Sólo después de Julio
Cortázar, me declaro más admirador de usted que de ningún otro autor del
movimiento del “boom latinoamericano”. Cuando siendo estudiante de colegio leí Los Cachorros y Los Jefes, esas insuperables novelas de iniciación para un niño de
10 años, supe que debía dedicarme a las letras. Pero quizá, por encima de sus
novelas, en usted admiro a la persona, al padre y al abuelo que empecé a
conocer a través de su libro Pez en el
agua y, últimamente, por sus columnas, sus críticas a los totalitarismos y
esas entrevistas que sobre todo leo en El
País, y que lo pintan tan bien de cuerpo entero. Le debo mucho. Por eso, me
atrevo a hacerle este envío. Con el mayor respeto, me siento con el deber de
observarle algo sobre su postura a favor de conservar la fiesta taurina sin
modificaciones, tal y como se practica hoy.
Las opiniones que ha
dado usted en distintos foros, a propósito de la fiesta brava, han levantado
mucha ámpula. Y con razón. Es usted uno de los intelectuales más granados en
lengua hispana. Por ese mismo respeto, mucha gente se pregunta cómo es posible
que se declare a favor de la fiesta brava. Yo creo que esa crítica en su contra
tiene algo de razón y algo de sinrazón. Empiezo por lo segundo, porque celebro
el valor de que un intelectual de su talla declare abiertamente lo que piensa
de algo tan polémico, aun cuando eso pueda repercutirle mal ante su público.
Pero en cuanto a lo otro, honestamente, me desalienta que usted pueda defender
la fiesta brava con argumento insuficiente como el que puede leerse en su
columna “Torear y otras maldades” (El
País, 18-04-2010, http://elpais.com/diario/2010/04/18/opinion/1271541611_850215.html).
Cito su principal argumento: “Nadie puede negar que la
corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas
actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía
concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas.”
Además de éste,
reconozco que a ningún argumento suyo le falta razón. Estoy de acuerdo con
usted en que el toro de lidia quizá es el animal más cuidado y mejor
tratado de la creación antes de entrar al redondel; en que los toros representan para mucha gente una
forma de alimento espiritual tan intenso como un concierto de Beethoven, una
comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo, y que para saber esto basta con
leer poemas Lorca y Alberti, o ver algunos cuadros taurinos de Goya o Picasso. De
hecho, me encuentro entre las personas que no necesitan acudir un domingo a la
plaza, para entender eso. Sin embargo, lo hago, y con frecuencia. Porque veo en
las corridas de toros no sólo un espectáculo artístico fabuloso, sino porque me
ha permitido conectarme con mis fibras más profundas. Y, tal como usted señala,
están equivocados quienes piensan que a los taurófilos nos gusta la sangre. No.
Paradójicamente, creo que justo la suerte suprema de matar es la menos
interesante de una corrida. Conozco muchos taurófilos, como yo, que creemos que
el mayor arte taurino está en las suertes de banderillas, el capote y, por
supuesto, la muleta.
A sus razonamientos agregaría otro más, que está inserto en el
debate actual en México. Como usted sabe, en el Distrito Federal los
asambleístas del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) —de muy dudosa
reputación— propusieron, al igual que hace dos años se hiciera Cataluña, una
iniciativa para prohibir las corridas de toros en la capital de mi país. Y al
igual que en Cataluña, donde finalmente sí se prohibieron, la situación es más
de carácter político-ideológico que de protección a los animales. En Cataluña,
la fiesta brava se convirtió en un elemento más para que los catalanes marcaran
su raya respecto al resto de España; mientras en México la situación sirvió al
oportunista PVEM para enarbolar una bandera, sea la que fuere. Eso es muy
lamentable. Que un grupo de políticos —hipócritas que además cada domingo van a
la plaza— decidan sobre una fiesta con cientos de años de tradición en, como
usted bien menciona, países como México, Venezuela, Perú, Colombia, España y
Francia.
En efecto, la fiesta brava no se trata de moda alguna,
sino del resultado de una larga tradición cultural lentamente pergeñada con el
paso de los siglos, cuyos rasgos han ido cambiando con el paso del tiempo, de
suerte que la tauromaquia actual condensa finas formas en el toreo de a pie y de
rejoneo, lo mismo que en la crianza de muchos tipos de hermosas ganaderías.
Es precisamente por respeto a esa admirable tradición,
que hoy la fiesta brava debería dar un importante paso en su añeja y deliciosa
evolución. Por mucho que nos guste la fiesta, no es posible pasar por alto que
regodearse domingo a domingo con el daño y la muerte pública de un animal
resulta salvaje. Además, contradice el noble argumento humano defender a
nuestros hermanos los animales, establecido en la Declaración Universal de los
Derechos de los Animales, de 1977. Es innegable esa carga horrenda que hay cada
vez que a un toro se le clavan las banderillas y la espada en los lomos, y una multitud
lo celebra con vítores. Es algo arcaico y salvaje. Así, aunque soy tan
taurófilo como usted, también creo que algo de bueno debe traer consigo el actual
movimiento anti-corridas.
Efectivamente, opino que prohibir las corridas de toros
es un acto de intolerancia. Ya se sabe, se censura lo que no se comprende. La
fiesta brava, no obstante, debe ser capaz de ponerse al día con los tiempos que
corren. De tal manera, los matadores, los monosabios, los ganaderos, los
empresarios, los aficionados, debemos demostrar que la fiesta puede seguir
celebrándose sin lastimar ni matar un solo animal. Yo creo con firmeza que el
arte de los toros está absolutamente alejado del concepto del asesinato, pero muy
cercano al arte, esa expresión sublime de nuestra civilidad. Para que la
tauromaquia se armonice con los principios que rigen nuestra actual
civilización, se debe modificar la fiesta brava, de tal manera que se supriman
las banderillas y la suerte de matar al toro. ¡Que viva la fiesta y que vivan
los toros!
1 comentario:
Todavía me admiro de que haya gente que lea inconsistencias al estilo vargasllosista y que le dediquen tiempo a este ignorante.... sí, ha estudiado y ha escrito libros, pero es un ignorante, porque no le creo de tan mala entraña que sabiendo , escribiera lo que escribe, por lo tanto, deduzco que es ignorante. Si es Usted Europeo, tiene perdón al seguirle, desconoce las causas y las consecuencias de todo lo que sucede por que los medios de información oficiales, sólo informan sesgadamente, así es imposible comprender las cosas. Sólo le voy a decir que este señor es una auténtica mentalidad criolla. Por si quiere saber más, ahí le dejo ese dato. Y he dicho mentalidad, no raza, esa me da absolutamente igual.
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