El blog de Luis Frías

enero 11, 2008

¿Cosas de familia?

Cuando pienso en las quejas que los ortodoxos de la Academia esgrimen a propósito de la “penosa situación” por la que atraviesa la lengua española, me viene de golpe a la mente una analogía muy curiosa. No sé por qué. Comparo a los defensores de la lengua y a sus rupestres usuarios, con una familia tradicional, léase: abuelos (vivos), padres (no divorciados) e hijos (no muy precoces). Los abuelos suelen ser los defensores a ultranza del orden de cosas establecido; los padres son los mediadores entre esa vieja tradición y las costumbres parafernálicas de los hijos. Pues bien, en la situación de la lengua, los empedernidos y estudiosos defensores del idioma español son enemigos del trato de klínex que los choferes de autobús le dan, ciñéndonos a nuestra realidad circundante, al sacrosanto español.

Ahora bien, recién fui invitado por un candidato a diputado de izquierda, a una reunión con agraristas de Tlaxcala. No ponía mucha atención a las promesas que hacía el candidato ni a las adormiladas afirmaciones de cabeza que hacían los sombrerudos. Pero no podía despegar la vista de un viejo adusto que estaba sentado en la cabecera del largo mesón, hablando con palabras inusuales. No apartar la vista de un viejo cabrón en medio de una reunión de machos, es un gran peligro. ¡Pero era tan entretenido! Cada vez cambiaba los acentos de las palabras que yo conocía o, de plano, enunciaba cosas desconocidas.

Alguien le preguntó si quería un pulque.
-¡Sagüevo! Y ójala no traiga del gusano.
-¡Ora gusano! –respondió el mareado tlachiquero- S ni que fuera qué…

En realidad me resultaba fácil entender todo lo que se comunicaban estos paisanos, mas pensé qué burlas se llevarían estos pobres hombres si estuvieran en medio del pasillo apestoso a marihuana de la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra querida UNAM. ¿Están estos paisanos, sin embargo, incurriendo en un pecado que les merezca le acumulación de todos los baldones? Pero si ellos se entienden perfectamente. En todo caso, que la palabra sirva para comunicar a los hombres es lo que a mí me parece adecuado.

*

En el fondo, la cuestión no es defender algún tipo del habla con corrección. Antes bien, el punto es defender la evolución natural del idioma. De utilidad sería oponer dos cosas entre sí: la normatividad de la lengua vs. su evolución. He querido confrontar estas ideas para llevarlas al extremo y así sacar el fruto deseado, aun sabiendo que por sí mismas y, en éste o en cualquier otro contexto, no sean exactamente nociones enemigas. Pues bien, la normatividad es la que, por un lado, permite que siendo niños aprendiéramos en la escuela primaria con miss Lolita el uso correcto de los artículos La, El, Los, Las…, así como los adjetivos tanto calificativos como determinativos, y otros rudimentos elementales que nos permiten pedir una Coca Cola en la tienda con toda facilidad. Pero por el otro lado está el simple y llano mundo real, donde aprendemos desde las expresiones de moda como ésas del ‘clientelismo político’ o del ‘calentamiento global’, hasta las estructuras cada vez más fragmentarias de entablar una conversación: asombra las pláticas en un teléfono celular, uno pregunta “¿ya estás?” a lo que el otro responde “Aguanta culero, esto está perro, pero no hay pedo, seguimos como quedamos”, y cuelgan satisfechos…. Sin embargo, el enfrentamiento entre ambos modos de concebir una única realidad que es la lengua, no tiene otra lógica que la propia conformación del habla particular de los seres humanos. Algo totalmente natural. Hay que imaginar qué aburrido sería el mundo si estas cosas tan naturales como el agua no existieran. ¡Qué patético!

Ahora bien, no sin cierta nostalgia por lo antiguo, afirma Lope Blanch que es necesario trabajar por conservar las formas adecuadas del habla, o sea: en estricto sentido, hay que esforzarnos por erradicar esos cambios de acentuación en las palabras que hacían aquellos campesinos de Tlaxcala con los que comí tacos de barbacoa y caldo de mondongo. Qué tontería. Me parece que son precisamente las variedades en el lenguaje lo que dota de su más profunda riqueza al idioma español y a cualquier otro… Puede ser que yo lo vea así, porque milito entre los que usan el gringoso okey, en lugar del adecuado de acuerdo, cada vez que alguien me pregunta sí estoy de acuerdo con cierta bagatela. Comoquiera que sea, que cada quien hable como se les da la gana me parece, sinceramente, loable. La literatura, la antropología, la lingüística misma, el periodismo, se nutren precisamente de esta multiplicidad de diferencias.

Lo sé, estoy saliéndome por la tangente al hablar de cosas absolutamente fuera del dominio lingüístico, o sea: de cosas extralingüísticas. Y en efecto, sería una necedad no sostener más o menos mi opinión desde la sensatez académica.

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Si no superficialmente, por lo menos rápidamente querría mencionar los cuatro factores de los que depende la normatividad, es decir la corrección, en la lengua. Los cuatro, de acuerdo con Lope Blanch. Uno es el geográfico. No es lo mismo vivir y hablar español cubano que español de Argentina. Otro es el factor diafásico, o estilístico. Los escritores. Cada cual escribe como mejor le parece. El tercer caso es el diastrático. Un yuppi no posee el mismo lenguaje que un pepenador, para ponernos extremosos. El cuarto y último, es el factor histórico. Para entender esto, compárese la forma de escribir de un periódico actual, La Prensa es un buen ejemplo, con El Quijote de Cervantes. ¿Para qué traer a cuento esto? Los cuatro son cambios, evoluciones en la lengua, que impiden, dificultan, ponen trabas naturales, a la conformación de una norma absoluta. En la medida en que cada uno de estos factores sea más acentuado en una misma realidad se hace más imposible conseguir una norma absoluta; de modo que cabría insistir: norma vs. evolución son en la lengua, lo que padres e hijos son en la familia.

¡Y quién no ha discutido ardientemente con sus padres, quién no ha golpeado con saña a sus hijos! Pero por acerbas que sean las golpizas, en el fondo los une algo muy profundo, muy mutuo. En la familia podría ser el amor, o simplemente el bienestar común; en la lengua, la expresión. Lo lamento. La expresión es algo extralingüístico. No hallé un motivo más poderoso para unir las dos fuerzas antagónicas pero complementarias que son la mocha madre norma y la puta hija evolución.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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