantiza que la tenemos en su complejidad?
Si parece que hablo en términos vagos no es más que para aproximarnos al tema que nos ocupa hoy. Me refiero a la imposibilidad de asir ningún acontecimiento histórico en su totalidad, sólo para advertir que el proceso de independencia sufrido por los Estados Unidos de América no puede elucidarse con una lisa y llana enumeración de acontecimientos peor o mejor hilvanados.
Antes de pasar a lo siguiente, conviene advertir que a este texto lo impulsa la necesidad de explorar algunos pareceres míos sobre la relación independencia-democracia, a través de espulgar un capítulo histórico de EE UU: la guerra que los precedió y los hechos en torno a su liberación del yugo inglés. Léase de ésta y no de otra forma.
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Al referirnos a la guerra independentista fraguada por los territorios norteños de América, para liberarse del poder impuesto por ingleses, no estamos sino hablando de un nudo gordiano cuya madeja de hilos sólo podía desanudarse anudando otros más, y así hasta el infinito. ¿Cabe dar crédito a una indagación que agota los conceptos al procurar comprender una cosa tan compleja como la independencia de América del Norte, cuyo status quo político, económico y social se encuentra atravesado por múltiples intereses tanto locales como ultramarinos? Hay que indagar los alrededores de este nacimiento independentista. Al proceso de independencia lo preceden varios hechos, firmas, reuniones intercontinentales, quizá unos enjuagues políticos. Disponemos de cierta suma de episodios bien localizables. Unos de este lado del mundo, otros importados desde Europa.
En 1763, con la firma del tratado de paz tras la guerra de los siete años, Francia tuvo que cederle a la Gran Bretaña sus territorios norteamericanos hasta el Misisipi. Con el fin de arrancarle de nuevo al gran rival un trozo de su imperio, Luis XVI apoyó a los colonos rebeldes mediante envíos de armas y préstamos, y, finalmente, con la intervención de la flota francesa.
Para Paul Adams , resulta “evidente” la diferencia estructural entre la guerra de independencia americana y la mayoría de los posteriores movimientos independentistas de África y Asia. “En América lucharon emigrantes europeos por su autodeterminación, con el apoyo militar de varias potencias europeas.” En el resto del continente, no. Es decir, el frente de guerra mostrado en las batallas no tiene su descanso en ningún explosivo impulso nacionalista por emanciparse, sino en el apoyo contante y sonante enviado por potencias europeas con intereses bien claros sobre Norteamérica.
La Revolución americana y la posterior toma de poder violenta fue burgués por excelencia: las medias de la burguesía colonial europea en contra de las pretensiones de dominio de una monarquía constitucional. Pero hay que tomar en cuenta otros aspectos. Si queremos verle todas las angulosidades a la guerra que precedió a la independencia, es preciso parar mientes en el componente social.
América del norte se encontraba así, a saber: la mayoría de los africanos, libres o esclavos, vivían en tres de las colonias del Sur: en Virginia se calculan unos 270 mil negros, en Maryland y Carolina del Sur, unos 80 mil respectivamente; en Nueva Cork (a la sazón capital de la Colonia inglesa), alrededor de 1775, habitaban unos 22 mil, y en Massachussets, unos 5 mil. En todo el territorio de los q iba a ser después los Estados Unidos vivían, en 1770, unos 460 mil negros; porcentaje que varió insensiblemente entre 1770 y 1810. Eran demasiados, desde luego, y se hallaban en el más acre de los yugos. Pero no eran tantos como la clase media del país, clase media que participaba de un bienestar el aumento. “La mayoría de la población se veía a sí misma como ‘the middling sor’, o ‘the common people’. Entre esas capas medias se encontraban los artesanos llamados ‘mechanics’ o ‘tradesmen’ y los agricultores” .
Los negros, digamos, vivían en las condiciones más reprochables al sistema colonial que la Corona inglesa desarrollaba. En consecuencia, ellos tendrían que haber protagonizado las movilizaciones de choque que, por ejemplo, se presentaron a resultas de las ridículas leyes del Timbre y del Té. Empero, fueron ciudadanos más bien burgueses, cercanos a Francia, a Inglaterra, o empresarios en prosperidad, los que prendieron fuego y atizaron las llamas de unas movilizaciones tendientes a imponer un régimen de libertades en este territorio.
La Ley del Timbre (Stamp Act) de 1765 imponía un puro impuesto sobre el consumo sin ninguna participación de las asambleas de colonos. Estas protestaron violentamente por ese desprecio a sus competencias. Declararon la ley anticonstitucional y exigieron para sí el derecho de todo ciudadano inglés a ser sometido a contribuciones solamente mediante una ley en cuya promulgación hubiera participado, al menos indirectamente, a través de representantes electos. Tuvieron lugar numerosas protestas, enconados reclamos. Debió ocurrir una ola de alegatos feroces para que el parlamento anulara un año después la Ley del Timbre.
Las manifestaciones contra la ridícula ley, no serán para la historiografía posterior, sino los gérmenes de la Guerra de independencia (1775- 1781).
Cuando en 1773 se aprueba la Ley del Té, que beneficiaba a la Compañía Británica de las Indias Orientales, algún grupo de norteamericanos cometió un acto-proclama: arrojaron al mar las 342 cajas de té que llevaban tres barcos anclados en Boston . Éste fue llamado el “motín del té en Boston” y señala el primer acto de abierta rebeldía contra el Gobierno de Londres. Como respuesta, las autoridades clausuraron el puerto hasta que la ciudad pagara los perjuicios y deudas. Pensando que era agua, quisieron apagar el conflicto con gasolina. Había iniciado el primer choque de trenes.
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Los colonos en 1774 en Filadelfia organizaron un Congreso para evaluar el estado de la situación. Desobedecerían las nuevas leyes británicas e boicotearían en lo posible el comercio; empezaron a buscar armas para defenderse de las represalias. George Washington resultó electo comandante el jefe. En agosto de 1775, Jorge III declara que las colonias se encuentran en estado de rebelión. En enero de 1776, con la proclama más ardiente de la revolución. Common Sense, Thomas Paine exhorta a los colonos a que luchasen abiertamente por la independencia y a que se manifestaran por la forma de gobierno republicano.
Es en 1776 cuando los defensores de la intendencia obtienen mayoría en el Congreso; y en julio 2, el Congreso Continental establece por unanimidad: “Estas colonias son, y por derecho deben ser, Estados Libres e Independientes”. Dos días luego, el 4 de julio se proclama con bombo y platillo La Independencia. La Declaración de Independencia, redactada por Thomas Jefferson, enarbolaba las garantías fundamentales del hombre. Marcó el comienzo de una guerra que hubo de durar seis años sólo para convencer a la Corona británica de la necesidad de reconocer la independencia del territorio norteamericano.
La guerra civil se había extendido hasta llegar a ser una guerra naval internacional. También el gobierno español declaró la guerra a Gran Bretaña en junio de 1779, después de que el gobierno londinense se hubiese negado a corresponder a la neutralidad española con la entrega de Gibraltar. Los holandeses no compartían la opinión británica de que el material para la construcción de buques era contrabando, y en diciembre de 1780 el gobierno británico declaraba también la guerra a los Países Bajos.
Llegando a 1783, en París se firmaron tratados de paz. Éstos aportaron escasas ganancias territoriales a las potencias victoriosas de Francia y España, porque no habían derrotado a Gran Bretaña en el sentido tradicional. Sino con un artilugio llamado EE UU. No obstante, con el reconocimiento diplomático por parte de estas potencias europeas, los americanos alcanzaban el fin supremo de la guerra.
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Diecinueve años transcurrieron desde las primeras protestas contra el plan inglés de convertir estos territorios en simples colonias cuyo único fin era servir a los intereses económicos de Inglaterra, hasta la consumación de la declaración de independencia. La Declaración ponía luz sobre una realidad inhumana presente en la Colonia Inglesa. Pero se quedaba callado con respecto a la forma que había de adoptar políticamente el naciente Estado.
Entre los documentos tomarse en cuenta para la tarea de aproximarnos al primer sistema de gobierno en EE UU, es oportuno recordar una lista de derechos elementales de Geroge Mason, la Declaration of rights, aprobada por la Convención de virginia el 12 de junio de 1776. Contenía las mismas declaraciones de principios que se expresaban en la Declaración de independencia; prohibía los cargos hereditarios, garantizaba la división de poderes, la elección frecuente de representantes, los tribunales de jurados, la libertad de prensa y la libertad de cultos. Asimismo, son dignas de mención las constituciones que independientemente promulgó cada uno de los 11 estados de la unión americana. Todas a una, dividían al gobierno en poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y garantizaban la independencia de la administración de la justicia mediante la ilimitada duración de los cargos de los jueces supremos. En la mayoría de las constituciones el poder ejecutivo quedaba subordinado al legislativo. Los diputados tenían que presentarse cada año a nuevas elecciones. Los senadores permanecían en sus cargos, según sus estados de procedencia, de uno a cinco años. La mayoría e los gobernadores sólo eran elegidos igualmente por un año. La mitad de los estados fijó en la Constitución los métodos para la reforma de la misma. El nuevo sistema habría de conservar su capacidad de aprendizaje, lo cual incluía a los legisladores.
Incluso, con tener atribuciones mayores a las del ejecutivo, el legislativo unicameral estaba limitado por la misma constitución: debía resolver los conflictos entre los estados; organizar los ejércitos en mar y tierra y declarar la guerra y la paz; firmar tratados pero sin perjudicar los distintos aranceles de importación, y exigir contribuciones a los estados de acuerdo con su número de habitantes blancos.
A partir de 1776 la clase media proporcionó un número cada vez mayor de representantes de los estados y la federación. Fue disminuyendo sensiblemente la influencia política inmediata de las capas altas de la sociedad. Inició la democracia.
Imperfecta como entonces, imperfecta como ahora, imperfecta como siempre, la democracia vio la luz casi de manera fortuita. No fue deliberado el hecho (hasta donde yo tengo noticia) de que los estados conformadores de la unión americana se hayan querido bienquistar mutuamente, por lo adoptaron una misma constitución que, en su semilla, presumía el principio de la misma variedad de democracia a la que aspiramos hoy: las votaciones para quitar y poner mandatarios. El análisis de las primeras elecciones norteamericanas nos permite concluir que ellas, con ser hijas de una guerra independentista, son nada menos que, al presente, la aspiración máxima no nada más del propio EE UU, sino del resto de la América.
Las primeras elecciones no se celebraron sin arduas discusiones previas. Cuáles políticos preferían aquel método de democracia indirecta; cuáles otros se mostraban complacidos con otra fórmula electoral. Finalmente, de decidió que votaría el pueblo, pero sólo para elegir, a su vez, electores. Éstos luego sufragarían por un candidato a presidente. De modo que la influencia del pueblo tendría peso, pero el voto final descansaría en el juicio sobrio de los electores, quienes se supone, serían más sabios que la población en general. Aplicada la metodología, Goerge Washington fue electo mandatario de Estados Unidos por unanimidad, y el segundo que obtuvo más votos, John Adams, ocupó el cargo de vicepresidente. Pasados los cuatro años de Washington en el poder, Adams también ocuparía el primer puesto público.
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Alguien me formula la pregunta que motivó este ensayo: ¿cuáles fueron los problemas que enfrentaban los Estados Unidos al concluir el proceso de independencia y de qué forma lo resolvieron?
Al calor de los acontecimientos expuestos, no puedo menos que discriminar algunos problemas para centrar estas últimas palabras en la relación de dos conceptos. Prescindir de los líos sociales (aunque es grave dejar de mencionar el racismo), de los graves conflictos económicas y, por fin, de las habituales escaramuzas bélicas de aquí y allá en EE UU, tiene un fin: destacar dos asuntos que no pueden ceñirse sólo a la posguerra americana.
Independencia y democracia. El episodio histórico designado con la palabra "independencia" ha logrado consenso por comodidad lingüística y por convención histórica. Esto es, la independencia de Estados Unidos como país libre de ataduras extranjeras, no tiene lugar en un momento preciso, gracias a tal o cual intervención heroica de algún personaje cuyo rostro aparece hoy en un billete de dólar; tampoco se puede llamar plenamente independencia. Para muestra un botón. Los resuellos y las babas ardientes de una bestial Europa herida, fueron los fenómenos que provocaron la grave crisis económica de Estados Unidos una vez concluidas las asonadas bélicas. Tuvieron que morir miles, lo cual en ningún tiempo histórico tiene justificación válida (ni por “una buena causa” o “un gran ideal”), para conseguir la independencia de su país. ¿Independencia? ¿Y el apoyo a otras potencias europeas que, en pleito con Londres, vieron a Estados Unidos como el talón de Aquiles del enemigo?
Estados Unidos adquirió compromisos. ¿No cambiaron los güeros sino tan sólo de dueño? Quizá. Escapa a las dudas, sin embargo, algo, a saber: que escondieron sus temores bajo el novísimo y bello concepto de democracia. Elegir presidente y legisladores cada cierto tiempo bajo métodos con los que la generalidad se halla conforme era entonces, es ahora y será siempre, un irrecusable adormecedor. Se piensa que votar y ser votado es un regalo cuasidivino. Pero no lo es tanto.
Baste un ejemplo. Para llegar a ser legislador de los nacientes Estados Unidos no era requisito indispensable ser propietario y blanco, porque no lo marcaba la ley, pero no hubo sino hasta entrado un siglo después, únicamente legisladores con estas características, invariablemente. Democracia cerrada… democracia abierta… Democracia imperfecta, cuya única característica en tanto democrática es emitir y contabilizar votos. Nadie ha dicho aquí votos razonados, votos limpios, votos ciudadanos.
Con signos de interrogación, ay, me veo respondiendo al cuestionamiento original: Latinoamérica, con México a la cabeza, es heredera de este imperfecto (pero perfectible) método electoral democrático. Y aspira llevarlo hasta sus últimas consecuencias. ¿No es la democracia gringa, hija de la independencia, el más dudoso de los logros?
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