El blog de Luis Frías

septiembre 10, 2007

El Bajón (vacaciones)

¿Cómo hacer un texto esencialmente cabizbajo, evitando el tono patético? Ocurre que tocaron a su fin dos semanas de psicodélicas vacaciones por las costas de Quintana Roo. El tour fue Playa del Carmen, Cancún, Puerto Morelos, Tulum, Xcaret, Xel ha, Playa Mamitas, Punta Xcalacoco, en fin. Todas son playas de arenas blanquísimas bañadas por aguas azul turquesa, en medio de una selva exuberante. Bajo un sol de 36 grados que obliga a las cientos de gringas a despojarse de sus ropas y quedar nada más que en minúsculos bikinis, cuando no en topless o de plano encueradas. Uhmm. Aquello era el paraíso. Pues bien, todo eso se acabó. Tuve que despedirme. Las personas con las que me alojé me acompañaron a tomar el ADO que me condujo al aeropuerto de Cancún; a cada kilómetro de carretera se me iba haciendo un hueco en el estómago. De acuerdo, podía ser porque no había comido ye pasaban de las 3de la tarde. Pero en los pasillos del aeropuerto me tomé un café con galletas y ahí continuaba el hueco, creciendo. De modo que era otra cosa. Me senté en la sala de espera del aeropuerto a extrañar por adelantado lo que estaba dejando atrás. Me había alojado en Playa del Carmen, a treinta minutos de Cancún, y cuyas costas son más blancas y excitantes que las de esta última. Pero igual de calurosas. Cierta tarde trepé al ferry, una embarcación para 200 personas, que en treinta minutos te lleva a la isla de Cozumel. Ciento diez pesos de por medio. Asomando la mirada sobre el agua, es posible ver el fondo del mar. No es gratuito que al desembarcar te reciba una fuente con dos buceadores echando por la boca chorros de agua, en homenaje a las personas que en un año remoto hicieron de Cozumel “la capital de buceo en el mundo”. Después de un paseíto y comida abundante en un restorán exquisito, me volví en el ferry nocturno, donde viajaban dos mujeres muy platicadoras del centro del país. Una se parecía a alguien que necesito sacarme de la cabeza. Puse cualquier pretexto. “Creo que me estoy mareando”. Y me alejé a fingir que tomaba aire. Estoy pensando en todo esto cuando nos hablan para abordar el avión. Me olvido. La azafata da indicaciones sobre el vuelo. Al subir me encuentro con un avión limpio y ordenado. Pero sin lujos: claro, fue el vuelo más económico que pude encontrar en muchos días de búsqueda por el Internet y telefoneando a todas las aerolíneas para rogar un boleto de promoción. Compré en Volaris. Elevándonos, echo una mirada abajo. ¡La hermosura de Cancún a nivel de tierra luce tan dispareja desde el cielo! El área hotelera de la costa es de porcelana, mientras el centro parece un amontonadero de cajas cochambrosas y grises. Las sobrecargos pasan por los asientos preguntando mil cosas con caramelo en la voz. Que si está bien el señor, que si el niño desea ir al baño, que si apetezco una botella de agua cortesía de no sé que marca, etcétera. Abro un libro con los mayores deseos de leer y dejar atrás la nostalgia. Es imposible. A las primeras líneas pierdo la concentración. Cierro el volumen, lo pongo en mis piernas y me pongo a observar. Es inevitable traer a mientes la noche anterior, estuve rumbeando con música cubana. Tocaba el grupo de una negra y varios mulatos. No lo hacían mal, pero sólo canciones de Juan Luis Guerra y lo que pasan en la radio comercial. Qué asco de cubanos. Lo que extraño es el calor de esa velada. Me divertí hermosamente. Fui al lugar con personas que conozco en Cancún y que quiero mucho. Bailamos, nos bebimos un par de botellas de escocés de mediana calidad. En las rocas. Bien. Nos abrazábamos y le pedíamos a la gente que nos tomara fotos. La última gota de alcohol se acabó cuando clareaba afuera. Salimos a la casa y cada quien a dormir. Eran las 12 de la mañana cuando me desperté y todos ya hacían sus rutinas. Alguien veía la televisión, otro nadaba, quién trabajaba en el patio. Me acompañaron al aeropuerto y nos abrazamos, llorando con sinceridad. Ahora, aquí, descendiendo a los helados 16 grados del aeropuerto de Toluca, pienso en cómo hacer para evitar el patetismo de esto que me pone hondamente triste.

Qué le vamos a hacer

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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