Lo que tiene México no es que sea pobre, sino que es desigual. Según el internacionalista Guillermo Trejo en el artículo "Pobreza y desigualdad en el siglo XX mexicano" (Gran historia de México ilustrada, Planeta DeAgostini Conaculta-Inah, México, 2001, pp. 361-380), el problema de nuestro país no está en que se produzca riqueza insuficiente para que todos vivamos con decoro; la hay, existe, pero se reparte mal. A fines del siglo XX, los mexicanos éramos alrededor de 100 millones. 50 millones de los cuales -en términos brutos- recibían el 10 por ciento de la riqueza total; 40 millones, el 50 por ciento del pastel, y los diez millones restantes se quedaban con ¡40 por ciento de la raja económica! Las barbis de la Condesa, las señoras emperifolladas de Las Lomas, los nuevos ricos del norte de país, los políticos de todas partes, me pregunto, ¿realizarán labores de tanta importancia, como para merecer llevarse esas desproporcionadas sumas? Son varios los ejemplos de lo que vengo diciendo. Y más esclarecedores que las cifras. Tenemos al heredero de la Júmex como el coleccionista de arte más importante de Latinomérica; Carlos Slim es el hombre más rico del mundo... ¿Escandaloso? Más bien, ignominioso: muestra de eso es la noticia que ofrece hoy El universal en una particularmente bien escrita crónica de Juan Arvizu. Slim abrió en el centro comercial Santa Fe una tienda para dejar con la boca abierta hasta a los más ricos entre los ricos. Qué maldito.
Por Juan Arvizu.
Cientos de botellas de champaña descorchó Carlos Slim en la inauguración de la tienda “de superlujo” que pone en Santa Fe, lo último de la Quinta Avenida de Nueva York.
Rodeado de seis nietos, el hombre más rico del mundo paladeó las palabras inaugurales del presidente del grupo Sanborn’s, Carlos Slim Domit, en la apertura del nuevo templo del consumo.
A las 21:20 horas, Carlos Slim se paró a la puerta del negocio de tres pisos y uno a uno lo rodearon tres niños y tres niñas, que acarició con cariño, mientras en el interior del establecimiento cientos de invitados brindaban, luego de más de una hora de escuchar música en vivo de diversos grupos.
Carlos Slim Helú, presidente del Grupo Carso, cortó el listón inuagural, junto con el director internacional de Saks, David Pilnick, y en la euforia del momento uno de los primeros abrazos que recibió el empresario fue de la modelo rusa Petra Nemcova.
Después de otros parabienes, alcanzó turno la reconocida actriz Edith González.
El ambiente neoyorquino lo dio el grupo Big Band Jazz, cuyas interpretaciones se escucharon desde las 20:00 horas en el exterior —por medio de unas bocinas— en el acceso a la tienda, por donde pasaron cientos de mujeres envueltas en finas pieles, plumajes; calzaban botas o zapatillas de tacón alto, y que lucían bolsos finos, llamativos, estrafalarios, portadores de la ofrenda al consumo: las tarjetas de crédito.
Sin embargo, había poco gusto por comprar. Las modelos, las publirrelacionistas, las esposas de los caballeros modernos del mundo corporativo miraban la ropa, los accesorios y tomaban entre sus dedos la blanca etiqueta del precio... Y se quedaban así, con la boca abierta.
Y es que hay prendas que tienen marcado 20 mil pesos, así de simple, al alcance de la mano del consumidor, cuando en México el público está acostumbrado a que los precios muy altos hay que verlos a través de las vitrinas.
En cada uno de los tres pisos se colocaron mesas de servicio, sin restricción para servir, champaña, tequila o vodka.
Y corrió la alegría, las botellas de Pol Rémy se vaciaron con rapidez a una velocidad de decenas por hora. Conforme avanzaba la noche el consumo crecía y pudieron haberse destapado más de 500.
Bocadillos exquisitos servían meseros que incansables recorrían las salas de exhibición de vestidos, bolsos, maquillaje, perfumes, lencería. Y en las secciones de ropa para caballeros se repetía la escena, ante las miradas escrutadoras de otro ejército, el de guardaespaldas que todo lo observaban inexpresivos, callados, con un distintivo discreto en la solapa.
Este desfile de la opulencia careció de dos factores: La clase política brilló por su ausencia, salvo algunas excepciones como la de Genaro Borrego, además de que las damas dejaron las joyas genuinas en casa.
La gente famosa, anoche, fue la de los espectáculos, la que sale en la televisión, que rompió la monotonía de fotógrafos y periodistas que esperaron afuera del establecimiento hasta que Saks fue inaugurado. En el pequeño desfile de gente popular la número uno fue Lucero.
Como el color negro es el simbólico de la tienda, la noche fue de “alfombra negra”, y por ella pasaron y tropezaron invitados distraídos. Hubo quien perdió el piso por un escalón que no se veía. Muchos hombres y mujeres con aire de ejecutivo moderno entraron hablando por teléfono celular y al menos dos varones ensimismados en su telefonema estrellaron su cara contra las puertas de cristal.
Uno de ellos cayó estrepitosamente y pese al fuerte golpe que recibió corrió a recoger su celular. Fue la delicia de los fotógrafos.
Así fue como se inauguró Saks, una tienda a la que llegan mujeres glamorosas como las que habría encontrado José Juan Tablada cuando escribió: “Mujeres de la Quinta Avenida, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”.
Por Juan Arvizu.
Cientos de botellas de champaña descorchó Carlos Slim en la inauguración de la tienda “de superlujo” que pone en Santa Fe, lo último de la Quinta Avenida de Nueva York.
Rodeado de seis nietos, el hombre más rico del mundo paladeó las palabras inaugurales del presidente del grupo Sanborn’s, Carlos Slim Domit, en la apertura del nuevo templo del consumo.
A las 21:20 horas, Carlos Slim se paró a la puerta del negocio de tres pisos y uno a uno lo rodearon tres niños y tres niñas, que acarició con cariño, mientras en el interior del establecimiento cientos de invitados brindaban, luego de más de una hora de escuchar música en vivo de diversos grupos.
Carlos Slim Helú, presidente del Grupo Carso, cortó el listón inuagural, junto con el director internacional de Saks, David Pilnick, y en la euforia del momento uno de los primeros abrazos que recibió el empresario fue de la modelo rusa Petra Nemcova.
Después de otros parabienes, alcanzó turno la reconocida actriz Edith González.
El ambiente neoyorquino lo dio el grupo Big Band Jazz, cuyas interpretaciones se escucharon desde las 20:00 horas en el exterior —por medio de unas bocinas— en el acceso a la tienda, por donde pasaron cientos de mujeres envueltas en finas pieles, plumajes; calzaban botas o zapatillas de tacón alto, y que lucían bolsos finos, llamativos, estrafalarios, portadores de la ofrenda al consumo: las tarjetas de crédito.
Sin embargo, había poco gusto por comprar. Las modelos, las publirrelacionistas, las esposas de los caballeros modernos del mundo corporativo miraban la ropa, los accesorios y tomaban entre sus dedos la blanca etiqueta del precio... Y se quedaban así, con la boca abierta.
Y es que hay prendas que tienen marcado 20 mil pesos, así de simple, al alcance de la mano del consumidor, cuando en México el público está acostumbrado a que los precios muy altos hay que verlos a través de las vitrinas.
En cada uno de los tres pisos se colocaron mesas de servicio, sin restricción para servir, champaña, tequila o vodka.
Y corrió la alegría, las botellas de Pol Rémy se vaciaron con rapidez a una velocidad de decenas por hora. Conforme avanzaba la noche el consumo crecía y pudieron haberse destapado más de 500.
Bocadillos exquisitos servían meseros que incansables recorrían las salas de exhibición de vestidos, bolsos, maquillaje, perfumes, lencería. Y en las secciones de ropa para caballeros se repetía la escena, ante las miradas escrutadoras de otro ejército, el de guardaespaldas que todo lo observaban inexpresivos, callados, con un distintivo discreto en la solapa.
Este desfile de la opulencia careció de dos factores: La clase política brilló por su ausencia, salvo algunas excepciones como la de Genaro Borrego, además de que las damas dejaron las joyas genuinas en casa.
La gente famosa, anoche, fue la de los espectáculos, la que sale en la televisión, que rompió la monotonía de fotógrafos y periodistas que esperaron afuera del establecimiento hasta que Saks fue inaugurado. En el pequeño desfile de gente popular la número uno fue Lucero.
Como el color negro es el simbólico de la tienda, la noche fue de “alfombra negra”, y por ella pasaron y tropezaron invitados distraídos. Hubo quien perdió el piso por un escalón que no se veía. Muchos hombres y mujeres con aire de ejecutivo moderno entraron hablando por teléfono celular y al menos dos varones ensimismados en su telefonema estrellaron su cara contra las puertas de cristal.
Uno de ellos cayó estrepitosamente y pese al fuerte golpe que recibió corrió a recoger su celular. Fue la delicia de los fotógrafos.
Así fue como se inauguró Saks, una tienda a la que llegan mujeres glamorosas como las que habría encontrado José Juan Tablada cuando escribió: “Mujeres de la Quinta Avenida, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”.
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