El blog de Luis Frías

julio 29, 2008

Pegados a los aparatos

Era un adolescente. Cursaba la secundaria en un colegio salesiano cuando empezaron a ponerse de moda los teléfonos celulares. Y a mi colega R sus padres le compraron un negrito Startac, de Motorota. Hoy los vemos y rompemos en risa, pero en su momento eran unos aparatos flamantes. “¡Cuánto les habrá costado esa porquería!”, pensaba yo, retorciéndome de envidia. Como la situación económica de mi familia nunca dejó de ser apretada, fue imposible que yo tuviera una cosa de aquéllas. Quizá por eso los desprecio tanto. Lo cierto es que por semejante trauma y otros más que no debo mencionar, mis horas adolescentes las pasé volviendo la vista hacia mis telarañosos adentros. Lo que hice fue enfrascarme en la lectura. Definitivamente, era más económico coger un libro del estante que esperar a que mis padres ahorraran para comprarme un aparato que no iba a servirme de nada. Desde entonces, prefiero las horas de lectura empecinada a las engañosas bondades de la tecnología.

Por desgracia, esta situación me ha hecho pasar a formar parte de una minoría. No quiero ni imaginar en qué pudiera acabar la cosa si nos batiésemos los unos contra los otros. Los defensores de la lectura contra los defensores de las miniaturas tecnológicas. Para éstos sería tan fácil acabar con nosotros como para un pie aplastar una mosca.

Desde aquella mi remota pubertad he podido ver cómo la vida de la gente se facilita merced a los aparatos electrónicos. Hace por lo menos diez años que empezó a ser más fácil adquirir hornos de microondas, aparatos portátiles para llevar música, cámaras de video y fotográficas, computadoras personales y, entre otros electrónicos, desde luego que también los teléfonos celulares… Pero fue hace muy pocos años cuando la tecnología empezó verdaderamente a cobrar vida propia. Con la sigilosa aparición de Internet en los cibercafés de las esquinas, rápido todos tuvimos nuestros correos electrónicos y se universalizó el intercambio de información: las cosas han caminado a tal punto, que hoy el mundo se acabaría si un solo día llegara a faltar la señal del Internet. A partir de entonces, comenzó esta agridulce situación.

Es cierto que esta dependencia por la tecnología tiene matices. Pero también es verdad que no resulta descabellado hacer una generalización. Con ser distinta la situación de mi colega R, cuyos mejores amigos son sus aparatos electrónicos, a la de cualquier persona para quien la computadora o el teléfono celular no son más que instrumentos de comunicación, la tragedia es que cada vez son más los casos de personas adictas a la oferta de estatus que ofrecen las maravillas de la tecnología. Tal vez la búsqueda de estatus sea un caso tan viejo como la historia humanidad. Desde que tengo memoria, existen personas cuyos flamantes coches contrastan con sus pringosas casuchas: claro y evidente ejemplo de su sed de estatus. Algún estudioso de la conducta humana lo dirá mejor que yo. Comoquiera que sea, no se puede pasar por alto un ejemplo muy reciente.

Hablo de la aparición de un nuevo aparato telefónico. En absoluto me importan los teléfonos celulares. Nunca he estado al tanto de sus novedades. Si tengo teléfono es porque alguien se deshizo de él y me lo obsequió. Y difícilmente compro crédito para ponerle. Me parece deleznable andar preocupándose por las funciones que tienen los teléfonos portátiles. Posiblemente se trata de una envidia insuperada desde mis tiempos en el colegio salesiano, cuando R tenía su Startac. De hecho, fue por R precisamente que me enteré del nuevo teléfono.

Es el Iphone de nueva generación. Aunque se agotó por ventas con tarjeta de crédito antes de llegar a países como el nuestro y España, desde luego que mi querido R consiguió hacerse de una pieza. ¡Se vendieron un millón de esos en tres días! Si se acabaron tan pronto los teléfonos es por todas las cosas que tiene adentro. “Permite un acceso rápido a Internet, es muy liviano y más barato que el anterior”, me explicaba R, preso de felicidad, recién que nos encontramos haciendo fila. El modelo anterior salió a la venta en junio de 2007. En poco tiempo se volvió casi un objeto de culto y recibió un premio que lo designaba invento del año. Lo malo era su precio (casi 600 dólares) y que no estaba en venta en todos los países. El actual ya se vende en 22 naciones y cuesta menos. No duró ni una semana en los escaparates.

Por Internet me entero del furor que causó el teléfono en México. Todos los centros de atención donde vendían aparatos, parecían hormigueros el día que se puso en venta. En todas las ciudades del país. Y los que ya lo tienen no se conformaron con endeudarse comprándolo. Ya se pusieron a adquirir programitas en Internet para su aparato. Ya estarán contentos: van a poder escuchar sus canciones mientras pasa por la pantalla una lucha de la película Star Wars: todo sin dejar de hacer sus actividades. Caminando por la calle, conduciendo su vehículo, viajando por el Metro, trabajando en la oficina, haciendo el amor, comiendo en el restaurante, estudiando en el aula, practicando algún deporte.

He aquí el fondo de la cuestión. ¿De dónde viene la necesidad de poseer el nuevo Iphone? ¿De esa mencionada búsqueda de estatus? Cuando recién me encontré con R en la fila, llevaba los audífonos pegados a las orejas y no paraba de mandar mensajes a través de su teléfono celular, no me parecía que él buscara ningún estatus. Es distinto, algo más grave. Parece suplir sus carencias personales con las estupideces tecnológicas de su enajenante aparatito. Más víctima que culpable, el pobre. Lo tenía enfrente de mí pero lo sentía tan distante, llenas las orejas de la música estruendosa que salía de su Iphone y los ojos de los mensajes que recibía de su novia. Aunque estuvimos platicando cerca de media hora, no me prestó ni 2 minutos de atención. Vive sin vivir; está pegado a sus aparatos. ¿A cuántos he visto así? Eternamente agradeceré que mis padres no hayan tenido dinero para un teléfono, pero sí para mantener el librero lo suficientemente lleno.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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