El blog de Luis Frías

octubre 05, 2008

Contra los camorristas


Aun cuando en el medio mexicano ha cobrado cierta presencia el reciente trabajo del italiano Roberto Saviano, Gomorra: un viaje al imperio económico y al sueño de la Camorra, no es mi intención referirme a sus apasionantes personajes. En efecto, este largo ensayo ha resultado fascinante no sólo para los mexicanos sino para los latinoamericanos merced, a mi parecer, a las grandes semejanzas que guarda nuestra realidad hispanoamericana con la de la península italiana. Por describirlo rápido, el libro es el resultado de una investigación sobre las mafias de la camorra del sur de Italia. Caso saliente que se menciona es la forma en que proceden los mafiosos para falsificar ropa de diseñador: a esclavos que hacen traer de China, los ponen a trabajar en las maquilas latinoamericanas —donde se memorizan las plantillas base para hermosas prendas—, y los traen de regreso para producir a gran escala falsos pero idénticos vestidos espléndidos que montan en los aparadores de las avenidas de moda. ¿No se parecen bastante los mafiosos italianos a los narcos latinoamericanos? Nuestros narcos son hábiles para esclavizar niñas de etnias oaxaqueñas y mandarlas a pie a Estados Unidos, no sin antes hacerles que se embuchen bolsitas de cocaína. Pero no voy a hablar de los narcos ni de este tipo de camorristas.


Pienso repudiar a esa desagradable grey que se puede encontrar en todas partes. Encarnan a una de las grandes paradojas de la vida moderna. Al mismo tiempo que los valores del multiculturalismo y la tolerancia se vuelven, por fortuna, en moneda corriente de la vida en la actualidad, también persisten los atavismos lastimosos de esos, de los camorristas. Yo no creo que en el presente haya más homosexualidad y menos valores que en épocas anteriores; ocurre que hasta hace poco seguíamos siendo tan imbécilmente intolerantes, que nos negábamos a ver la realidad. El actual ambiente de apertura (aparente, quizá) ha permitido que todo mundo abra las puertas de su clóset: los homosexuales, las feministas, los ambientalistas, los de sexualidad relajada, los conservadores más herméticos, etcétera. Es la peor época para machistas y sacerdotes: no pueden tapar la evidencia: son parte del pasado ellos y todos sus dogmas empolvados. También es la peor etapa para ellos, para los camorristas; al estar hechos de arcilla cavernícola, explotan ante cualquiera de las actuales cosas que les desagraden.


Quien frecuente los tugurios, sabe a qué seres me refiero. Recientemente, tomando una cerveza en cierta cantina de Pachuca, me topé con uno de ellos. No directamente, pero al menos lo presencié cerca de mí. No lejos de mi mesa, estaban los tres parroquianos —albañiles o cargadores de algún mercado. Nadie les había prestado atención alguna, hasta que voló por los aires una botella de Corona. Un alfeñique de camiseta sin mangas estaba encima de otro, dándole de puñetazos. Sin interrumpir mayormente a nadie, el grueso barman tomó al enjuto albañil y lo echó para afuera. El rato siguió bien y salí un par de horas más tarde, en cuanto acabó el partido el futbol en el televisor. Mientras le largaba un billete al grueso hombre de la barra, se iba tambaleando hacia el sanitario uno de los albañiles. Cuando me dio el cambio, le pregunté al hombre qué había pasado con aquéllos. “Uno —me dijo—hizo gestos que al otro le hicieron acordarse de algo, y entonces le dio de puños”. Sin duda, un camorrista.


Más habitual aún, es el caso de los que andan atrás del volante. Los mal llamados energúmenos al volante, en realidad no son sino una clasificación más de camorristas consuetudinarios. Consumados malos conductores, estos camorristas son los que aprietan el acelerador a fondo cuando advierten que el disco del semáforo está por pasar de amarillo a rojo. No tengo nada en contra de los que viven de andar al volante todo el día, empero, son ellos los principales camorristas. ¿Tantas horas diarias manejando una pesera o un microbús lo harán a uno más propenso a armar camorra? Son ellos los que aprietan con desenfreno el claxon en la fila del semáforo, aun cuando éste siga en rojo. Son los que se frenan en medio del periférico para subir pasaje, sin importarles que atrás se aproximen carros toda velocidad. Pero no hablo con clasismo en la boca: de carros lujosos también descienden camorristas. Si el chofer de micro tocó el claxon impertinentemente, desciende el tipo del Mercedes Benz, pistola en mano, y le apunta al rostro, poniendo los pelos de punta de todo el pasaje. Tan terco el uno, como desaforado el otro. Ambos, igual de camorristas.


No es mi intención hacer un recuento de la variedad de camorristas, ni detallar punto por punto los rasgos esenciales de su naturaleza. Basten estos dos casos para cobrar conciencia de lo imprescindible que es tomar cartas en el asunto. Hay que acabar con esos seres desagradables. La mejor medida será la que cada camorrista se merezca: habrá quienes se enderecen con un simple correctivo; habrá otros que necesiten conocer el sabor de la peor tortura. En todo caso, hay que hacer por acabar con esos especímenes que, con fortuna escurridiza, han conseguido pasar por alto todo tipo de civilización, desde el Medioevo (del que provienen), hasta nuestros tiempos (en los que están permanentemente fuera de lugar).


Tuvo que pasar años de elucidaciones filosóficas para que en El perfil del hombre y la cultura en México, Samuel Ramos diera carta de naturalización a lo que todos sabíamos: que por tradición, los mexicanos manifiestan su machismo mediante frases como “tengo muchos güevos” o “yo soy tu padre”… filosofía de principios del siglo pasado, después de todo. Para los que ven con idilio al México bronco pero bonito de, por ejemplo, el cine de oro, los camorristas les hacen evocar con ternura aquellos tiempos. Para los que apreciamos el poder de la violencia en la literatura, en otro sentido, los camorristas son invaluable materia prima para la ficción. Pero en la vida real, no hay seres más indeseables que ellos. Alguien sensato debería estudiar la posibilidad de traer a los otros, a los camorristas italianos, para que vengan y “visiten” a éstos, a los camorristas mexicanos.

Espiral 19

En la revista que edita mi amiga Elena Méndez desde Sinaloa, puede leerse un ensayo mío: "La tele cultural, de Octavio Paz a La Dichosa Palabra". Espero que tengan un rato de ocio para leerlo.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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