Son tantos los absurdos que tienen maniatados a los Estados Unidos, que no se ha prestado la atención necesaria a un lío a todas luces llamativo. En efecto, la prevaleciente situación en Iraq y nuestra dizque relación bilateral con el país del norte, nos ha impedido parar oreja a la huelga en que están las mentes responsables de que el cine norteamericano sea de tan mala estofa. Por lo que a mí respecta, desearía que la huelga no acabara jamás: no puedo desear cosa, tras echar una ojeada a la actual cartelera.
Por la prensa internacional, sé que desde 1988 no tenía lugar una huelga semejante. Ese año, los guionistas de cine y televisión yanqui luchaban por recibir regalías más jugosas. Pues la chispa que encendió la mecha del paro actual es también por mezquinos intereses económicos. Pienso en la última novela que escribió el grandioso John Fante -Sueños de Bunker Hill- y me pregunto: ¿con relación a Hollywood, qué cosa sino el dinero es lo que mueve esta industria?
Ocurre que el sindicato de guionistas de cine y televisión inició una huelga indefinida, de modo que el cine hollywoodense ha paralizado buena parte de sus rodajes y series televisivas. Pues los más 12 mil guionistas que trabajan para la industria están molestos y frenaron sus libretos. Y es que estos infames guionistas entraron a una disputa con los productores. Consideran que tienen derecho sobre las ganancias por la venta de los DVD’s de las series de televisión y por los pagos de programas comercializados en Internet, en los teléfonos móviles y otros medios tecnológicos. En respuesta, los millonarios productores rechazan las demandas de los escritores. Para ellos son demandas inviables. “Todo el mundo sabe lo que cuesta un DVD y que un guionista obtiene entre cuatro a cinco centavos por la venta del DVD”, declaró el guionista Bryce Zabel a El País. “Lo que estamos pidiendo son ocho (centavos), y ellos dicen que eso es vergonzoso”, agregó. En todo caso, los sabios de la economía han advertido de que cualquier tipo de huelga podría perjudicar severamente la producción de la industria. Qué divertido, ¿no?
Honestamente, no encuentro ningún interés en averiguar con minucia a cuál de los dos bandos le asiste la razón. Ambos me despiertan un desprecio semejante: han contribuido a que el cine estadounidense deje de ser ése de Marilyn Monroe y los Hermanos Marx, para convertirse en lastimosos filmes como el de aquel letrero que ví en la calle y que anunciaba el estreno de Supercan. Es más interesante especular sobre el caso, deseando con sinceridad, que llegue a mal puerto. Si en 1988 la huelga se extendió por 22 semanas y costó a la industria 500 millones de dólares, es obvio que una huelga aun de menor duración, en los tiempos que corren costaría muchos más millones de dólares. Pues entre otras industrias, la de Hollywood ha adquirido verdaderamente ingentes proporciones. Además, hay que hacer una precisión. El paro laboral –lugar común que suena muy raro al hablar de arte-, no es nada más de guionistas de cine y, ni siquiera, de guionistas. Además de los autores de guiones de películas, también detuvieron su producción los argumentistas de las series de televisión, tan caras al público estadounidense. Alguna vez oí que las telenovelas son a los mexicanos, lo que las series son a los gringos. Aserto que no carece de razón. La preocupación central de los productores, de hecho, es la huelga de los escritores de series de televisión y talk shows. Por ejemplo, Esposas desesperadas, programa cuyo tonto título explica con sobrada grandilocuencia el contenido, está pendiendo de un hilo, lo mismo que The office, serie de la NBC en la que unos oficinistas se gastan bromas pesadas. Ambas, producciones de ésas en que se escuchan risas grabadas cada vez que el protagonista comete alguna graciosa simplonería. En el fondo, ¿es el público afecto a estas cosas el más perjudicado? ¿No será el más beneficiado, al verse privado se semejante material?
Ahora bien, los productores han anunciado que el impacto de la huelga sólo será inmediato en las series; no así en la producción de largometrajes, de los que tienen reservas. De manera que, con todo y paro, seguiré topándome con carteleras que huyen de los hondos absurdos de Norteamérica y, en cambio, ofrecen filmes como el de Supercan, un perro que adquiere superpoderes y la capacidad de hablar.
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