Aunque todos los miembros de la familia trabajan, las vacaciones les dieron un tiempo para venir de visita a Hidalgo. Y tuve la oportunidad de compartir la mesa con todos ellos: el papá, la mamá y los hijos. Aun cuando son gente de muy pocas palabras, no les faltó saliva para detallar las habladurías que corren por allá a propósito de un escándalo sexual en que está metido el gobernador de su estado. Como si contaran algo muy grave, bajaron la voz y me secretearon que a ese político lo acusan de ser gay, y que las fotos en los periódicos con su linda familia son una farsa. Qué aburrido, pensé. Seguimos comiendo y me sentí tentado a traer a la mesa un asunto también sexual, pero de mayor vuelo: el caso del malhadado gobernador de Nueva York, Elliot Spitzer, quien perdió el trabajo por meterse a las cobijas con alguien que no era su mujer. Me resistí a sacar el tema entre las tortitas de camarón y el caldo de pescado que estábamos comiendo. Eso sí que los hubiera hecho llevarse las manos a los oídos y ponerse a rezar; después de todo, el fin de semana religioso era muy apropiado.
Hace dos semanas que el tema, intrascendente en mi opinión, salió a la luz pública. Pero desde entonces ha cobrado la efervescencia que sólo consiguen las noticias provenientes de las alcobas de los políticos. El hecho es que la prensa gringa lanzó el dardo al informar de las ligas entre el (hasta entonces) gobernador de Nueva York y una exclusiva agencia de meretrices. Una investigación del FBI fue lo que puso las cosas al descubierto.
Averiguando delitos vinculados con prostitución, la inteligencia gringa reparó en que existía un sospechoso consumidor de servicios sexuales. Comunicó los detalles. Uno, escondía su verdadera identidad haciéndose llamar Cliente 9. Dos, echaba mano de la exclusividad que ofrecía Emperor’s Club VIP, la lujosa agencia de prostitución. Y, sobre todo, tres: su edecán del amor predilecta era una chica de 22 años cuyo nombre artístico es pura pedrería fina, Kristen. Y es que sin ser una grandiosa belleza y sin estar buenísima, posee cualidades que la convierten en una chica muy tentadora para el gobernador de cualquier lugar del mundo. Hay que comprender a Spitzer. Además estar tocada por un sensual aire italiano, la bronceada prostituta es de cejas negras, de labios carnosos, su figura es esbelta pero no flaca, y lleva puesto un tatuaje de dragón en el hombro izquierdo; cosa más preciosa todavía: sus piernas son kilométricas. Pues bien, tal humanidad era lo que consumía el político de Nueva York. ¡Cómo no pagar los 4 mil 300 dólares que cobraba la princesa por amar 60 minutos cronometrados!
No pasaron más de unas horas entre que todo esto se dio a conocer y en que el alcalde tuvo que aparecer públicamente, con el rostro pálido y llevando a su esposa del brazo, para pedir disculpas. Puso una cara compungidísima, estaba a punto de romper en llanto y no es descabellado suponer que le sudaban las manos. “Pido perdón, primero y más importante, a mi familia”, se disculpó frente a las cámaras. “Pido perdón al público al que prometí algo mejor. He desilusionado y no logro vivir de acuerdo con los estándares que yo esperaba de mí mismo. Debo dedicar ahora un poco de tiempo a recuperar la confianza de mi familia”. Pero de nada le sirvió todo eso, ni decir que no consideraba oportuno renunciar a su cargo, porque de todas formas tuvo que dimitir y dejarle el puesto a un político débil visual. Puedo imaginar lo que pasó por su cabeza esa noche. “Me quedé sin puta, sin vieja y sin trabajo. Y por si fuera poco, cabrones, me suplantan con un ciego”.
Pero, de la misma forma que en el apotegma popular, con todo esto se hizo leña del árbol caído. Cuando algo absurdo se trata con gran seriedad, acaba levantando puras carcajadas. Y a Spitzer le empezó a llover sobre mojado; después de la tormenta, el cretino sostuvo que tenía pensado volver a ganarse la confianza de su familia y, adicionalmente, planeaba acudir a una terapia para no depender más del sexo pagado. Jajajá. No podía ser más hilarante. Ahora bien, una cosa sí resulta notable. Era de sospecharse que Kristen se iba a convertir en el foco de interés de Norteamérica, como efectivamente sucedió. Más rápido de lo que canta un gallo, se conoció su verdadera identidad. Su nombre de pila es Ashley Alexandra Dupre y nació hace 22 años en Nueva Jersey. Siendo niña acariciaba el deseo de convertirse en cantante musical. No alcanzó el estrellato a través de sus dotes para la música, pero ha logrado lo que pocas a tan cortas 22 primaveras. Ser, aunque sea fugazmente, el icono sexual de la Gran Manzana.
Y es que tras de sí, Kristen ha desatado un alud de contenidos altamente estimulantes. El asunto tiene de todo. Desde el desvanecido ofrecimiento de un millón de dólares para que se desnudara e hiciera actos lésbicos, hasta la posibilidad de convertirse, después de todo, en la cantante que siempre quiso ser.
La distribuidora de DVD para adultos Girls Gone Wild (Las chicas se vuelven locas, en inglés) le había ofrecido tan jugosa suma a cambio de aparecer desnuda en su portada, además de hacer honor a la publicación, haciendo idioteces en público con su sexo. A Kristen, empero, la suerte no le sonrió mucho. Acaso queriendo hacerse la interesante, pero lo cierto es que Kristen dejó con el ofrecimiento en la mano al editor porno Larry Flint. Craso error. Al rebuscar entre su videoteca porno, Flint descubrió que Kristen ya se había quitado la ropa ante sus cámaras. El hecho fue que quiso celebrar su cumpleaños 18 en Miami y terminó sin ropa, besándose con otra chica, adentro de un camión de grabaciones de Girls Gone Wild: todo esto, con firmas legales de por medio. Pobre chiquilla. Le queda el consuelo de otros ofrecimientos en publicaciones porno, y las millonarias visitas que está teniendo su página en Internet.
Sigo convencido de haber hecho bien al ocultarle esta historia a mis amigos norteños. Qué hubieran pensado al enterarse de que todo este embrollo pornográfico ocurrió en la mismísima Semana Santa.
Hace dos semanas que el tema, intrascendente en mi opinión, salió a la luz pública. Pero desde entonces ha cobrado la efervescencia que sólo consiguen las noticias provenientes de las alcobas de los políticos. El hecho es que la prensa gringa lanzó el dardo al informar de las ligas entre el (hasta entonces) gobernador de Nueva York y una exclusiva agencia de meretrices. Una investigación del FBI fue lo que puso las cosas al descubierto.
Averiguando delitos vinculados con prostitución, la inteligencia gringa reparó en que existía un sospechoso consumidor de servicios sexuales. Comunicó los detalles. Uno, escondía su verdadera identidad haciéndose llamar Cliente 9. Dos, echaba mano de la exclusividad que ofrecía Emperor’s Club VIP, la lujosa agencia de prostitución. Y, sobre todo, tres: su edecán del amor predilecta era una chica de 22 años cuyo nombre artístico es pura pedrería fina, Kristen. Y es que sin ser una grandiosa belleza y sin estar buenísima, posee cualidades que la convierten en una chica muy tentadora para el gobernador de cualquier lugar del mundo. Hay que comprender a Spitzer. Además estar tocada por un sensual aire italiano, la bronceada prostituta es de cejas negras, de labios carnosos, su figura es esbelta pero no flaca, y lleva puesto un tatuaje de dragón en el hombro izquierdo; cosa más preciosa todavía: sus piernas son kilométricas. Pues bien, tal humanidad era lo que consumía el político de Nueva York. ¡Cómo no pagar los 4 mil 300 dólares que cobraba la princesa por amar 60 minutos cronometrados!
No pasaron más de unas horas entre que todo esto se dio a conocer y en que el alcalde tuvo que aparecer públicamente, con el rostro pálido y llevando a su esposa del brazo, para pedir disculpas. Puso una cara compungidísima, estaba a punto de romper en llanto y no es descabellado suponer que le sudaban las manos. “Pido perdón, primero y más importante, a mi familia”, se disculpó frente a las cámaras. “Pido perdón al público al que prometí algo mejor. He desilusionado y no logro vivir de acuerdo con los estándares que yo esperaba de mí mismo. Debo dedicar ahora un poco de tiempo a recuperar la confianza de mi familia”. Pero de nada le sirvió todo eso, ni decir que no consideraba oportuno renunciar a su cargo, porque de todas formas tuvo que dimitir y dejarle el puesto a un político débil visual. Puedo imaginar lo que pasó por su cabeza esa noche. “Me quedé sin puta, sin vieja y sin trabajo. Y por si fuera poco, cabrones, me suplantan con un ciego”.
Pero, de la misma forma que en el apotegma popular, con todo esto se hizo leña del árbol caído. Cuando algo absurdo se trata con gran seriedad, acaba levantando puras carcajadas. Y a Spitzer le empezó a llover sobre mojado; después de la tormenta, el cretino sostuvo que tenía pensado volver a ganarse la confianza de su familia y, adicionalmente, planeaba acudir a una terapia para no depender más del sexo pagado. Jajajá. No podía ser más hilarante. Ahora bien, una cosa sí resulta notable. Era de sospecharse que Kristen se iba a convertir en el foco de interés de Norteamérica, como efectivamente sucedió. Más rápido de lo que canta un gallo, se conoció su verdadera identidad. Su nombre de pila es Ashley Alexandra Dupre y nació hace 22 años en Nueva Jersey. Siendo niña acariciaba el deseo de convertirse en cantante musical. No alcanzó el estrellato a través de sus dotes para la música, pero ha logrado lo que pocas a tan cortas 22 primaveras. Ser, aunque sea fugazmente, el icono sexual de la Gran Manzana.
Y es que tras de sí, Kristen ha desatado un alud de contenidos altamente estimulantes. El asunto tiene de todo. Desde el desvanecido ofrecimiento de un millón de dólares para que se desnudara e hiciera actos lésbicos, hasta la posibilidad de convertirse, después de todo, en la cantante que siempre quiso ser.
La distribuidora de DVD para adultos Girls Gone Wild (Las chicas se vuelven locas, en inglés) le había ofrecido tan jugosa suma a cambio de aparecer desnuda en su portada, además de hacer honor a la publicación, haciendo idioteces en público con su sexo. A Kristen, empero, la suerte no le sonrió mucho. Acaso queriendo hacerse la interesante, pero lo cierto es que Kristen dejó con el ofrecimiento en la mano al editor porno Larry Flint. Craso error. Al rebuscar entre su videoteca porno, Flint descubrió que Kristen ya se había quitado la ropa ante sus cámaras. El hecho fue que quiso celebrar su cumpleaños 18 en Miami y terminó sin ropa, besándose con otra chica, adentro de un camión de grabaciones de Girls Gone Wild: todo esto, con firmas legales de por medio. Pobre chiquilla. Le queda el consuelo de otros ofrecimientos en publicaciones porno, y las millonarias visitas que está teniendo su página en Internet.
Sigo convencido de haber hecho bien al ocultarle esta historia a mis amigos norteños. Qué hubieran pensado al enterarse de que todo este embrollo pornográfico ocurrió en la mismísima Semana Santa.
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