Aborrezco a los que hacen leña del árbol caído. Nunca me ha gustado que se hagan homenajes fúnebres a los escritores, o que se dediquen textos a la muerte de tal o cual personaje. Es como hablar a espaldas de alguien… que ya no puede defenderse. Odio eso. Pero el caso lo demanda, pues el tema echa luz sobre la ineficacia de la inteligencia policial en el país.
A las 12 de la noche del miércoles todo Hidalgo estaba enterado. Un comando armado acribilló a Marcos Souberville González, secretario estatal de Seguridad Pública. Andaba en un recorrido de trabajo por el bello municipio de Huasca de Ocampo. Iba en su camioneta Trail Blazer blanca, en compañía de un empresario. Todo ocurrió repentinamente. Eran poco más o menos las 5 y media de la tarde. “Los asesinos buscaron cerrarle el paso”, narraba Milenio-Hidalgo al otro día. “No obstante, la resistencia del funcionario hizo que comenzaran los disparos de metralla hasta aquietarlo y quedar intacto sobre la cuneta. Uno de los sicarios bajó corriendo a rematar al conductor, para luego subir disparado y emprender la huida. Posteriormente, todo fue silencio”. En una conferencia nocturna, la alta esfera política de Hidalgo hizo las primeras declaraciones. Se enfocaron a condenar el asesinato.
El jueves fue el velorio. Después de rendir las exequias fúnebres al ex secretario, el gobernador Osorio hizo esta declaración a Plaza Juárez: “Habremos de llegar hasta las últimas consecuencias en la investigación. Iremos buscando toas las líneas que nos lleven a encontrar a los responsables de este asesinato”. Conozco a más de una persona que hace votos por ver ciertas estas palabras; y a otro tanto, que ya aventura posibles motivos del asesinato. Ahí está mi madre. Piensa que el ex secretario había entrado en tratos ilegales. No lo sé. O una investigadora que le dio clases a Souberville en la secundaria Olivares y que ahora me da clases a mí. Sostiene que era un tipo de honestidad impoluta, inteligente, brillante, incapaz de cometer cualquier crimen… En una fiesta, alguien llegó a hipotetizar que lo hicieron matar grupos políticos enemigos. El taxista que me llevó de la Central de autobuses a casa, imagina que el ex comandante había tenido cochupos con la mafia desde que dirigía a la Policía Judicial; pues, ¿quién pondría las manos al fuego algún policía judicial? Ahora bien, los propios rotativos entraron a especular. Y desempolvaron esta noticia: el centro de seguridad estatal C-4 (que así se llama) recibió hace unas semanas varias llamadas telefónicas amenazantes contra altos mandos policiacos. Souberville entre ellos. El día de su asesinato, el mando no llevaba más escolta que sus propios brazos. De donde se puede reprochar que la Secretaría de Seguridad no haya dispuesto de una escolta para el jefe. En suma: que si lo mataron por corrupto, que si era un hombre honesto cuya muerte no tiene explicación, que si era corruptísimo desde su paso por la Judicial, etcétera, todo son meras especulaciones.
Pero todas son válidas. Todas tienen razón.
Y es que hasta el momento no han capturado a los asesinos. Tampoco se ha dado con los autores de la muerte de Jorge Flores Escamilla, secretario de Seguridad Pública en San Luis Potosí. Y en sitios como Tijuana y Monterrey no sé cuántas muertes de policías prevalecen sin esclarecer. No vayamos lejos. El 22 de agosto pasado, en la misma Huasca de Ocampo, ejecutaron a José Mariano García Lozano, subcomandante de la policía de aquel municipio. Y el 4 de septiembre balacearon a Mario Silva Zamora, delegado en Actopan de la policía estatal. En fin, los diarios de Hidalgo contabilizan 14 asesinatos de esta naturaleza en el año. Todos continúan sin resolverse…
Pues bien, en la medida en que todos los asesinatos no se investiguen y resuelvan, serán válidas las versiones acaso míticas que circulan en el imaginario popular a propósito de la muerte de Marcos Souberville. Hasta que den con los asesinos y nos digan la verdad, la memoria del jefe policiaco estará siendo mancillada una y otra vez por la gente, que no dispone de más información que la de sus propias conjeturas.
A las 12 de la noche del miércoles todo Hidalgo estaba enterado. Un comando armado acribilló a Marcos Souberville González, secretario estatal de Seguridad Pública. Andaba en un recorrido de trabajo por el bello municipio de Huasca de Ocampo. Iba en su camioneta Trail Blazer blanca, en compañía de un empresario. Todo ocurrió repentinamente. Eran poco más o menos las 5 y media de la tarde. “Los asesinos buscaron cerrarle el paso”, narraba Milenio-Hidalgo al otro día. “No obstante, la resistencia del funcionario hizo que comenzaran los disparos de metralla hasta aquietarlo y quedar intacto sobre la cuneta. Uno de los sicarios bajó corriendo a rematar al conductor, para luego subir disparado y emprender la huida. Posteriormente, todo fue silencio”. En una conferencia nocturna, la alta esfera política de Hidalgo hizo las primeras declaraciones. Se enfocaron a condenar el asesinato.
El jueves fue el velorio. Después de rendir las exequias fúnebres al ex secretario, el gobernador Osorio hizo esta declaración a Plaza Juárez: “Habremos de llegar hasta las últimas consecuencias en la investigación. Iremos buscando toas las líneas que nos lleven a encontrar a los responsables de este asesinato”. Conozco a más de una persona que hace votos por ver ciertas estas palabras; y a otro tanto, que ya aventura posibles motivos del asesinato. Ahí está mi madre. Piensa que el ex secretario había entrado en tratos ilegales. No lo sé. O una investigadora que le dio clases a Souberville en la secundaria Olivares y que ahora me da clases a mí. Sostiene que era un tipo de honestidad impoluta, inteligente, brillante, incapaz de cometer cualquier crimen… En una fiesta, alguien llegó a hipotetizar que lo hicieron matar grupos políticos enemigos. El taxista que me llevó de la Central de autobuses a casa, imagina que el ex comandante había tenido cochupos con la mafia desde que dirigía a la Policía Judicial; pues, ¿quién pondría las manos al fuego algún policía judicial? Ahora bien, los propios rotativos entraron a especular. Y desempolvaron esta noticia: el centro de seguridad estatal C-4 (que así se llama) recibió hace unas semanas varias llamadas telefónicas amenazantes contra altos mandos policiacos. Souberville entre ellos. El día de su asesinato, el mando no llevaba más escolta que sus propios brazos. De donde se puede reprochar que la Secretaría de Seguridad no haya dispuesto de una escolta para el jefe. En suma: que si lo mataron por corrupto, que si era un hombre honesto cuya muerte no tiene explicación, que si era corruptísimo desde su paso por la Judicial, etcétera, todo son meras especulaciones.
Pero todas son válidas. Todas tienen razón.
Y es que hasta el momento no han capturado a los asesinos. Tampoco se ha dado con los autores de la muerte de Jorge Flores Escamilla, secretario de Seguridad Pública en San Luis Potosí. Y en sitios como Tijuana y Monterrey no sé cuántas muertes de policías prevalecen sin esclarecer. No vayamos lejos. El 22 de agosto pasado, en la misma Huasca de Ocampo, ejecutaron a José Mariano García Lozano, subcomandante de la policía de aquel municipio. Y el 4 de septiembre balacearon a Mario Silva Zamora, delegado en Actopan de la policía estatal. En fin, los diarios de Hidalgo contabilizan 14 asesinatos de esta naturaleza en el año. Todos continúan sin resolverse…
Pues bien, en la medida en que todos los asesinatos no se investiguen y resuelvan, serán válidas las versiones acaso míticas que circulan en el imaginario popular a propósito de la muerte de Marcos Souberville. Hasta que den con los asesinos y nos digan la verdad, la memoria del jefe policiaco estará siendo mancillada una y otra vez por la gente, que no dispone de más información que la de sus propias conjeturas.
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