Por ejemplo, en su libro de ensayo -Nuevos salvajismos. La perversión civilizada-, Diego José sostiene una hipótesis interesante. Ahí está una idea llena de sabiduría, que echa por tierra la creencia de que la humanidad evoluciona deprisa. Un sensato Diego José propone el ejemplo de una lujosa tienda departamental. Nada más entrar, sentimos un extraño confort, las ganas de gastar, nos posee la euforia y nos endeudamos con la tarjeta de crédito. Al final, estamos tan idiotizados que nos cuesta dar con la salida. En definitiva, es una estrategia comercial perversa para hacernos gastar en artículos que, nos damos cuenta hasta llegar a casa, realmente no necesitamos. El planteo de que la nuestra es una civilización perversa hizo que su libro ganara el premio nacional de ensayo Abigael Bohórquez.
Pero Diego José (Ciudad de México, 1973) no es esencialmente ensayista, sino poeta. Siendo niño, quería ser versificador para maravillar a su papá. Así, publicó varias líneas en el suplemento cultural de un periódico. Afortunadamente se dio cuenta pronto: la poesía no es la afición de escribir un día sí y otro no. En última instancia, es un arte que reclama la diaria consonancia de tres elementos: el hombre, la vida y la palabra. ¡Vaya tarea la de armonizar estos elementos! Para conseguirlo, Diego José se traslada a un pueblito de provincia, en donde pasa sus días leyendo y escribiendo. No recuerdo por qué decide salir del encierro e ir a pedir trabajo a una universidad de Pachuca. Fue difícil porque no tenía credenciales académicas (pero yo, como Christopher Domínguez Michael, no conozco a nadie posea estudios universitarios y al mismo tiempo, sea digno de respeto). De algún modo consiguió la plaza y desde entonces combina con modestia y éxito rotundo su vida de catedrático y su oficio de poeta.
Fue Cantos para esparcir la semilla su primer poemario. Es fruto de su reclusión pueblerina. En efecto, es un libro que encierra ese aire de modesta felicidad que se respira en nuestros pueblos de México, al tiempo que una demostración de dotes poéticas. En suma, es lo que mentara en otro contexto el crítico hidalguense Fernando de Ita: no hay nada más universal que tu pueblo. Lo sabía el jurado del premio Carlos Pellicer para obra publicada, y le entregó el galardón. Ahora bien, su segundo poemario sería la cosa contraria. Si aquél era una carta enviada a la felicidad, éste es una mano tañendo insistentemente la cuerda del dolor. Se llama Volverás al odio. En un reconocimiento a la excelencia poética de Diego José, el opúsculo fue distinguido con el premio nacional de poesía Efraín Huerta, y más tarde lo publicó la guanajuatense editorial
Por todo esto, no me llevé ninguna sorpresa cuando supe que nuestro vate ganó otro certamen nacional. Con Los oficios de la transparencia lo vuelven a reconocer como el poeta en toda línea que es, confiriéndole en 2006 el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa. Se trata de un solo poema dividido en 37 alientos dedicados a la naturaleza o, por mejor decir, al vínculo entre el hombre y la madre tierra. “Vine al final de la tierra para ver arder mi cansancio,/ del sudor de aquellos días queda sólo ceniza./ El aire inflama la memoria de mis pasos,/ desde aquí miro la densa superficie marina./ Atrás quedó el Camino,/ la noche que
Ahora bien, Diego José también escribió una novela. El camino del té. Es breve realmente. De escasas 100 hojas. Convendría aclarar que no es un libro que nació con el impulso de contar una historia. En rigor, es un ejercicio poético. Diego la escribió deseando encapsular una forma de escribir; consiguió una original narración que tiene por escenario el Lejano Oriente y por personajes, a un rey y una geisha. Leerla es un placer recomendable. Lo curioso es que se la publicó la editorial internacional Random House Mondadori. Otro trofeo. Le guste o no, es elemental festejar a Diego José como un escritor exitoso.
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