El blog de Luis Frías

febrero 27, 2007

La Guerra Fría, según yo


Aquí vamos a definir rasgos salientes de lo que experimentaron unos Estados Unidos de después de la segunda guerra mundial y de plena Guerra Fría librada contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Pero antes delineemos el marco de la propia URSS contra quien ocurrieron las hostilidades, si bien no armadas:
Con la debilitación de las fuerzas liberales en Europa Occidental, inició la búsqueda por un sistema ideológico y de acción que satisficiera las necesidades entre la sociedad de un continente cuyo espíritu se encuentra en lucha interior. En Francia el liberalismo sucumbió al triunfar. Los motivos defensivos sustituyeron a las razones ofensivas en la lucha política cotidiana; sólo en la relación Iglesia-Estado se mantuvo cierta unidad de las fuerzas liberales. En Italia se reflejan con mayor claridad las sombras del declive liberal; después de una victoria absoluta del constitucionalismo liberal, surge un sistema parlamentario de marcado carácter oligárquico, proceso que fue fomentado por la no-intervención de los católicos en la vida política de la joven nación italiana, impuesta por el Papa. En Alemania ocurre un proceso distinto, pero su culmen se asemeja al de las mencionadas naciones.
En el país germano la sustitución del liberalismo en los últimos decenios del siglo 19 adquirió un carácter más complejo, tanto por sus causas, que dable es pensarlas desde la política sembrada por Bismarck, como por sus consecuencias, entre las que destaca el establecimiento de un gobierno nacional-socialista apoyado en las teorías matizadas por interesarse en la ideología alrededor de un estado-nación. En el ámbito político, el movimiento liberal se escindió en dos grupos: los nacional-liberales, que aceptan en principio la constitución bismarckiana, y por el otro lado los progresistas, que se consumían en su oposición intransigente, cayendo en un doctrinarismo de principios.
En Rusia el desarrollo del liberalismo fue todavía más accidentado y desfavorable. El liberalismo ruso, con encontrarse en franca minoría frente a las masas populares, pudo apuntarse en la revolución de 1905 una victoria de prestigio frente al régimen autoritario zarista, pero no lo suficientemente sólida como para influir en el curso de los acontecimientos. Pero no fue lo suficientemente sólido como para influir en el curso de los acontecimientos. Desde 1907 su actividad política se limitó a protestas impotentes en los zemstvos y en la Duma. Estancados los hechos, el clima de desigualdad social, sin embargo, era propicio para el florecimiento de las ideologías más extremas.
Un Lenin o una Rosa Luxemburgo opinaban que un día la constante expansión de las fuerzas productivas y la demanda de productos industriales llegaría a un punto muerto. Era opinión muy extendida ésta: que había que prepararse para alguna eventualidad. Y el gobierno, antes que nadie, debía tomar un papel decisivo en el curso de los acontecimientos que estaban por venir.
Pero fueron motivos económicos los que contribuyeron a la exacerbación de las pasiones imperialistas de la época, en la medida en que iban unidas a expectativas y ambiciones políticas de matiz nacionalista. Sólo en la encrucijada de las rivalidades nacionalistas, el capitalismo moderno empezó a desarrollar rasgos imperialistas. Siguiendo las huellas del social-darwinismo pronto surgen las teorías racistas acerca de la superioridad de los “pueblos nórdicos”, y que reavivaba viejos odios a los pueblos esclavos, esgrimiendo razones de naturaleza racial.
A esto se vino a unir el advenimiento de la idea imperialista según la cual el Estado debe guardarse de intervenir en asuntos de economía, pues ésta debe seguir un desarrollo de acuerdo a su propia naturaleza, sin intervenciones del exterior que pueden perturbar su feliz desarrollo. La bandera liberal en la economía, claro, pronto fue rechazada con enérgicas muestras de molestia, por los grupos que, con base en las teorías marxistas, engelsianas, leninistas y aun bakuninistas, querían un desarrollo a favor de los amplios sectores sociales, en desprecio de las élites. Incluso, fuera del terreno de lo político, la tendencia a modos de pensar irracionales se mostró aún más aguda. La cáustica crítica que formuló Goerge Sörel contra el racionalismo y el intelectualismo “abstracto” de la cultura burguesa de su tiempo, es un síntoma muy significativo de los cambios que se operaban en la conciencia intelectual y política de Europa a fines del siglo 19. Aquí es donde debemos hacer un alto para decir lo siguiente.
Basado en el reprochable reporte de ganancias económicas repartidas entre los sectores sociales más desprotegidos, así como en la fuerza que tomaban las teorías políticas encaminadas a la movilización social, el zarismo ruso sentó las bases para un gobierno aparentemente en línea con los principales anhelos del pueblo. Pero, esto lo digo con Alain BesanÇon , el régimen soviético escapa a las definiciones y clasificaciones de corto alcance, puesto que, con todo y su evidente apego a los métodos de lucha marxistas más reaccionaros a despecho de todo método socialdemócrata, se constituyó, sin embargo, en un complejo armado estructural que dio pie a que ocurriera lo que conocemos como el régimen soviético. Citado por BesanÇon, Raymond Aron propone cinco puntos que definen al fenómeno totalitario soviético:
1. La devolución de la actividad política a un partido de monopolio.
2. La presencia deuna ideología que articula al partido y a la que éste confiere una autoridad absoluta, de manera que se convierte en la verdad oficial del Estado.
3. Para difundir esta verdad, el Estado se reserva el monopolio de los medios de acción y de los medios de persuasión.
4. La mayor parte de las actividades económicas y profesionales están supeditadas al Estado y se convierten, en cierto modo, en parte del propio Estado.
5. Desde el momento en que todo es actividad de Estado y en que toda actividad se pliega a la ideología existente, un error cometido en una actividad económica o profesional es, automáticamente, un error ideológico

Vistos bien, los puntos nos obligan a repensar el método de trabajo del régimen soviético. ¿Es definible con la palabra totalitarismo? ¿O hay más cosas dignas de notar en su envés? Las definiciones parten de totalitarismo, pero pasan por oligarquía y monarquía, hasta llegar a un término más acabado, ideocracia (también mencionado por Aron) o logocracia, o simplemente régimen ideológico. Para no seguir más en esto, concluiremos que desde la dificultad para definir al régimen ruso se revela la complejidad que entraña inmediatamente su estructura de funcionamiento.
Hacia 1895 parecía inminente la victoria del socialismo marxista sobre sus rivales ideológicos en Europa. En todos los países -por ejemplo, Italia, Suiza, Hungría, Polonia y Suecia- surgieron durante los años 90 partidos socialistas, mientras que la influencia de los grupos anarquistas disminuía con premura.
En la Segunda Internacional, celebrada en Francia, se impuso avasalladoramente la primacía de la ideología marxista-socialista por encima de toda corriente de pensamiento que corría a la sazón. Sin embargo, la socialdemocracia alemana se impuso a los partidos más tarde, una vez llevada a cabo la Segunda Internacional. Esta iniciativa alemana abrigaba un programa ideológico que rechazaba cualquier compromiso con los partidos burgueses, aunque en realidad ni ella misma se atuviese a él.
La combinación de entusiasmo revolucionario teórico y conservadurismo ideológico, unido al inmovilismo en el terreno de la política práctica, que sobre todo caracterizaba a la social democracia alemana, también aparecía en la otra cuestión que en los años anteriores a 1914 preocupaba apasionadamente al movimiento obrero: el problema de la huelga política. Por ejemplo, la huelga política de Italia en 1904. Ésa mantuvo en vilo a todo el país durante catorce días y cambió radicalmente el ambiente político, aunque sus resultados fueran de momento bastante desfavorables para el movimiento obrero.
La doctrina sindicalista era en esencia de lucha nacida directamente de la profundidad de la oposición de clases, y no como el socialismo de tendencia marxista en un sistema político elaborado previamente. Por esta razón el sindicalismo ejercía una fuerte atracción sobre los trabajadores franceses. Se puede afirmar que la doctrina sindicalista se mantuvo únicamente en los países ibéricos, relativamente poco desarrollados.
Rosa Luxemburgo y Lenin son los gestores del movimiento ruso. En la Europa de 1905, ambos dirigían su movimiento en la absoluta clandestinidad. De ahí que Lenin comprendió la urgencia de que se transformaran los desarrollos de su movimiento, se transformaría en una “organización de revolucionarios profesionales” dirigida autoritariamente (por personas como él, digamos). Y en el momento en que todas las luchas estuviesen dirigidas por manos más o menos rígidas, como la suya, entonces se estaría en condiciones de combatir al zarismo.
En el congreso del partido socialdemócrata ruso de 1903, Lenin impuso grosso modo su estrategia revolucionaria. Sus oponentes en parte hubieron de resignarse; fueron vencidos en las votaciones. Este “memorable cisma dentro del movimiento socialista ruso” dio pie a la denominación de los frentes bolcheviques (mayoritarios) por contraste con los mencheviques (minoritarios). En el mismo congreso, Lenin promovió una resolución oficial que proclamaba la instauración de una “dictadura del proletariado” como la meta fundamental de toda lucha socialista, aunque de momento había que enfocar como objetivo perentorio la realización de la revolución burguesa.

Ésta era la URSS contra la cual unos Estados Unidos aupados económicamente debieron hacer frente en la segunda guerra mundial de 1939-45, y después, durante el largo y tirante periodo conocido famosamente por su nombre de Guerra Fría.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, todos los órdenes de la vida moderna se alteraron. Desde las relaciones de política internacional hasta el modo de vida de los habitantes de los suburbios. Destaca la cuestión femenina: como unos 14 millones de estadounidenses sirvieron durante las asonadas bélicas, terminadas las cuales unos 10 millones pasaron a integrarse a la masa laboral del trabajo civil. También científicamente, la guerra trajo consigo consecuencias. Nació la Office of Scienntific Research and Development, cuya función era coordinar los proyectos de investigación del material de guerra, mediante el establecimiento de acuerdos con universidades y demás áreas del saber cuya labor podría aprovechar a la carrera armamentística del gobierno.
Y al revés de lo que un juicio sano nos haría pensar. Digamos que la guerra demostró la vigencia de los principios ideados por Keynes durante la depresión de 1929, y según los cuales el gobierno debía regular en ciertos aspectos al mercado. Pero esto se hallaba en contradicción con la política de libre mercado tan publicitada por los EE UU. Pero las lecciones de guerra no podían hacerse a un lado, y forzaron a muchos de los antiguos oponentes al keynesianismo a adoptar la diea del gasto deficitario; si el gobierno podría gastar un total de 320 mil millones de dólares en tiempo de guerra parecía razonable que pudiera invertir una fracción de ese gastazo en tiempo de paz a fin de garantizar el pleno empleo y la prosperidad permanente (Paul Adams: Los Estados Unidos de América). El Congreso aprobó la ley sobre la regulación de empleos que sancionaba el gasto deficitario y reconocía la responsabilidad del gobierno para prevenir el paro masivo.
Las cifras demuestran que los resultados de esta medida se pudieron comprobar pocos años adelante. En 1950 un tercio de la población total se había beneficiado de uno u otro modo, por ejemplo del programa de asistencia para veteranos. Para el obrero industrial el logro inmediato fue la creación de puestos laborales. La cifra de asalariados en 1940 era de 54 millones; en 1945, de 64 millones (Adams: op. cit.). ¿Por qué? El periodo de posguerra reclamaba una gran masa de trabajadores para la gran obra de reconstruir un país que había invertido muchos esfuerzos en la guerra. Así que el excedente de plazas laborales y la insuficiencia de trabajadores para llenarlas, hizo que en este periodo crecieran los salarios y, en seguida, el nivel de vida de las masas.
Hubo igualmente una modificación en el patrón de vida en las ciudades y en el medio rural. Cambiaron ambos porque sus pobladores se mudaron de uno al otro medio. Las ciudades vieron cómo crecían de forma considerable: a lo largo de la guerra unos 5 y medio millones de personas pasaron del campo a la urbe; y una de cada 10 personas se mudó de vivienda de un estado a otro de la Unión Americana. También la vida de las familias se modificó: si el padre tenía que irse a trabajar lejos, las familias se desintegraban. En seguida, la niña que daba embarazada del hijo del vecino. Y por inmaduros, renunciaban al matrimonio, y terminaban divorciándose. Por supuesto que los niños salieron mal parados de la guerra. También la escalada en la prostitución fue tema de primeras planas en los diarios. Muchas mujeres pasaron a ser meretrices. Pero muchas otras hallaron mejores oportunidades.
Tres millones de mujeres, que en circunstancias normales habrían permanecido en sus hogares, loa abandonaron para ir a trabajar; el número de mujeres empleadas pasó de 12 a 16 millones, que paulatinamente fueron desempeñando tareas tradicionalmente reservadas a los hombres: laboraban en talleres, siderúrgicas, fábricas de aviones y astilleros, y varios millones se alistaron en los cuerpos femeninos de las fuerzas armadas donde prestaron servicios auxiliares, pero no por ello menos esenciales. También persistió la discriminación, que lentamente (acaso demasiado) fue diluida sólo mediante la salida a escena de personalidades como Martin Luther King, estadounidense de origen africano que encabezó manifestaciones públicas en rechazo de la discriminación que sufrían personas de su misma condición racial. Al Congreso y a los industriales discriminadores no les quedó menos que reconocer algunos derechos de los conciudadanos de ascendencia negra. Pero tampoco podemos sostener que las cosas variaron mucho ni ejemplarmente. Prueba reciente de ello es el racismo de George Bush Jr. cuando el huracán Katrina. El gobierno se mantuvo agazapado, sin intervenir. Después se supo que Baby Bush no quiso actuar oportunamente. El huracán había azotado a los estados sureños, cuya población es primordialmente negra… Pero para efectos de este ensayo, nos interesa más de momento la cuestión económica en EE UU, que se teñía de rarezas.
En los Estados Unidos aparentemente se pasó de la guerra a la paz mediante un proceso indoloro. Y es que hubo una veloz conversión de la producción de material de guerra a la de material de consumo. Mayor importancia reviste el alto índice de consumo registrado en estos años. El número de automóviles vendidos no tiene precedentes en la historia de ningún país. El gasto del Estado y el consumo de la población crecieron escandalosamente: esa fue la causa de los siguientes problemas, entre los cuales el máximo fue la inflación. El Estado tomó medidas estrictas. El Congreso había previsto lo peor y desoyó al presidente Truman y sus propuestas, y aprobó la ley Taft-Hartley, inspirada en gran medida en la legislación vigente durante la guerra, en virtud de la cual se declaraban ilegales los closed shops, es decir la obligación de que todos los trabajadores de una fábrica se afiliaran a un sindicato; se obligaba a los sindicatos a respetar un plazo de sesenta días de enfriamiento antes de ir a huelga, se exigía la publicidad de la contabilidad de los sindicatos y se les declaraba personas jurídicas, responsables ante los tribunales (Adams: op.cit.)
Estados Unidos pasó de ser una potencia en crecimiento, a la principalísima potencia. Esa fue la principal consecuencia mundial de la guerra, porque dejó a Europa (¡un continente entero!) el poco honroso segundo lugar. Los Estados Unidos concentraban en 1945 tres cuartos del capital invertido en todo el mundo y de la capacidad industrial. Así que sólo EE UU podía llenar el vacío político que dejó a su paso la guerra en Europa y en el mundo enterito. “Pero los americanos carecían de una visión clara de lo que significaba su nuevo papel, por lo que transformaron el anticomunismo dentro y fuera de fronteras en una ideología, surgiendo así la Guerra Fría”.
Para la versión ortodoxa de este acontecimiento, la actitud americana fue la respuesta del hombre libre a la expresión y agresión comunistas. A su vez, la tesis “revisionista” sostenía que el gobierno americano abandonó deliberadamente la política de colaboración con URSS, rechazó la noción de esferas de influencia en Europa Oriental y trató de imponer el estilo de democracia americano con el fin de aumentar su propio poder político. En fin, ambas partes desconfiaban de su contrario. En medio de su relación había un gran recelo mutuo.
Rusia, debilitada por la devastación de la guerra y más preocupada por su seguridad que por la expansión, temía que América se empeñara en una política de dominación ideológica y militar; los americanos, y la mayoría de sus aliados europeos, pensaban que URSS pretendía la ruina del capitalismo y la imposición del comunismo en todo el continente. Este temor sirvió de base para el enfriamiento de los lazos binacionales URSS-EUA. Para colmo, Truman declaró que los Estados Unidos debían apoyar a todo país amenazado por las presiones comunistas. La URSS era comunista; y también ofreció apoyo pero a todos los que quisieran rebelarse contra el yugo de cualquier nación. El encontronazo de discursos, sin embargo, no pasó de eso, de ardorosos discursos en un principio. Pero enseguida pasó lo contrario. No cabe duda que estas diferencias ideológicas aparentemente menores, cobran relevancia cuando las vemos a distancia. Los Estados Unidos eran la nación del consumismo, del güero panzón paseando por las calles, a despecho de toda ideología social; mientras que la Unión Soviética se había arrogado de motu propio el papel de defensor de las naciones oprimidas; y esto de oprimidas era achacable casi siempre a los panzones Estados Unidos. Diferencias de aspecto menor eran el eje de la más ardiente rivalidad.
Con Eisenhower, conservador, el rumbo futuro se antojaba distinto, ya porque suavizaría las de por sí duras relaciones con la Unión Soviética, ya para tomar la decisión que cambiara el rumbo de las cosas de una vez por todas. Quienes así pensaban, estaban equivocados.
Nada más llegar a la Casa Blanca, Eisenhower prometió un gobierno democrático, o conservador moderno. ¿Era entonces conservador o liberal? A lo que su Congreso se opuso enérgicamente. El presidente no capituló a sus promesas, no completamente. Trabó una inusitada relación de estrechez entre gobierno y empresarios; esto no era nuevo, mas sí la cantidad y calidad de las relaciones que Eisenhower puso a despecho de otras. Aquí la relación Congreso-Presidente se hallaba nivelada.
No así cuando su segundo mandato. Iniciado éste, el presidente sometió al Congreso un programa que incluía subvenciones a los agricultores, más carreteras construidas con ayuda federal, fondos federales para educación y vivienda, ampliación de la legislación sobre seguridad social y el perfeccionamiento de la legislación laboral. También apoyó las medidas a favor del depauperado campesinado estadounidense. Eisenhower comulgaba con la idea de no luchar con el régimen soviético; esto entre los ortodoxos de su país era visto con ojos de lobo enfurecido.
En 1953, una vez finalizados los problemas bélicos en Corea e indochina y la muerte de Stalin, con esto último el nombramiento de un nuevo dirigente soviético, Niñita Kurchev, el mundo empieza una época de deshielo, para decirlo con Roger Stourzh Gerakd en La Guerra Fría. Emergen iniciativas para una convivencia pacífica pro parte de los dos bloques, la tensión se reduce y las relaciones entre estados de diferentes bloques se suavizan.
La guerra fría, podremos concluir rápidamente, fue un periodo significativo para la humanidad. Hubo unas relaciones tremendamente tirantes, las dos superpotencias querían controlar ellas solas el mundo y había el peligro de una tercera guerra mundial. Ahora el mundo entraba a una etapa de “coexistencia pacífica” como eufemísticamente se le conoce, que de pacífica no tuvo nada. En esta etapa de paz sucedieron conflictos como el de Vietnam.
Pero los Estados Unidos pasaban por un proceso interno, más acá de sus líos internacionales. El país se transformaba en algo desconocido por sus propios habitantes. No así por sus gobernantes. A esto nuevo se le llamó pentagonismo. ¿Relacionado con el pentágono, la casa blanca y los hombres de traje, cuyo aspecto inspira las peores de las desconfianzas?
Más o menos. En todo caso, se trata de una situación relacionada con cómo producir mucho dinero por medio de nuevos procedimientos financieros, militares, económicos globales… Es un sistema tan nuevo que hasta el imperialismo es un concepto que se queda corto. No es difícil de explicar.
El capitalismo ultramoderno ha encontrado en sí mismo la capacidad necesaria para elevar al máximo los dos términos del capitalismo que se ponían en juego en la etapa imperialista. Sus formidables instalaciones industriales, operando bajo condiciones creadas por la acumulación científica, pueden producir materias primas antes insospechadas a partir de materias primas básicas y a costos bajísimos; estas nuevas materias primas han permitido ampliar a cifras fabulosas las líneas de producción y con ello han hecho del subproducto la clave del beneficio mínimo indispensable para mantener una industria funcionando, de manera que los beneficios obtenidos con los productos principales se acumulan para ampliar las instalaciones o establecer otras nuevas, y el resultado final de ese proceso interminable es una productividad altísima, nuca antes vista en la historia del capitalismo (Juan Bosch: El pentagonismo sustituto del imperialismo).
El pentagonismo guarda parentesco con el imperialismo. Pero no explota a colonias conquistadas, explota a su propio pueblo. ¿Cómo es esto? El pentagonismo realiza la colonización de la metrópoli pero como para colonizar a la metrópoli hay que hacerlo con el mismo procedimiento militar que se emplea para conquistar una colonia, los ejércitos metropolitanos son lanzados a hacer la guerra contra otros países. Pero aquí no para la cosa. Las hordas de soldados son lanzadas no para conquistar territorios, sino posiciones de poder. Lo que se busca no es establecerse en tierras cuya materia prima vale menos que un cacahuate, sino tener acceso a cuantiosos recursos económicos que se movilizan para la producción industrial de guerra. De aquí se sigue que la metrópoli pentagonista convierte a su propio pueblo en su mejor colonia; es a la vez metrópoli y colonia, en una simbiosis imprevista.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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