A Jessica, porque sí
Xitejé es un pueblo situado en un paraje próximo a Tula, Hidalgo. Para llegar hay que perder unas horas atravesando en autobús cientos de kilómetros. Distancia que primero es carretera escarpada; después, camino apisonado donde pasan con gran lentitud autobuses redondos de hace mil años y carretas tiradas por mulas, y finalmente, brecha de terracería a donde se niega entrar el transporte público. De manera que, maletas a cuestas, mi hermosa amiga y yo pusimos pies en polvorosa y echamos a andar los 3 kilómetros que faltan para llegar al pueblo.
Una vez en Xitejé, entramos a un tendajón mixto con techo de vigas. Mientras bebemos tibios refrescos de Uva y Tutti-fruti, recobramos el buen talante: nos reconforta la idea del Festival Culinario Anual de Platillos Típicos de la Región con Variantes Artísticas. Así se llama, según el folleto de la Secretaría de Turismo. Pero cuál es nuestra sorpresa al oír de boca del tendero, que eso dejó de organizarse desde el sexenio de Salinas. Pagamos y abandonamos aquel lugar. Decepcionados de la vida, buscamos alojamiento. Tras mentarme la madre, ella me avienta las maletas y va en busca de su vieja parentela. Consigo por cien pesos un cuartucho en el Hotel La Macuca. Ni lo fláccido del camastro impidió que inmediatamente cayera dormido. Fue una carga pesada en el pecho lo que me despertó súbitamente. Era ella, que tenía buenas noticias. Brincando en la cama, y dándole besitos y picándole el estómago a su somnoliento enamorado fue como informó que había encontrado la casona de su abuela. Contra mi voluntad, no puede menos que ir tras ella, perdiendo así cien pesos más del magro presupuesto. Llegamos a la casona. Era bonita; tenía un perico mudo, tiestos con geranios rosas, begonias blancas y claveles rojos. Polvo por todas partes. Agradable ambiente hogareño. Ahora bien, ni el cálido amor que la viejita le profesó a mi amiga hizo que se me ablandara el corazón: la muy maldita nos dio cuartos separados, impidiendo que hiciéramos el amor.
Cuando desperté, todo el pueblucho sabía que doña Mercedes alojaba a un periodista de la ciudad. Desayunamos huevos sangrantes de gallina, tortillas azules y café negro. En el vestíbulo me aguardaba don Policarpo Macías, el sexagenario presidente del Ateneo del Buen Decir y Hacer Artístico de Xitejé. Llevaba puesto un trajecito café a la vieja moda. No sé qué tantas cosas me explicó; yo sólo ponía atención mi amiga, cuyos pezones se transparentaban por el camisón blanco de dormir que llevaba puesto. Se dio cuenta y nos reímos. No pude menos que acompañar a Policarpo al pueblo. El aburrido cicerone empezò por llevarme a la biblioteca comunal, un pequeño locutorio frío y húmedo. Lo abrió con la única llave existente, de modo que sólo él puede acceder a los libros. Después, me llevó a lo de su esposa, poetisa amateur de las que creen que la poesía es una ñoña postal, con palomas volando durante una puesta de sol. “Xitejé de mis amores/ por quien día a día suspiro./ Que algún día me perdones/ los mis viajes, yo te pido”, ¡Pero qué cursilería! “¿Qué opina usted?”, me vieron ojos de perro. “¡No son suyos! No pueden serlo. ¡Son magníficos! Qué digo, ¡magistrales!” A veces mentir es un acto de bondad. Conmovido, don Policarpo abrió su botella se rompope y su corazón, al hacerme la confidencia de que él y su mujer se habían visto obligados a cometer un pecado menor. Se quedan los dineros que manda el gobierno para actividades culturales, a cambio de llevar la biblioteca y el Ateneo. ¿Habrá advertido mi semblante de indignación? El caso es que nos despedimos fríamente, no sin apurar nuestras copas. Con todo y ser un pueblo pequeño, me costó dar con la casa de doña Mercedes. Llegué. El cabrón de Policarpo se me había adelantado. No sé que habrá inventado. Mi amiga me esperaba con las maletas en el porche. Además de la mirada llena de odio, me aventó el equipaje que debí cargar hasta la carretera, de donde nos levantó el bus. Estaba esa canción de Cuco Sánchez: “Grítenme, piedras del campo”.
Al llegar a la central, leí la noticia cultural de la semana: Sergio Vela, director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes presentó en Culiacán, con bombo y platillo, su programa para que en los pueblos de la provincia mexicana se promueva “la igualdad en el acceso y el disfrute de la cultura; espacios, bienes y servicios culturales de calidad; las expresiones de la diversidad cultural como base de unión y convivencia sociales; la contribución de la cultura al desarrollo y bienestar social; una acción cultural de participación y corresponsabilidad nacionales”.
Evidentemente el dueño de estas palabras nunca han estado en Xitejé.
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