El blog de Luis Frías

julio 13, 2008

En Hidalgo, el agravio por delante

No por simple casualidad los ciudadanos tienen desconfianza de sus gobernantes. Históricamente, sobran motivos. En el Virreinato la administración parecía gobernar bajo la consigna de que sólo era posible hacer las cosas en contra de los indios mesoamericanos. Después, en decimonono hay que recordar cuánta diferencia había entre la vida palaciega de Maximiliano de Habsburgo y los indios de pata rajada que pululaban por todo el territorio mexicano; de hecho, por más que se elogien los ajustes practicados por Don Benito Juárez, no se le puede festejar que haya acabado con la rapacidad de los gobernantes. Por el contrario, casualmente los que lo sucedieron en el poder son los mismos que han pasado a la lista negra de la historia nacional: por no decir más, recordemos que a las tres décadas de la dictadura porfiriana las siguen (tras un breve periodo de Venustiano Carranza) los gobiernos del grupo sonorense encabezado por ese pillo de Plutarco Elías Calles.

Pero posiblemente el siglo 20 mexicano es donde se puede encontrar el mayor número de agravios ejercidos por los gobernantes en contra de los que, paradójicamente, los eligieron. “Gobierno votado toca mal son”, adaptó Carlos Monsiváis un popular dicho. Más concretamente, el inicio de la tan mexicana tradición del ultraje puede ubicarse en la segunda mitad del siglo 20. Pues fue en los albores de la década de los 50 cuando el presidente ya era famoso por ladrón. A Miguel Alemán se le reconocía no únicamente por ser el primero en haber salido de las filas de profesionistas y no de las militares, sino por su amor a los pesos. El mote que le pusieron de “Alibabá y los cuarenta ladrones” apelaba a que los integrantes de su gabinete parecían menos universitarios sin tacha, que adictos al ahorro de dinero ajeno en las cuentas bancarias propias. Para Jorge Volpi, es conveniente que el siglo pasado se mida en sexenios, no en decenios. Es verdad: una nueva versión de padecimientos se renueva cada que llega alguien a la presidencia y ejerce su estilo. Pero encuentro inútil hacer recuento de lo que, en el terreno de la rapacería, ha marcado a los últimos presidentes de la república.

Baste no dejar de recordar que Díaz Ordaz fue el responsable de que ocurriera el lastimoso episodio nacional del 2 de octubre de 1968. Y que Luis Echeverría, su secretario de Gobernación perfectamente informado de la situación, se convirtió en el presidente siguiente, y repitió una tragedia semejante en 1971. Desde entonces hasta esta parte, es completamente natural que a todos los sexenios cada quien les achaque algo: ¿quién no le ha mentado la madre, justificadamente, alguna vez al gobierno? De cualquier modo, lo que quiero no es hacer un recuento de daños. Mi interés es poner atención a una vileza que, ya no tan secretamente, está infligiendo el gobierno hidalguense.

Hace unos cuantos meses, la Dirección Ecológica de Hidalgo empezó a mostrar preocupación por los altos índices de polución en la región estatal. Pero no comenzó por hablar de las partículas contaminantes que ponían negros a los ríos y los lagos; ni tampoco se mostró mayor alarma por el abigarramiento de los hacinamientos de basura que se pueden encontrar en todas partes: no. Lo que despertaba más preocupación entre los responsables del medio ambiente en Hidalgo eran las cantidades millonarias de partículas contaminantes que andan de acá para allá en el viento. Evidentemente era un problema que se podía disminuir, en alguna medida, haciendo conciencia entre todos los que usan automóviles. Y rápido aparecieron, en los cruceros, patrullas ecológicas que te quitaban la placa si no tenías el holograma de la verificación. El objetivo era que muchos conductores, intimidados por pagar las multas —o sobornos— que te pueden extender los patrulleros, se dirigieran a poner en orden sus motores y verificasen el coche. Curiosamente al mismo tiempo, la Tesorería Estatal dio inicio a una empecinada campaña de publicidad para que los morosos paguemos los impuestos que debemos. ¡Somos decenas de miles los que tenemos carros que adeudan tenencias! En otras palabras, es mucho dinero que se le escapa de las manos al gobierno: pues entre otros impuestos, la recaudación por tenencias llega directamente a manos de cada gobierno estatal. Pues bien, a los dueños de automóviles, se nos empezó invitando a que consultáramos nuestros adeudos a través de Internet, desde la comodidad de nuestras computadoras. Como esta medida no rindiera mayores frutos, se nos hizo el ofrecimiento de que pagásemos nuestras deudas mediante la tarjeta de crédito y a seis meses sin intereses. Seguramente la brillante medida tampoco dio frutos, porque la Tesorería pasó al vil terreno de las amenazas.

He aquí la mejor parte. La Tesorería resolvió que vería saciada su sed de dinero aplicando amenazas contra los que manejamos coches. Pero qué malditos. Pusieron a funcionar su plan con la Dirección de Ecología. La solución fue que a partir de ya, no se verificará a los coches que adeuden algún peso a la Tesorería. Y como las patrullas ecológicas te quitan la placa si no estás verificado, así se pretende que los morosos corramos a pagar nuestros deberes, temerosos de no poder seguir circulando. Dicho de otro modo, todos los que debemos tenencias tenemos que saldarlas para poder circular con libertad.

Ahora bien, la hilarante fue la tesorera hidalguense, al afirmar que su preocupación no es sino ecológica. Jajajá. Quién le va a creer que su interés genuino es preservar el medio ambiente y no, en cambio, sacarnos millones a los que adeudamos un impuesto, por lo demás, absurdo, inventado hace unas décadas. Ojalá Calderón cumpla con su palabra y lo elimine: me gustaría ver qué cara pone la mujer. Si en verdad les preocupara el medio ambiente, corregirían esos basureros que hay por todas partes, meterían en cintura a las empresas contaminantes, etcétera, mas no se pondrían a montar tretas conjuntas, Tesorería y Ecología, para hincarnos el diente. Aun cuando su conciencia ecológica fuera verdad, toda una historia nacional de agravios seguiría haciéndonos desconfiar.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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