El blog de Luis Frías

marzo 03, 2014

Sueños de sudor




Es verdad que en todos estos meses, a las oficinas de la estación no ha entrado mujer más gorda y jetona que ella. Pero como los 14 de febrero son de fiesta segura y esta vez caía en viernes, todo podía suceder. Después de unos tacos de guisado, unas cubas y algunos quiebres de cumbia, seguramente seguirían la fiesta en algún local de la Obrera o la Doctores, como siempre. Y, ya en la mera pachanga, ni modo que no le fuera bien. Era muy buena corazonada.

Decidió estrenar un pantalón que hacía juego con un chaleco entalladito. El espejo del cuarto reflejaba su sonrisa, mientras se abrochaba el último botón. Así se fue a la papelería a comprar serpentinas y globos en forma de corazón, estampados con frases de amor y dibujos de caramelos, moños, ositos; de allí pasó a la tienda por dulces. Pero con tanto globo odioso estorbándole hasta para sacar el monedero y pagar el taxi, pensó que lo mejor habría sido no hacer nada, carajo.

Pero no. No se iba a enojar. Al menos ese día. Y respiró.

En la oficina, se puso a decorar con los globos, y acomodó dulces para que todos pudiesen tomar uno. Solo unas 4 mujeres trabajan en aquella estación de servicio del Metro; están en la misma oficina y se hacen cargo del papeleo. Ninguna dijo nada cuando la vieron afanada en decorar. Mientras ella sonreía al hermosear la oficina, las otras intercambiaban miraditas burlonas. Ese día, desde su escritorio, se la pasó respondiendo con sonrisas y coqueteos cada que un macho aceitoso entraba y caía en la trampa de pedirle un dulce.

—Hola, Barbarita, te ves muy bien hoy.

Cuando salió el mecánico, le vio el trasero, la espalda y las greñas mugrosas.  Le encantó.

A medida que transcurría el día, sus esperanzas crecieron. Contra la tradición suya de sentarse detrás de la computadora sin hablarle a nadie, ese día andaba platicadora con todo el mundo.

Pero después de la comida, justo antes de salir del trabajo, se hizo una reunión allá, a medio pasillo. Una a una fueron saliendo las otras mujeres. Desde luego que estaban organizando la fiesta, y no la querían invitar.

Entonces sí se enojó y fue hasta donde ellas.

—Qué pasó, niñas. ¿Me perdí de algo?

Se plantó firme y seria. Hela ahí, en todo su esplendor a la Bárbara gorda y jetona de siempre.

—Nada, Barby. Aquí estamos.

—Hay que organizar algo para al rato, ¿no?

Las desgraciadas titubearon, nerviosas, ante aquella Bárbara que, si alguien la hacía enojar, tenía la corpulencia para convertirla en tornillos, tuercas y rondanas.

—Es que… es que… la fiesta… fue… ayer.

La enorme mujer abrió los ojos y tragó saliva. Enmudeció. Las volteó a ver a todas, una por una, como si las interrogara.

Y le explicaron. El día antes, a la salida, el jefe les propuso que hicieran la fiesta porque el viernes él no podía. Pero ella, puntual como siempre, se había ido 10 minutos antes de las 6 de la tarde. Así que se organizaron y se fueron a la Guerrero.

—Y la verdad, Barby, me fue muy bien —le confesó una mujer—. ¿Viste al que entró hace rato a la oficina, el que te preguntó cómo estabas? Pues con él.

—Pero estábamos pensando en organizar algo hoy, para que vayas tú también.

Esto último ni lo escuchó. Se acabó la Bárbara que esperaba un buen día. Volvió la de siempre. Para esconder su derrota contra sí misma, montó en las más falsas carcajadas que se han visto en una estación de servicio del Metro.

—¿Con ese idiota?

Desternillada de risa, se marchó a la oficina. Dando un paso para atrás, las mujeres se le quedaron mirando. A través de los cristales, se podía ver cómo la enorme mujer arrancaba los globos y las serpentinas y juntaba los dulces. Hizo una bola de basura que sacó de inmediato. Al pasar por en medio de ellas, que seguían atónitas, les espetó en el rostro un duro “Buenas tardes.


Qué le vamos a hacer

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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