El blog de Luis Frías

agosto 11, 2007

Befa en amarillo



Efectivamente, a estas alturas el cine está en boca de todos los mexicanos, merced a la rápida gloria que han alcanzado Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González.

Pero conviene pasar por alto las dimensiones apoteósicas que ha cobrado esta triada de directores, para concentrarse en hechos decididamente más importantes. Me refiero a las muertes de los directores Michelangelo Antonioni e Ingmar Bergman, y al estreno mundial de Los Simpson, la película.

El lunes 30 de julio sendos golpes de enfermedad empujaron a la tumba al sueco Bergman y al italiano Antonioni, ambos de filiaciones estéticas e ideológicas diferentes pero pertenecientes a una misma generación del cine de culto. “Con su muerte, desaparece toda una etapa del cine”, llegó a afirmar alguien. No le faltaban razones al que lo dijo. Pienso en el cine italiano. Antes de morir Antonioni, ya habían desaparecido Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini y Federico Fellini. De Fellini atesoro la La dolce vita. Estrenada al inicio de la tumultuosa y morigerada década de los 60, La dolce vita es un homenaje a la vida sin tapujos. Habla de una casa de citas a la que acuden con cierta periodicidad hombres de bien, cuyas existencias transcurren entre el trabajo y el matrimonio. Hombres como tú y como yo, que van al prostíbulo pero jamás lo admitirán en público. Hoy día no es ningún desafío hablar de eso, ¡pero la película se estrenó en 1960! Parejo loor se merecen cintas de Antonini tales como El desierto rojo. Cuando me asaltan impúdicas intensiones, es imposible no traer a la mente esas jóvenes parejas de El desierto rojo. Ellos y ellas en una habitación alumbrada con roja luz mortecina, echados en el piso sobre cojines, picándose la cresta los unos a los otros, a manera de preámbulo para una bella orgía. Pero que se entienda, en Antonioni no había más obscenidad de la necesaria; prevalecía, eso sí, la noción de estética encima de cualquier otra inquietud. Y si era preciso armar una inmoralidad importante para conseguir el objetivo artístico, Antonioni no lo pensaba dos veces, aun cuando este hecho consistiera en una orgía o cosas así.

Pues bien, han desaparecido los últimos dos exponentes señeros del cine mundial de culto. ¿Que dónde he dejado a Bergman? Es que no puedo pensar en él sin aburrirme un poco. Baste rememorar su Sonata de otoño o Fanny y Alexander para comprender de qué estoy hablando. De tono más bien rosa pálido, ambas películas, el propio Antonioni no podía verlas sin quedarse plácidamente dormido en la sala de cine. Sin embargo, no deja de entristecer que Bergman se haya ido.

Así y todo, son Los Simpson, la película, el hecho de celuloide más escandaloso de estos días. Empujado por un morbo inefable, fui a la sala de cine en Pachuca. Confirmé lo que había leído en el diario gringo Los Angeles Times: “Es básicamente una narrativa de conversión, en la cual los ojos de Homero son abiertos finalmente para ver todos sus errores”. Y es que en la película debe ocurrir una buena cantidad de sinsabores para que el imbécil padre de familia caiga en la cuenta de su necia forma de vida. Esto da pie al punto climático. Un Homero que ha tomado conciencia, salva su matrimonio, la relación con su hijo y su hija, y lo que es más inverosímil: a la ciudad donde viven de una explosión total. En palabras de Matt Groening, creador de la esta befa amarilla, el objeto del filme fue uno: “Divertirnos”. Cómo no, ¿y los millones de dólares? Un clásico de la sociología, Pierre Bordieu acuñó la idea “mercados culturales”. O sea: en una sociedad capitalista, el arte y la cultura no escapa al principio mercantilista de tener nichos específicos de consumidores. Mas filmes como Los Simpson, llenos de prejuicios y ninguna ideología, requieren de un público uniforme, que consuma cualquier producto. No es descabellado hacer una pregunta. La muerte de dos iconos del cine de culto el lunes y, dos días más tarde, la premiere de la idiotez amarilla, ¿simbolizan acaso la muerte de una etapa y el nacimiento de otra? Qué desgracia que nos haya tocado precisamente ésta.

Ahora bien, cuando salí del cine me puse a pensar que se necesita ser muy pendejo para querer encontrar algo inteligente en una sala donde exhiben películas cuyos personajes son los dibujos animados de una adocenada familia yanqui.

Qué le vamos a hacer

Mi foto
Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

Todos mis post