El blog de Luis Frías

septiembre 01, 2007

Disnayland in Quintana Roo

No concibo la posibilidad de tomar unas vacaciones sin la compañía de algún que otro libro. Llevo unos días en Quintana Roo y he traído conmigo varios volúmenes. La primera parte estaré en Playa del Carmen y la segunda, en Cancún. ¡Pero voy a cumplir ya un par de días aquí y no he abierto los tomos más que para abanicarme un poco el aire caliente y espantar a los moscos! Carajo. Aunque tampoco fui tan tonto como para venir a la playa y cargar libros a espuertas: sólo me acompaña un tomo de la revolución bolivariana, unos cuentos del francés Apollinaire, dos novelas de Dostoievsky y dos más del cubano Pedro Juan Gutiérrez. Éste posee un estilo macizo tal, que lo han llegado a comparar con Charles Bukowsky. Espero leerlos todos por las mañanas que estaré echado en la orilla de la playa, viendo cómo el sol me enrojece la piel y las hormigas me comen las piernas.

No he hablado de otro librito. No lo traigo conmigo pero lo leía antes de venirme, y me taladra la mente cada vez que salgo a dar un paseíto por el área de turismo elite. Antropología y turismo (Ed. Plaza y Valdés, 2007, coordinado por David Lagunas). Como su nombre lo indica, su asunto es el turismo visto por la rendija antropológica. Son una docena de ensayos. Algunos valen mucho. Pienso en el de Jafar Jafari. Propone un modelo preciso del turismo, aplicable a casi todas las formas existentes de turismo a la antigüita y a la moderna. Ahora bien, textos que no llamaron mi atención durante la lectura, no los puedo sacar de mi cabeza en estos días, ni siquiera cuando estoy viendo con deleite a las gringuitas que juegan al boli-bol en topless, y son una delicia. El caso es que los textos no me dejan en paz. En uno me enteré de la gran bronca que hubo en España porque unos inversionistas millonarios querían edificar un exclusivo club de golf en la bellísima provincia de Alhambra, donde vivían con tranquilidad los labriegos. Al final, los ricos consiguieron su campo de 9 hoyos. Y es que aquí hay ¡playas privadas que pertenecen a extranjeros! En otro texto, supe que se denomina turismo residencial a ése que realizan los que compran una casa en lugares costeros, la habitan una parte del año y hacen las compras en el súper. De donde resulta que es el peor turismo, porque no hace ningún gastazo en hotel ni restorán. Pues bien, yo mismo me alojo en la casa de Kevin, un turista residencial. Pero la idea que me atormenta día y noche es una que, si no me equivoco, la acuña el propio Jafari. Disneyización. Es un concepto del que veo ejemplos a derecha e izquierda. Es la tematización de las ciudades, en pos de obtener más turismo pero a costa de la honestidad histórica y cultural. Así, las playitas que he recorrido, los restoranes donde como, las tiendas de ropa, la avenida central de Playa del Carmen, arriba y abajo, todo, es un gran parque temático, un centro comercial a cielo abierto. Es Disneyland en Quintana Roo.

Para Ryzsard Kapuscinski, pocos comportamientos son tan ajenos a la naturaleza del ser humano como el moverse de un lugar a otro, abandonar la seguridad y los espacios conocidos para ir a buscar otros, lejos de nuestras fronteras cotidianas. Playa del Carmen está muy bonita, el sol brilla en las aguas azul turquesa, la arena de la playa está muy blanca, y todo está como en los folletos. Nada que ver con el entorno citadino de donde viene la mayoría de los turistas europeos y gringos. De modo que este sitio al estilo de un Santa Fe en la Ciudad de México cumple la función de hacer sentir a los turistas (en medio de las playas selváticas) con las mismas comodidades que disfrutan en sus ciudades de origen. En otras palabras, los grupos de gringuitas en topless que corren de acá para allá en la playa, poseídas por el desenfreno, pueden creer que están gozando del exotismo del caribe mexicano. Pobres riquillas. La realidad es que se trata de un entorno armado con objetivos económicos, estudiados con minucia, para hacerlas sentir en un ambiente diferente al de sus países, pero con todos los bienestares materiales sin los cuales se morirían.

Sobra decir que los lancheros dominan el inglés, que los jacalones de mariscos reciben tarjeta de crédito, que las deferencias son para los de piel blanca y que los mexicanos no tenemos cabida ahí. ¡Qué bueno que traje suficientes libros para casi los casi diez días que pasaré en estas costas!

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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