El blog de Luis Frías

febrero 11, 2007

Los dueños


Orígenes del capitalismo yanqui.

La guerra entablada por Estados Unidos contra México en 1847-48 despojó a nuestro País de un amplio terreno, comprendido entre los límites de La Mesilla hasta el norte de Texas, incluyendo la Alta California. A propósito, no es fortuito escuchar comentarios en torno a que la adjudicación de más de la mitad del territorio mexicano, es un signo inequívoco de esa característica sed de imperialismo que comportaban ya desde entonces los Estados Unidos de Norteamérica.
No es fortuito porque ya desde medio siglo atrás tuvo lugar la transacción que realizó el gobierno yanqui con Francia, por el espacio geográfico conocido como las Floridas y por la Luisiana. También la adquisición de Hawai, a fin de convertirlo en una perenne base portuaria militar.
En 1803, siendo presidente de EE UU Thomas Jefferson, se realizó la compra de Luisiana a Napoleón, a la sazón primer cónsul de Francia. “Fue el primer paso para incorporar las antiguas colonias españolas al territorio principal de los Estados Unidos. La declaración de que la Luisiana incluía el vecino territorio de Texas, iba a servir en seguida para la prosecución de los propósitos expansionistas de Norteamérica.” Estos términos velados de Agustín Cue Canovas quieren decir que esta compra susurró al oído de Estados Unidos acerca de la posibilidad no sólo de hacerse de ciertos terrenos, sino de muchos más.
Antes de seguir, no huelga hacer un desvío recordatorio de que en el siglo 19, en medio de la revolución industrial europea, en medio de La riqueza de las naciones de Adam Smih, EE UU supo hacer que cobraran fuerza en su país todas las tecnologías del desarrollo fabril. Dejó atrás incluso a las propias Francia y Alemania y al Reino Unido mismo, estandarte del progreso industrial, gracias a que ahí se perfeccionó (pues los inventos, en su acepción de epifanía, no existen) la máquina de vapor en locomotoras. La red ferroviaria yanqui llegó a ser más importante que toda la que se encontraba al servicio de Europa entera. En materia de producción metalúrgica, se encontraba muy por encima de sus competidores del Viejo Continente, como también estaban aupados en cuanto a extracción de petróleo se refiere, mediante la famosa Standard Oil Company, propiedad de ese tan sonado magnate de nombre John Rockefeller. Las telecomunicaciones dominadas por el telégrafo, fueron también de uso predominantemente yanqui. La economía norteamericana crecía espumosamente dentro de las reglas económicas de su época, o sea industriales, y no mediante la explotación del agro como ocurría en el resto del Continente Americano. Eso se había quedado atrás en Norteamérica. Se encontraba, ya lo dijimos, por arriba de economías europeas de gran talla. Pero territorialmente los Estados Unidos disponían de menos tierras que, por ejemplo para no ir más lejos, su vecino sureño, México.
Nuestro vecino país del norte tuvo que entender muy bien la necesidad que significaba crecer territorialmente, a fin de ampliar a la postre su poderío en todos los sentidos. En las condiciones en que se hallaba, de ser la gran potencia económica creciente, EE UU precisaba ampliar sus coordenadas geográficas hacia varias regiones.
Cuando pusieron la inteligencia al servicio de sus intenciones imperialistas, diríamos, inicia el programa capitalista de los Estados Unidos que les ha hecho ganarse el mote de “dueños del mundo”. La inteligencia al servicio de planes imperialistas. La previsión deshumanizada sobre las finanzas. Las alianzas para derrocar al enemigo. Los golpes bajos. El doble discurso; una moral desviada. Estas herramientas no son nuevas, ni lo eran a últimos del siglo 18 y principios del 19. Lo nuevo fue, entonces, esas herramientas pero puestas al servicio de una creciente fuerza económica, ávida de erigirse en poderío.

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EE UU extendió su mirada bien pronto sobre la isla de Cuba a inicios del s. 19. Eran épocas de asonadas independentistas en las colonias europeas del resto de América. Refiriéndose a éstas, el presidente Jefferson sostuvo: “Mi temor es que son demasiado débiles para sostenerse independientes hasta que nuestra población pueda desarrollarse suficientemente y adueñarse e ellas, una a una” . Esto confirma lo que más adelante el propio Agustín Cue recuerda de un biógrafo de aquel presidente. El tal biógrafo asegura que la doctrina y acción jeffersoniana estaba inspirada en el propósito de eliminar vecinos peligrosos, no porque ambicionara para su país cualquier territorio o colonia de alguna podenca extranjera, o porque necesitara más tierras para su creciente población. La política expansionista quería mantener alejados a los EE UU de las cuestiones de Europa, lo que se lograría sólo si alejaban las colonias del yugo europeo pero les abatían el propio.
Fue al iniciarse la Revolución francesa y al entrar España y Gran Bretaña en las guerras de Europa, cuando los Estados Unidos pudieron iniciar su expansión territorial dirigida hacia los extensos y casi despoblados territorios del Oeste. Al cabo de la guerra, consiguieron el reconocimiento de las fronteras establecidas en el tratado de paz, con España e Inglaterra. España además reconoció el derecho de los ciudadanos norteamericanos a navegar libremente en el Misisipi, desde su nacimiento, hasta el mar.
Con la adquisición de la Luisiana en 1803 no sólo se duplicó el territorio de la nueva república; además se desvanecían los temores de que una potencia europea mantuviera su dominio sobre este territorio tan importante como próximo a los Estados Unidos. Pero no bastaba la adquisición de Luisiana. “Para asegurar la posición de ésta, era necesario adquirir las Floridas que en poder de España o de cualquiera otra potencia europea, impedía la integración territorial de EE UU hacia el sur del continente” .
Por eso desde mediados de 1810 la apropiación de las Floridas formaba parte importante de los planes de expansión territorial yanqui. A fines de ese mismo año, para mantener los derechos justos de su nación, el presidente tomaba las medidas necesarias para ocupar el territorio de la Florida del Oeste, hasta el río Perdido, fundado en las reclamaciones por indemnizaciones contra España, y además en las necesidades imperativas derivadas de un principio legítimo de propia conservación, Estados Unidos no podía ver sin temor que alguna potencia europea se apoderara de las Floridas.
En 1815, el gobierno recibía informes de que Esapaña había cedido las Floridas y la propia Luisiana a la Gran Bretaña, informes que resultaron obviamente falsos pero que decidieron a EE UU para obrar rápidamente apoderándose del resto de la Florida Occidental, sin renunciar a sus pretensiones sobre Florida del Oeste.
Por fin, en 1919 obtienen de España la cesión de ambas Floridas. La nación vecina nuestra se disponía entonces a iniciar su “Manifiest Destiny” (Destino Manifiesto) hacia el Pacífico. Una vez que dejaron de frotarse las manos y entrar al pollo, los estadistas del país entonces sí condenaron el intervencionismo extranjero en cualquier territorio de América. Claro que era loable su postura. ¡El Contienente era casi todo una colonia! ¿Pero era impulsada por un genuino deseo de ayuda a los hermanos de América? Desde luego que no, y los hechos mismos lo demuestran. Alejandro Hamilton, notable político gringo, sostenía por entonces que la emancipación de las colonias españolas de América era cuestión de gran interés para su país. ¡Gulp! Golpe rastrero a España. Luego de conceder las Floridas, con la intención de que Estados Unidos no la emprendiera en contra suya, ¡a España la amenazan los gringos!
Un Jefferson acaudillado tras derrotar electoralmente a los federalistas, fue quien puso en la cima de las aspiraciones norteamericanas el bienestar material de la población. Para arribar a este fin, proponía unos principios rectores, a saber:
Crear una poderosa marina de guerra; fortificar los principales puertos y costas, y ¡adquirir territorios vecinos! Ya vimos que este último punto cuajó claramente con el jugoso negocio llevado a cabo con la adquisición de las Floridas. Pero tan provechoso como éste, fueron el tratado de 1845 para anexionarse Texas, la transacción con Inglaterra a mediados de 1846 que permitió a EE UU la obtención de Oregon; la “cesión” de México de California, Nevada, UTA, parte de Arizona, Colorado, Nuevo México y Wyoming, y, finalmente, la compra de Gadsden en 1853. El expansionismo norteamericano ocurría cuando llegó al poder el presidente James Monroe, autor de la Doctrina Monroe, cuyo interés estaba dirigido a no intervenir ni política ni militarmente en la autodeterminación de las demás naciones.
A John Quincy Adams, secretario de estado, se le atribuye una buena parte de la formulación del documento que Monroe leyó el 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso. Además del principio de no intervención, el presidente se refirió a la penetración en la costa noroeste de América, afirmando que los continentes americanos ya no estaban abiertos a la colonización europea. La Doctrina Monroe contenía una advertencia con relación a los intereses norteamericanos en el noroeste del Continente.
Sin embargo, el gran "pero" se hace presente al advertir que al doctrina Monroe también sienta las bases de una política favorable a México y Sudamérica, política que actualmente es repudiada con vigor por nuestros países pero que en ese mismo siglo 19, fueron aceptados por políticos como don Benito Juárez. Más adelante trataremos esto en detalle.
Carlos Pereyra sostiene en el libro El Mito de Monroe que la famosa doctrina internacional no era otra cosa que un pretexto para justificar la existencia imperialista de los Estados Unidos. A este respecto, Agustín Cue vira en redondo y sostiene que sí se hallaba latente la amenaza europea de adentrarse en América, y que el pronunciamiento de James Monroe impidió que se realizara dicha invasión.

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Pero ¿es que en la política hay casualidades?
Me pregunto si pudo ser fortuito que el pronunciamiento de Monroe haya tenido lugar justo cuando su país había logrado ya la obtención de los territorios tan acariciados desde el siglo pasado, y precisamente cuando las colonias europeas en América habían conseguido sus independencias (o bien, estaban obteniéndolas por ese entonces). Y me pregunto igualmente si la preocupación tan encarecida por la Doctrina Monroe de que se mantuviera intacta la soberanía de los pueblos americanos no escondía intereses subrepticios. Esto lo sostengo con la hipótesis de que la ulterior dominación de Cuba, o de Santo Domingo, y la apropiación de los territorios de México no fueron que digamos un ejemplo de la preocupación por la soberanía de los pueblos, sino demostración de que una ayuda siempre debe ser compensada. La ayuda que Agustín Cue menciona fue saldada después con territorios.
Y asimismo, con la dependencia económica que logró América latina de América anglosajona. Dijimos que Estados Unidos vio en la posibilidad de extenderse territorialmente no otra cosa que la necesidad de acrecentarse físicamente para también multiplicar su economía fuertemente consolidada en la industria. De ahí que la combinación de ambas políticas expansionistas (en territorios y en la economía) haya sido el detonante del fervoroso crecimiento de los activos norteamericanos. Pero su economía no podría crecer sin extenderse allende las fronteras nacionales.
Vino entonces la ampliación de la órbita económica yanqui por todo el continente, por toda Europa, y por todo el mundo a la postre. Las empresas norteamericanas, que parecen ser trasnacionales desde que nacieron, logran cotizar sus puntos en las Bolsas de Valores de Europa y Asia. El capitalismo denunciado por Marx no tuvo a su mejor representante en la Inglaterra que él tanto había denunciado, ni en Alemania y en Francia, sino en este lado del continente. Se tiene noticia de que en las plantaciones fabriles norteamericanas se firmaron contratos para que los trabajadores se ajustaran a un plan laboral más o menos humano. Verbigracia, la American Federation Labor (años más tarde, a propósito de la crisis de 1929), firmó un contrato de condiciones laborales donde asentaba que sus obreros no trabajarían más de 40 horas semanales, y se abolía el trabajo para los niños. Esto da cuenta de algo consabido, la explotación laboral. Pero también habla de que los Estados Unidos, enfrascados supuestamente en la defensa de la autonomía de las naciones americanas, tenía pendientes que cumplir al interior de su territorio. La preocupación por el pueblo del Contiente, por tanto, queda en entredicho.
Esto nos faculta a deducir que las intenciones imperialistas en los Estados Unidos estaban clarísimas y que, en honor a la verdad, el aplaudido discurso Monroe escondía intereses subrepticios, pero hoy los tenemos bien claros. Y están relacionados con la acumulación de riquezas y poderío

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La supuesta ejemplaridad de los Estados Unidos tiene varios muestras en nuestro país. Y nos pueden sacar de dudas. Uno de esos ejemplos es el tratado firmado por Melchor Ocampo, ministro del exterior del gobierno juarista.
Cuando Mèxico estaba en plena guerra contra Francia, Estados unidos brinda su mano al gobierno liberal encabezado por Juárez, ayuda que se ve concretada en el tratado entre el ministro norteamericano en México, Robert Mac Lane, y el ministro Melchor Ocampo. Conocido a la postre como el Tratado Mac Lane-Ocampo, el documento permitía a cambio de ayuda económica y de armas para los liberales, el paso a perpetuidad de los Estados Unidos por el Istmo de Tehuantepec así como el inicio de una guerra en el mismo territorio en el instante que el gobierno norteamericano así lo dispusiera. ¡Perpetuidad, ni más ni menos!
¿Ayuda estadounidense?, ¿Juárez agachado? Ni la una ni el otro. Estados Unidos no desaprovechó, quién lo haría, el fructífero negocio ofrecido por el presidente de México. Pero éste tampoco representó el penoso papel de “vendepatrias”, pues finalmente los Estados Unidos nunca consiguieron la entrada en vigor de este -de haberse llevado a cabo- ignominioso tratado. Y Juárez logró lo que pocos. Obtuvo algo de los Estados Unidos sin darles en los hechos, nada a cambio.
Es éste capítulo uno de los más destacados en la historia de las relaciones binacionales México-Estados Unidos. Otro es la cesión firmada por Santa Anna de más de la mitad de nuestro territorio. Pero para EE UU, ambos episodios no son más que dos páginas de los múltiples tratos y contratos llevados a cabo con naciones americanas y europeas, a fin de allegarse terrenos aquí y allá. Además, la adquisición de territorios implica la compra de soberanías, de ciudadanos, de sistemas económicos. Conlleva el abatimiento de su poderío sobre ciudadanos de otros países. Es una suerte de colonización a la moderna, basada no en las armas letales, sino en las económicas. En el sistema de libre mercado.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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