Agosto no es un buen mes. Excepción hecha por la novela de Jorge Ibargüengoitia Los relámpagos de agosto, éste es un mes infame y no promete dejar de serlo. Si no lo creen, pregúntenselo a las familias que perdieron todo por culpa de Dean.
Un cuatro de agosto de 1962 desapareció el sueño erótico de millones de machos. Modelo predilecto de Play boy, Marilyn Monroe fue encontrada sin vida en una habitación donde había un frasco vacío de soporíferos. De origen nebuloso, a ella se le saben sólo unos datos. Que fue hija de una prostituta y de un parroquiano que la visitaba a menudo. Que Gladys, su mamá, fue internada en un psiquiátrico luego de haberle diagnosticado “adicción sexual”. Que siendo niña, a Marilyn la ultrajó el casero del hogar adoptivo. Que se casó joven, a los 16 años. Pero que la voluptuosidad no sólo de sus curvas sino de su temperamento, la condujo al mundo de la infidelidad. De tal suerte, se divorció, se casó, se divorció y volvió a casarse. A la par, iba cobrando fama por las cintas y las revistas y los cóceteles que amenizaba. Se sabe que tuvo un amorío con el presidente Kennedy, y se presume que tenía ligas con el comunismo. (Aunque esta última versión nadie la ha confirmado y tiene rasgos de mito.) De cualquier modo, lo cierto es que por las fechas de su amorío presidencial, fue cuando su criada la encontró con la lengua de fuera, en cama, con el teléfono descolgado a las 3 y media de la madrugada. La rubia tenía 36 años de edad.
Muerte que no lamento es la de Elvis Presley. Aunque sus seguidores en el mundo sean legión, el suyo me parece el peor gusto de que la Historia tenga registro. Al contrario de la bella Marilyn, Elvis no murió de forma poética sino todo lo contrario. El 16 de agosto de 1977, un mundano ataque al corazón le pegó a un gordo cantante rockanrolero. Gente de razón como el crítico musical Chuck Klosterman, saben reconocer que Elvis murió en el momento justo: “Estaba en pleno declive y la muerte le salvó del olvido”, declaró a Bárbara Celis del diario español El País, “ya que tras ser enterrado comenzó a vivir una resurrección perpetua que le mantiene en plena forma comercial”. Me cuesta entender cómo miles de personas se trasladaron de todas partes del mundo para visitar hace unos días Graceland, la mansión cuyas paredes forradas en terciopelo azul, dejó el rey del rock and roll en la sureña Memphis. Pero quizá mi encono es porque sus homenajes han opacado a otro personaje de la farándula con mucho mayor talento: Groucho Marx, cuyo deceso acaeció el 19 de agosto del mismo '77.
He recordado al bigotudo de Groucho por múltiples razones. Primera, el paso del huracán Dean me relegó al encierro y vi televisión; me vino a la mente su frase: “Encuentro a la televisión muy educativa: cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Y es que los noticieros no hacían más que apologías del desastre, lamiendo una y mil veces la misma idea: “Dean, igual a catástrofe”. Segunda razón, unos amigos pretendíamos entrar a un bar de la colonia Condesa. En la puerta estaba un hombre corpulento con sus musculosos brazos cruzados. Nos estudió de pies a cabeza. Tenis, pantalones de mezclilla, playeras: además, bañados en agua de lluvia. “No entran”. Mientras nos íbamos a una cantina, me acordé de Groucho: “No me interesa pertenecer a un club donde admitan por miembros a personas como yo”. Y tercera, las declaraciones oficiales a propósito del desastre que hizo Dean en el estado indican que se ejercerán 25 millones de dólares de un seguro que tiene contratado el gobierno. Además: la encargada de las finanzas, Nuvia Mayorga, declaró que en sólo tres días ya se habían gastado 20 millones de pesos en cobijas y demás básicos. Pues bien, pensando en el dinero que estará a disposición del gobierno, me acordé de otra frase de Groucho: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”
Que la gente prefiera a Elvis por encima de Groucho e incluso de Marilyn, es triste. Pero que el año entrante tengamos que lamentar el mal empleo de los 25 mdd, sería constatar que el gobierno no tiene otra moral que ésta, dicha por Marx: “Estos son mis principios. ¿No te gustan? No te preocupes, tengo otros”.
Un cuatro de agosto de 1962 desapareció el sueño erótico de millones de machos. Modelo predilecto de Play boy, Marilyn Monroe fue encontrada sin vida en una habitación donde había un frasco vacío de soporíferos. De origen nebuloso, a ella se le saben sólo unos datos. Que fue hija de una prostituta y de un parroquiano que la visitaba a menudo. Que Gladys, su mamá, fue internada en un psiquiátrico luego de haberle diagnosticado “adicción sexual”. Que siendo niña, a Marilyn la ultrajó el casero del hogar adoptivo. Que se casó joven, a los 16 años. Pero que la voluptuosidad no sólo de sus curvas sino de su temperamento, la condujo al mundo de la infidelidad. De tal suerte, se divorció, se casó, se divorció y volvió a casarse. A la par, iba cobrando fama por las cintas y las revistas y los cóceteles que amenizaba. Se sabe que tuvo un amorío con el presidente Kennedy, y se presume que tenía ligas con el comunismo. (Aunque esta última versión nadie la ha confirmado y tiene rasgos de mito.) De cualquier modo, lo cierto es que por las fechas de su amorío presidencial, fue cuando su criada la encontró con la lengua de fuera, en cama, con el teléfono descolgado a las 3 y media de la madrugada. La rubia tenía 36 años de edad.
Muerte que no lamento es la de Elvis Presley. Aunque sus seguidores en el mundo sean legión, el suyo me parece el peor gusto de que la Historia tenga registro. Al contrario de la bella Marilyn, Elvis no murió de forma poética sino todo lo contrario. El 16 de agosto de 1977, un mundano ataque al corazón le pegó a un gordo cantante rockanrolero. Gente de razón como el crítico musical Chuck Klosterman, saben reconocer que Elvis murió en el momento justo: “Estaba en pleno declive y la muerte le salvó del olvido”, declaró a Bárbara Celis del diario español El País, “ya que tras ser enterrado comenzó a vivir una resurrección perpetua que le mantiene en plena forma comercial”. Me cuesta entender cómo miles de personas se trasladaron de todas partes del mundo para visitar hace unos días Graceland, la mansión cuyas paredes forradas en terciopelo azul, dejó el rey del rock and roll en la sureña Memphis. Pero quizá mi encono es porque sus homenajes han opacado a otro personaje de la farándula con mucho mayor talento: Groucho Marx, cuyo deceso acaeció el 19 de agosto del mismo '77.
He recordado al bigotudo de Groucho por múltiples razones. Primera, el paso del huracán Dean me relegó al encierro y vi televisión; me vino a la mente su frase: “Encuentro a la televisión muy educativa: cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Y es que los noticieros no hacían más que apologías del desastre, lamiendo una y mil veces la misma idea: “Dean, igual a catástrofe”. Segunda razón, unos amigos pretendíamos entrar a un bar de la colonia Condesa. En la puerta estaba un hombre corpulento con sus musculosos brazos cruzados. Nos estudió de pies a cabeza. Tenis, pantalones de mezclilla, playeras: además, bañados en agua de lluvia. “No entran”. Mientras nos íbamos a una cantina, me acordé de Groucho: “No me interesa pertenecer a un club donde admitan por miembros a personas como yo”. Y tercera, las declaraciones oficiales a propósito del desastre que hizo Dean en el estado indican que se ejercerán 25 millones de dólares de un seguro que tiene contratado el gobierno. Además: la encargada de las finanzas, Nuvia Mayorga, declaró que en sólo tres días ya se habían gastado 20 millones de pesos en cobijas y demás básicos. Pues bien, pensando en el dinero que estará a disposición del gobierno, me acordé de otra frase de Groucho: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”
Que la gente prefiera a Elvis por encima de Groucho e incluso de Marilyn, es triste. Pero que el año entrante tengamos que lamentar el mal empleo de los 25 mdd, sería constatar que el gobierno no tiene otra moral que ésta, dicha por Marx: “Estos son mis principios. ¿No te gustan? No te preocupes, tengo otros”.
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