El blog de Luis Frías

enero 01, 2007

Un golpe de dados a la hidalguense

Pachuca. Había cursado tres licenciaturas (Relaciones, Ciencias políticas y Comunicación) antes de meterse a estudiar letras. A sus 30 años aún quería alargar la manutención paterna; y como sus papás nunca le “levantaron la canasta”, entró a una universidad de paga en el DF que lleva por nombre el de Sor Juana.
En su último año de clases le advirtieron que, para graduarse, debía hacer una investigación llena de citas eruditas y nombres extraños sobre la obra de la monja poetisa, o bien, podía escribir un libro sobre lo que le viniera en gana. Lo segundo aparentaba ser más fácil; significaba una tarde de linda inspiración al lado de la computadora y de una taza de café. Eligió hacer un poema sobre Pachuca.
Una vez tomada la decisión, se regresó a la tierra natal, donde su papá, Alfredo Rivera Flores, goza de prestigio como escritor y amigo, y además goza de una librería nada despreciable.
Empero, la tarde ésa de inspiración se extendió por varios meses. Alfredo Rivera Rubio no avanzaba ni un centímetro en la redacción de su proyecto de describir a Pachuca en unas cuantas líneas, y se vio en la necesidad de estudiar la historia de la capital de Hidalgo: encontró que la naturaleza alcohólica de Pachuca tenía mucho de divertido. Desde el tiempo de los aztecas, los reyes de penacho de quetzal se trasladaban hacia estas tierras, toda vez que aquí gozaban de lealtad perruna y de lindas morenas de cascos ligeros, además la tal Mayahuel, diosa del pulque, parecía haber elegido a Hidalgo como morada predilecta para fabricar su blanco brebaje. Desde esas fechas hasta el incendio de la disco Lobohombo, las edecanes del placer han encontrado en Pachuca terreno limpio para ejercer su oficio con libertad. Qué locura. Paralelamente, la minería, el viento y los pastes de carne iban revelando en la cabeza de Rivera Rubio un código extraño a través del cual veía la posibilidad de describir su ciudad.
Habrían de pasar dos años de documentación entre libros viejos antes de sentarse a escribir su poema. Él mismo platica que su papá se asomó al cuarto de estudio para preguntarle cómo iba eso, y él pidió un año más, prometiendo que ahora sí sería el último. Pero mentía.
Al cabo de cinco años (finalmente) entregó un poema de casi 60 páginas lleno de simbología matemática, mayúsculas mezcladas con minúsculas, un chorrito de ron blanco y cinco dados: todo agitado en un vaso de cuero y puesto a girar sobre una mesa de cantina. El título mismo es muy poco convencional: al nombre de Pachuca, Rivera Rubio le quita letras y las voltea hasta que, según él, se ha conseguido la fórmula químico-poética de esta ciudad donde la noche y el alcohol parecen correr en un mismo río.
Nadie, y menos dentro de su familia, nadie podía creer que aquel treintañero de vida disipada hubiese renovado el lenguaje aunque fuera en lo más mínimo. Pasiones como la del fútbol, la de las mujeres y la del licor, nada extrañas en el público pachuqueño, forman la mayor parte de este largo poema que discurre entre mesas de cantina, fajes indiscretos en las colonias populosas y en la porra ultra del estadio Hidalgo, donde juega el equipo de fútbol de los tuzos del Pachuca.
En Achca: un golpe de dados se reúnen los charros y los licenciados del partido tricolor que juegan los fines de semana apuestas de miles de pesos en una tirada de dados. En alguna parte del poema es azotado el vaso de cuero café sobre una mesa manchada de limón, y los dados encierran el destino de un minero a punto de precipitarse de cabeza por la boca de la mina. Achca: un golpe de dados es la propia Pachuca sin sexo y en cuyo sustitución se halla un paste de carne del que se puede beber pulque al final de una jornada extrayendo plata.
El propio autor acepta que su poema no está construido de manera que su comprensión sea sencilla. Y es cierto: por un lado, hay que ser pachuqueño o por lo menos haber vivido ahí para entenderlo, y, por otro, también es útil leer y releer el texto varias veces: cuantas más, mejor.
Esta acelerada aventura dejó a Alfredo Rivera Rubio con cinco años de más en la suma de su vida que empieza desde 1970 hacia acá. Ahora planea escribir una cosa (“novela”, jura) en la que se hable de todo el estado, y ha elegido el nombre de HGO: abreviatura de la palabra Hidalgo.
Piensa repetir los cinco años de excesos verbales y de ron que vivió en Pachuca, pero ahora multiplicados por los 84 municipios que arman a la entidad. Por lo menos, dice que recorrerá tres veces de cabo a rabo cada esquina del territorio con cuya experiencia hará un trabajo de 600 páginas. “Si lo he atrasado es por falta de tiempo”, sostiene el recién titulado licenciado en letras castellanas y maestro del kindergarten que pertenece a su papá. Resta esperar que, una vez escrito, HGO sea puesto a circular, no como Achca… de cuyo tiraje, todos los libros los tiene el poeta encerrados en su casa, y no le quita el sueño ponerlos en distribución.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El Claustro de Sor Juana es el nombre de la institución.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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