El blog de Luis Frías

agosto 02, 2008

Ley anti Wal Mart

Se ha puesto de moda defender públicamente a los libros y a todo lo relacionado con ellos, aunque en la realidad cada vez menos gente coja un tomo y se ponga a leerlo. Sin duda alguna fue a raíz de que el zafio presidente Fox vetó la Ley del Fomento a la Lectura y al Libro fundándose tan sólo en uno de los tantos ejemplares que circulan en el mercado, cuando los integrantes de la cultura nacional pusieron el grito en el cielo y se volcaron a defender a los libros. Pero desde de hace algunas semanas, cuando el presidente Calderón y los legisladores por fin aprobaron la tan mentada ley, el binomio libro-lector ha vuelto a cobrar interés.

Aunque desde el 30 de abril quedó aprobada esta ley, no fue sino hasta el 23 de julio cuando entró legalmente en vigencia. En un evento al que acudió la crema y nata de la cultura oficial, Calderón la promulgó. Aunque el consabido precio único a los libros —cuyo fin es que Wal Mart y sus descuentos no asesine a las pequeñas librerías— es el punto más polémico, este documento ofrece algunas otras curiosidades.

Básicamente se trata de obligaciones que deberá cumplir el gobierno, aunque también se incluye algún que otro asunto dirigido a los inmiscuidos en la cadena del libro, principalmente a los editores y vendedores. Por cuestiones de espacio, sólo voy a enlistar lo que encuentro más interesante. Así pues, desde ahora el gobierno está obligado a elaborar un Programa de Fomento para el Libro y la Lectura, sin olvidar establecer con claridad todos los detalles que se necesiten para su puesta en práctica. También deberá ocupar tiempos oficiales en los medios a fin de pasar comerciales promoviendo la lectura. Deberá crearse el Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura, órgano dependiente de la SEP; por cierto que el secretario técnico de este organismo ya fue elegido… es el director de Conaculta, Sergio Vela. Y copio el polémico artículo 22: “Toda persona física o moral que edite o importe libros estará obligada a fijar un precio de venta al público… El editor o importador fijará libremente el precio de venta al público, que regirá como precio único”. Por último, la ley establece las únicas formas para poder encontrar un libro por debajo del precio único: debe tratarse de libros editados o importados con 18 meses de anterioridad, o: antiguos, descatalogados, usados, agotados o artesanales.

Al inusitado interés libresco que ha despertado esta ley, se suma el curioso ordenamiento del presidente Calderón. Ordenamiento consistente en dotar de unos 15 ó 20 libros a todas las viviendas populares que entrega su gobierno. Entre los libros se piensan incluir lecturas básicas. Un diccionario, guías de salud y alimentación, una constitución, un atlas geográfico, libros de historia de México. “Cosas elementales” y “fáciles de leer”, explicó el mandatario.

Ahora bien, desde que el 30 de abril este escandaloso documento consiguió burlar muchas animadversiones y fue aceptado por los legisladores, ha sido posible escuchar incontables opiniones tanto a su favor como en su contra. Para mi gusto, las más aburridas intervenciones las han hecho los defensores de la ley. Ya se sabe: todo defensor del orden de cosas establecido resulta odioso, infaliblemente; de forma que los escritores y libreros que consideran a esta ley un absoluto triunfo cultural no parecen sino adlátares del gobierno. En cambio, cuánto entretenimiento nos brindan los que, nada más nacer esta mentada ley, ya la han condenado. Me uno a ellos.

Pero no lo hago sumándome a los que creen que esta disposición está incompleta pero, al mismo tiempo, con reservado entusiasmo tienen la esperanza de que cambiará para mejor en el futuro. Y tampoco lo hago porque crea, como Paco Ignacio Taibo II, que esta medida va a incrementar el precio de los libros, lejos de abaratarlos en todos los puntos de venta. Tampoco me uno a los que barruntan, igual que Miguel Ángel Porrúa, la desaparición de las pequeñas librerías por la imposición de los grandes consorcios libreros. Aun cuando aplaudo su heterodoxia, creo que es otra la cuestión.

Hace poco más de dos meses escribí algo sobre la ley del libro. En aquella ocasión opinaba que, en el hostil contexto de nuestro país hacia la lectura, cualquier ley parecería una broma. También citaba la investigación de Fernando Escalante Golzalbo, A la sombra de los libros/Lectura, mercado y vida pública. Para el investigador, el remedio para el problema de las penosas estadísticas sobre lectura parte de aceptar la realidad, a saber, la de que la industria editorial se ha visto contaminada por la lógica del mundo del espectáculo. Uno de sus razonamientos consistía en que no tiene ningún beneficio el ensanchamiento del público consumidor; en conclusión, no puede menos que reconocer que el libre mercado se ha metido hasta en los huesos de la actividad intelectual, aun cuando la trivializa y la desdeña. Aquella ocasión, yo sugería la propuesta más hermosa. Que las editoriales regalasen los libros. Tal vez esa sea la única forma de que las personas se alleguen algunos. Pero esa propuesta era, después de todo, un réquiem para la batalla perdida de la lectura en nuestro país.

Hoy querría añadir otra explicación: en realidad, la ley del libro es no es otra cosa que una Ley Anti Wal Mart. Sí, fijando un precio único se prolonga la vida de las librerías de provincia a las que acuden personas alejadas del centro; pero evidentemente ningún decreto gubernamental va a incrementar las estadísticas de lectura: hasta el presidente Calderón lo admitió. Paradójicamente, su gobierno y los diputados piensan que pasando comerciales, organizando convites y promoviendo precios únicos, van a conseguir aumentar el número de lectores. Su preocupación debiera ser que todos gocemos de bienestar social y, después, si lo deseamos, tomemos un libro. Leer es un vicio, como cualquier droga, o no es. Al abstemio, ninguna bebida lo seduce; al que no lee, ningún libro a buen precio le interesa. Es triste ver que la actual moda por los libros provenga de una Ley Anti Wal Mart, y no del contagio colectivo del vicio de la lectura.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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