El blog de Luis Frías

noviembre 28, 2007

Columna




Me tomo la libertad de reproducir la columna semanal de Rafael Pérez Gay, que dio en titular Del Paso, el premio y la feria.












La memoria hace lo que le da la gana con nosotros. Por esta razón, no recuerdo si en el pasado, en alguna de las emisiones de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Presidente de la República asistió a la inauguración de la feria y entregó personalmente el premio Rulfo o premio FIL al escritor galardonado. En esta ocasión ha sido el presidente Calderón quien le ha entregado a Fernando del Paso el reconocimiento en compañía de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, ni más ni menos, uno de los grandes escritores de la literatura hispanoamericana y un clásico vivo del idioma español.

Aun cuando no faltó un piquete de militantes que le gritó “espurio”, Calderón se ha anotado un punto a favor de la legitimidad desportillada que su investidura sufrió en los conflictos postelectorales sobre todo entre la ruidosa y combativa comunidad cultural. Los organizadores se equivocaron invitando al Presidente, no tanto por pleitos políticos, sino porque no hay premio mayor que el reconocimiento de Fuentes y García Márquez. Nada como el hecho simple pero insondable de que ante el público los escritores reconozcan a otros escritores. Entre menos políticos, mejor.

Demasiada carga política en un acto cultural desdora el contenido de las letras y debilita el espíritu del premio. Y eso fue lo que ocurrió en la inauguración de la FIL. A Del Paso, desde luego, no le falta reconocimiento, pero no necesitaba añadirle la bruma polémica a su premio. Hace unos meses, la revista Nexos realizó una encuesta sobre las mejores novelas de los últimos 30 años en México. Sesenta escritores y críticos contestaron al cuestionario. Noticias del Imperio ganó el primer lugar por muchos votos arriba del segundo lugar. Los lectores leyeron en esta obra el drama de la locura y la derrota política, el manejo eficaz de distintas técnicas narrativas: el monólogo interior, los planos temporales superpuestos, la urdimbre del poder y el conocimiento histórico, la idea de la novela como una catedral emblemática de una época y, sobre todo, la reputación definitiva de Fernando del Paso como uno de nuestros escritores mayores. El premio FIL reconoce la vocación de grandeza, la ambición y la destreza de un novelista desmesurado.

Yo recordaba a Del Paso como un lopezobradorista combativo y un escritor convencido de que en las elecciones del año 2006 se cocinó un fraude que le robó a López Obrador la Presidencia de la República. Hay que tener cuidado con la palabra coherencia; nadie es tan coherente como supone, ni tan consistente como quisiera, pero si Del Paso sigue pensando lo mismo, simplemente no debió aceptar el premio de manos de Felipe Calderón. Según su propia versión de los hechos, él ha recibido el pequeño desprendimiento de un fraude, salvo que el escritor haya cambiado de parecer. El autor de Palinuro de México ha insistido en que hubo un fraude y declarado a La Jornada que “hay que colocar cada cosa en su lugar. Si hubiera sido un mitin político claro que me dan ganas (de decirle algo al presidente Calderón), pero si voy a recibir un premio de literatura…”. Muy bien, cada cosa en su lugar y asunto arreglado. En la misma entrevista, Del Paso afirmó que tiene mucha simpatía por Hugo Chávez y que está muy preocupado por su pueblo.

Durante su alocución, el presidente Calderón se refirió a la necesidad de una legislación que fortalezca al libro y la lectura. De pasada, repitió algunos lugares comunes de las políticas públicas sobre el asunto: impulsar el fomento del libro, renovar el acervo de 6 mil salas de lectura, fortalecer las bibliotecas, atender el Bicentenario que ya viene, diseñar colecciones de distribución masiva. Buenas y viejas intenciones, pocas ideas, ningún concepto. ¿Qué faltó según mis cuentas inconformes? Hablar del precio único del libro vetado por Vicente Fox y sus asesores, para abrir boca. Luego, dedicar un minuto, quizá difícil, a debatir lo que en otros países se discute desde hace años: la excepción cultural entendida como una posible ley que distinga y excluya los productos culturales del libre tráfico de bienes y servicios.

La excepción es el marco jurídico de una idea imprescindible: diversidad cultural. Sé que es mucho pedir, pero el Presidente pudo dedicar unas palabras a la forma en que la cultura puede en muchos sentidos corregir los excesos del mercado. Nada de esto y mucho de lo otro: el presidente Calderón hizo su agosto entregando el premio FIL en compañía de tres luminarias de las letras, Del Paso recibió su premio y dijo que cada cosa en su lugar. Así ha empezado la feria de libro más poderosa de habla hispana, donde por cierto hasta el ego más modesto masca rieles.

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Desde chico tenía ganas de escribir un diario, o algo así. Pero era cosa de niñas. Este blog es lo menos afeminado que encontré.

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