El blog de Luis Frías

abril 13, 2008

Horrorosa Airosa

Aunque por razones distintas a las del escritor hidalguense Ignacio Trejo Fuentes, yo también pienso que Pachuca no es esa Bella Airosa que aparece en los folletines turísticos. Los motivos de Ignacio Trejo para detestar la cuna del fútbol pueden ser sentimentales; los míos son mundanos. Seguramente por el amor que le tiene a su Pachuca natal, Trejo Fuentes lamenta la corrupción de sus gobernantes y todo el provincianismo reinante. Yo no nací en Pachuca y como buen pesimista pragmático, a mí lo que me mata es tener que pasar un mal rato por culpa de los otros.

Empiezo a darles la razón a aquellos que odian ir de visita a sus pueblos natales. A mí, que siempre encuentro un pretexto para salir de la ciudad e ir de fin de semana al llano con mi parentela, me parecía repugnante que mis amigos optasen por quedarse los sábados a babosear en los centros comerciales de la ciudad. Llegué a pelearme con alguien porque criticaba mi provincianismo. “Pueblerino”, me dijo. Una mentada de madre le lancé como respuesta. Hasta hace unos pocos días nada me resultaba más agradable que llegar a mi pueblo el viernes entrada la madrugada, tomar el sábado un almuerzo de pesadas carnitas y departir en la piquera de Don Grillo algunas cervezas tibias; el domingo curarme el malestar con un caldo de panza y, por la tarde, volverme satisfecho a comenzar otra semana. Satisfacción que sólo pueden entender los que la han vivido en carne propia. Mas la cosa se puso mal hace unos días.

Salir de la Ciudad de México en viernes por la noche ya es algo inhumano. El hartazgo acumulado de toda la semana se torna insoportable cuando haz pasado en el coche tres horas sin adelantar más de cuatro metros. Cuando por fin logras tomar carretera, resulta que faltan unos minutos para que empiece a albear. Para ese momento, has puesto en el tocadiscos la misma canción un centenar de veces. Un malestar únicamente soportable en vista de que vas a ver a los tuyos, en las calles que dominas como la palma de tu mano. De allí, el problema:

Desde antes de llegar a Pachuca empezó lo desagradable. Un retén policial. Gordos encapuchados llevaban metralletas con las que apuntaban hacia los carros que íbamos pasando. Una larga y lenta fila de coches avanzaba, llevando en parpadeo las amarillas luces intermitentes. A medida que pasaban los carros, con una lámpara potente un policía iluminaba el interior, con cara de malo. Por fortuna no me detuvieron, tampoco a varias camionetas lujosísimas. No corrieron con la misma suerte los de un Datsun destartalado, sin pintura y con un faro apenas útil, que parecía una velita. Estaba viendo por el retrovisor a aquella familia del Datsun, cuando sentí un escalofrío y subí la ventanilla. Un acierto. A la avenida con que empieza Pachuca le quitaron el asfalto. Terracería desnuda. Decidieron reconstruirla y dejarla más bonita. Pues bien, fueron cinco kilómetros a vuelta de rueda, con las luces del coche iluminando el polvo que levantaban los carros de enfrente; cinco kilómetros antes de llegar a una desviación. Por las obras de un puente, era imposible seguir adelante y había que tomar por una colonia, si lo que se deseaba era llegar al centro histórico. Una vez que pasé por la colonia, me enfrenté a algo mucho peor. En el mismo lugar donde yo recordaba una esquina con semáforo, estaba ahora un sistema de banquetas, arbolitos, rayas amarillas en el piso y letreros inútiles. De esos que llaman distribuidores inteligentes. De alguna manera conseguí salir de ahí y llegar a mi casa, que olía a humedad. Prendí el interruptor de la luz y no había energía. Qué me quedaba sino resignarme y echarme a dormir.

Desde hace unas semanas, es imposible salir a cualquier lugar de Pachuca. Si no está cerrada cierta avenida por alguna obra de pavimentación, seguramente están construyendo un puente, o poniendo arbolitos, o montando la lona donde informan, precisamente, cuántos arbolitos, puentes y pavimentos, están poniendo. Qué absurdo. De cualquier modo, nadie puede transitar por ningún lugar de la cuna del paste, sin sufrir el infernal calor de estos días unas cuantas horas en el carro a vuelta de rueda. Eso, por no pensar en lo que se sufre viajando en pesero.

Hace poco, un amigo de la Ciudad que hace cine estuvo en Pachuca. Precisamente detenidos en un semáforo, bañados en sudor, salió a flote la discusión sobre tanta obra. Y es que habíamos pasado más de una hora sin avanzar en una avenida lo suficientemente amplia como para haber salido de hacía un rato. Pero un camión estaba maniobrando con una descomunal barra de concreto que pronto será un puente muy bonito. Para él es una fortuna que se estén llevando obras que modernicen la ciudad. En vista de que habíamos pasado varios días en una Pachuca sin arte plástico, ni cine, ni teatro, ni trabajo literario, ni nada, razonó que al menos íbamos a tener avenidas lindas. ¡Cómo no montar en cólera! Pues todas esas obras hacen pensar en lo que les decía don Porfirio Díaz a los que querían robar cuando él era presidente. Como odiaba el latrocinio de los políticos, les sugería: “No roben, hagan obras”. No puede pasarse por Pachuca sin pensar en la sugerencia de Don Porfirio. Más grave aún: la creencia de que modernizar la ciudad es hacer puentes, centros comerciales, edificios públicos. Lo entiendo de los políticos: les vale madre el pueblo. No de personas sensibles, como mi querido amigo. El desarrollo de un pueblo no se mide en banquetas sino en lo que realmente vale: en el crecimiento sensible, el desarrollo intelectual, en el esfuerzo por enriquecer el espíritu. Estaba gritando. Se puso en verde el semáforo. Cuando avanzamos, mi amigo estaba blanco.

Me faltó el final de aquel viaje de fin de semana. Al otro día por la mañana, tuve un desayuno que me confirmó por qué Ignacio Trejo tacha a Pachuca de Horrorosa Airosa. Y es que unos políticos de traje hablaban elogios del presidente municipal que “estaba modernizando la ciudad”. Lo peor: parejo loor se leía en un periódico amarillista que había sobre la mesa. Carajo.

Qué le vamos a hacer

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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