El blog de Luis Frías

abril 29, 2008

Ganas cubanas

¿Quieres que dos personas se pongan a discutir interminablemente? Fácil: hazlos entrar a un cuarto solitario y, antes de cerrar la puerta y dejarlos solos, pronuncia la palabra “Cuba”.

El chistecito me lo contaron en el verano de hace unos años, cuando estaba preparando en vano un viaje a la isla. Por aquella época estaba de moda la música del Buena Vista Social Club, esos ancianos que tocaban guarachas y sones cubanos con la loca energía que envidiaría cualquier agrupación musical de jóvenes. Me motivaba la ilusión de poder conocerlos en persona, en la Habana Vieja donde está la escuela de música de paredes despintadas donde ensayaban sus escalas musicales. Pero por encima de la música, mis intereses siempre han sido literarios. Y admiro a José Martí y Nicolás Guillén, al barroco José Lezama Lima y al homosexual Virgilio Piñera, a Severo Sarduy y a Guillermo Cabrera Infante y, últimamente, a Pedro Juan Gutiérrez: el estilo de este último es de pornográfica crudeza tal, que ha sido comparado con Charles Bukowsky. No recuerdo por qué ese viaje no pudo ser. Seguramente no conseguí los 500 dólares que pedía la agencia de viajes a cambio de un boleto redondo de avión más cinco días y cuatro noches en un hotel céntrico.

Pero hasta hace unos meses, mis intenciones isleñas habían permanecido en duermevela. No pensaba en Cuba sino esporádicamente. Me acordaba de la ínsula caribeña sólo gracias a los libros que leía. Especialmente a los de Pedro Juan Gutiérrez: y Carne de Perro es de los que más me gustaba. Reunión de varios cuentos en ilación, el libro forma parte de ese estilo que recientemente alguien llamó cool radical. Es una literatura cuyos personajes son conscientes de su realidad, se trata de seres culturalmente ricos pero cuyas existencias, sin embargo, languidecen en un túnel de autodestrucción. Sus aspiraciones son tan elementales como disponer de unas monedas en el pantalón, tener suficiente cerveza en la nevera y embarrarse en la cama con tantas personas como el cuerpo lo permita. Y llegué a creer que la forma de vida cubana no podía ser de otra forma. En vista de los elevados índices culturales pero los pésimos niveles de vida material, ¿a qué podían aspirar los cubanos como no fuera a beber ron escuchando buenos sones, a estafar a algún turista gringo y a tener sexo con esas bronceadas humanidades; placeres caros al narrador en primera persona del crudo libro de relatos de Pedro Juan Gutiérrez? Las últimas nuevas provenientes de la ínsula despertaron mis malos pensamientos.

Desde que a fines del año anterior los enemigos de Fidel en Miami lo daban por muerto, los especialistas hablaron de un cambio en la configuración de la política latinoamericana. A mi lo que me inquietaba profundamente era la posibilidad de que la vida en La Habana dejara de ser lo que es (como quiera que ésta sea) y subieran de precio el ron, los habanos y el sexo tradicionalmente al alcance del bolsillo de cualquier turista. Aun cuando en estos últimos meses las apariciones de Castro sólo eran esas transmisiones televisivas, enfundado en ese traje deportivo Adidas, lo cierto es que la posibilidad de su desaparición definitiva orillaba a largas pláticas de cantina de personas como yo, que hemos nacido y crecido sabiendo que en Cuba reina un barbón metido en un traje verde olivo. Mis preocupaciones se multiplicaron desde que el 24 de febrero el Comandante el Jefe cedió el Máximo Cargo a su hermano Raúl Castro. ¿Se iba a romper el orden de cosas establecido; imposible conseguir ron, sexo y música por un puñado de dólares?

Mi situación monetaria me impedía planificar ningún ni viaje al caribe, ni siquiera a las grises aguas de Veracruz. Pero no dejé de seguir de cerca la evolución de los últimos meses de la vida cubana. La malhadada apertura económica anunciada por Raúl Castro fue lo que más levantó ámpula. Para ciertos especialistas, es señal inequívoca de que Cuba se acerca a un sistema parecido al chino. Un socialismo de mercado. El hecho es que Castro anunció que la ley permitiría a los cubanos adquirir ¡frigoríficos, antenas para televisión por cable, ordenadores! Al respecto, escuché un chiste cruel pero realista: “los años noventa llegan a Cuba”. No se puede escuchar esa información sin poner una mueca por dos motivos. Uno, porque la apertura al mercado de la chatarra electrónica pone en duda la férrea ideología que tanto alardean los Castro. Y dos, porque parece absurdo que se abra el mercado a unos cubanos cuyos sueldos diarios les impiden comer, tan siquiera, carne de res. Habrá quien defienda las medidas, habrá quien las repudie. A mi me causó tristeza ver en las fotografías del periódico a una pareja de mulatos que salían de la tienda, locos de felicidad, cargando un horno de microondas.

Esta semana se dio un anuncio que no es fácil de clasificar. Un par de teleseries norteamericanas empezarán a transmitirse en horarios nocturnos por la pantalla chica cubana. ¿Vía pésimos programas de televisión va a dar comienzo la nueva era castrista? Qué desgracia. El caso es que por la noche, los isleños —los que tengan televisión— podrán ver el multipremiado drama de Los soprano: una familia mafiosa italo-estadounidense que vive en Nueva Jersey. Para los cursis, los jueves por la noche pasará Grey’s anatomy, programa sobre los avatares profesionales y amorosos de un grupo de estudiantes de cirugía en un hospital de Seattle. La cuestión es de un absurdo sin desperdicio. Me recuerda la etapa de un tipo de escolapios. De esos que suelen albergar un odio inexplicable contra sus padres, pero no rechistan en gastarse el dinero que ellos les dan. Pues bien, los Castro no odian nada tanto como a los yanquis, pero no rechistan en beber su Coca cola, recibir los dólares de sus turistas, vestir su ropa Adidas y, ahora, ver sus programas televisivos. Un dato adicional: por la ausencia de ligas comerciales con Estados Unidos, Cuba usa la señal satelital sin pagar derechos.

No puedo terminar sin admitir que mis deseos son los de quien quiere viajar a Cuba con intenciones malsanas. Cuando me encierren en un cuarto y pronuncien “Cuba”, me limitaré a hablar de los escritores isleños que tanto me gustan.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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